Capítulo 3

Amenaza De Tormenta

La tienda estaba plantada a un costado de la senda, con el acceso hacia el campo. Frente a ella, las sábanas formaban un arco.

Los cadáveres estaban colocados lado a lado, dos gigantes por paño, o cuatro vampiros. Habían hallado a Anthrantillin y a Himapertharee, su tripulante, y ambos yacían en sábana aparte; Taratarafasht y Foranayeedli aún estaban perdidas. Otra de las sábanas acomodaba a seis pequeños Recolectores.

Los Gigantes concluían con su trabajo. Unos pequeños homínidos se movían entre ellos; no ayudaban a mover los cadáveres, pero distribuían comida y portaban luces.

Cualquiera de los herbívoros podía alzar un vampiro sin dificultad, pero se necesitaban dos de ellos para mover a uno de los de la propia raza.

Sin embargo, Beedj llevaba sin ayuda en sus espaldas a una hembra Gigante. La volcó de un solo movimiento sobre uno de los paños, tomó su mano y se puso a hablarle de forma afligida. Vala lo había buscado para hablarle, pero se lo pensó mejor.

Dos hembras estaban terminando de acomodar a unos vampiros. Una se volvió hacia ellos y reconocieron a Moonwa.

—Hemos frotado pimentena en los bordes de las sábanas; eso alejará a los carroñeros pequeños. A los grandes los combatiremos con las ballestas. Los Amos de la Noche no tendrán que luchar por lo que es suyo.

—Les agradará esa cortesía —dijo Vala.

Unas mesas pondrían a los cadáveres fuera del alcance de los carroñeros, pero… ¿dónde hallarían madera los gigantes?

—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó Moonwa.

—Hemos venido a acompañaros en la vigilia.

—La batalla ya os ha costado bastante cara. Los Chacales no vendrán aún esta noche; aprovechad y recuperaos.

—Es muy amable de vuestra parte, pero… después de todo, esto fue mi idea.

—Idea del Thurl, dirás —le informó ella.

Vala asintió, intentando no sonreír. Era una convención social, descubrió, como la de «Luis Wu ayudó al Thurl a hacer hervir un mar». Se dio vuelta, mirando ahora a los pequeños homínidos.

—¿Quiénes son?

—Perilack, Silack, Manack, Coriack… —llamó Moonwa; cuatro pequeñas cabezas se volvieron—. Estos son unos amigos: Kaywerbrimmis, Valavirgillin, Whandernothtee.

Los Recolectores sonrieron y asintieron con las cabezas, pero no se acercaron enseguida. Se movieron hacia un sitio algo alejado de la tienda, donde algunos Gigantes se quitaban las prendas que habían usado para tratar con los cadáveres, y luego tomaban sus guadañas y ballestas. Los Recolectores también se cambiaron de ropas, armándose con unos delgados sables que colgaron de sus espaldas.

Vieron acercarse a Beedj, ya limpio y nuevamente armado.

—Bienvenidos. Hay trapos en la carpa; los hemos frotado con minch.

Los Recolectores no llegaban a los hombros de la Gente de la Máquina, ni al vientre de los gigantes. Sus caras en punta no tenían pelambre, y sus sonrisas eran amplias y tal vez demasiado llenas de dientes. Vestían túnicas hechas con cuero de smerp, el pellejo beige profusamente decorado con plumas. Los arreglos de plumas de las hembras, Perilack y Coriack, formaban pequeñas alas en sus espaldas; ello las obligaba a caminar con cierto cuidado para no echarlas a perder. Las vestiduras de los machos —Manack y Silack— eran similares, pero dejando mayor libertad para los brazos. Para que no les estorbaran en la lucha, seguramente.

Cuando la Gente de la Máquina entraba en la tienda, reinició la lluvia. Espesas montañas de hierba se apilaban en el suelo: comida y cama para los Gigantes. Vala detuvo a sus compañeros y todos se quitaron las sandalias.

Estaba lo suficientemente oscuro como para que apenas pudieran distinguirse las caras. El rishathra era más conveniente durante la noche.

Pero no en el campo de batalla.

—Este es un mal asunto —dijo Perilack.

—¿Cuántos de ustedes habéis perdido? —le preguntó Whandernothtee.

—Cerca de doscientos, hasta ahora.

—Nosotros éramos diez al principio; cuatro se han ido. Sopashintay y Chitakumishad están de guardia sobre el muro, con un cañón, y Barok se recupera de una noche en el infierno.

—El esposo de nuestra Reina se ha ido con la mujer del Thurl, a negociar con otros homínidos. Si los… —sus ojos parpadearon—… Amos de la Noche no vienen hoy, otras voces se nos unirán luego.

Según la leyenda, los Chacales oirían cualquier palabra que se hablara sobre ellos, excepto —según sostenían algunos— en pleno día. Debían estar por allí cerca, aun ahora.

Kay preguntó:

—Y el esposo de vuestra Reina, ¿hará rishathra con sus compañeros de viaje?

Los cuatro Recolectores rieron con disimulo, pero Beedj y Moonwa hicieron tronar sus carcajadas. Una de las pequeñas —Perilack— respondió:

—Habrá que ver si la dama Gigante se fija en él. El tamaño tiene su importancia. Pero ustedes y nosotros podremos llegar a algo.

Perilack y Kaywerbrimmis se miraron uno al otro, como sorprendidos por la misma idea. La pequeña hembra tocó el codo de Kay, mientras que él le acarició las plumas.

—Me imagino que ustedes acumularán más plumas que las que pueden aprovechar —dijo Kay.

—No —respondió ella—. Se echan a perder con rapidez. Podemos comerciar un poco, pero no gran cosa.

—Y ¿qué pasaría si encontramos una forma de que no se pudran?

De vez en cuando, Valavirgillin sentía el hedor del campo de batalla, y bufaba y resoplaba para quitárselo de encima, pero tal cosa no sucedía con Kay: había entrado en régimen de vendedor. Su mente sólo veía números, ganancias y pérdidas; el desagrado era algo que no se podía dar el lujo de experimentar, y parecía convencido de que la supervivencia de todo el Imperio dependía de que la basura que un homínido rechazaba fuera la panacea para otro.

Ya era noche cerrada, pero gracias al reflejo del Arco, Vala pudo ver una amplia sonrisa en el rostro de Beedj.

—¿Has participado antes de una sesión de negocios?

—Algunas veces. Luis Wu llegó aquí cuando yo era sólo un niño, y los acuerdos fueron sólo entre él y el viejo Thurl. Hemos hecho las paces con los Pastores Rojos hace treinta falans, dividiendo los territorios. Hace veinticuatro falans nos reunimos con los Rojos y la Gente de la Aguas, y compartido mapas. Todos hemos aprendido algo sobre los nuevos territorios, pero siempre nos encuentran demasiado grandes a nosotros, los gigantes.

Una educada excusa no sería bien recibida esta vez, aunque Vala apenas llegaba a los codos de Beedj. Había estado pendiente de la llegada de los Chacales, pero el único sonido era el de la lluvia.

El cielo se había encapotado, y la oscuridad era completa ahora. Uno de los machos Recolectores dijo:

—¿No deberíamos esperar a los Chacales antes de comenzar? ¿No encontrarán eso más educado?

Debía ser Manack el que habló. Tenía el pelo más espeso alrededor de la garganta, como si él fuera un macho alfa y Silack un beta. En un buen número de especies había un macho principal, que tomaba las decisiones y las recompensas; pero Vala no sabía cómo se pautaba tal cosa entre los recolectores.

—Manack, ésta es tierra de los Gigantes —respondió Vala—. Incluso deben considerar el entretener a los Amos de la noche, también. ¿Harás el rishathra conmigo? —y agregó rápidamente, para el Gigante—. Beedj, a causa del tamaño, de hecho, necesito hacerlo primero con él. Supongo que Whand y Moonwa lo iniciarán…

Sin embargo, se dio cuenta de que Kay y Perilack ya no discutían sobre intercambios. Las filosofías difieren a veces.

Rishar con un macho Recolector no era más que un precalentamiento.

Pero con el sucesor del Thurl era otra cosa. Tenía sus cosas buenas… Él era grande, bastante ardiente, orgulloso de su autocontrol… aunque apenas se controlaba. Pero era realmente grande.

Kaywerbrimmis tuvo una buena faena, o así parecía. Bromeaba o secreteaba con Moonwa ahora. Buen comerciante, ese Kay. Incluso un buen tipo. Vala lo seguía con los ojos.

Habrían congeniado, sin duda. Pero no podía pensar en ello. No debía intentarlo siquiera, aunque una orgía de rishathra fuera una buena excusa.

El apareo es una cuestión natural. Eones de evolución han desarrollado muchas pautas entre los homínidos: estrategias, olores, posturas y movimientos, señales visuales y táctiles. El desarrollo de la cultura entregó algunos más: bailes, ritos, modas, palabras y piropos.

Pero la evolución nunca se metió con el sexo interespecies, y por ello el rishathra es siempre una forma de arte. Donde las formas convencionales no encajan, otras formas deben hallarse. Quienes no pueden participar directamente pueden mirar, o dar sugerencias…

O hacer guardia, en lugar de ello, mientras quienes han hecho el intercambio descansan.

La noche se mantuvo bastante serena, pero no todos los murmullos eran debidos al viento. Los Chacales debían estar ahí; era su quehacer. Pero si por algún motivo no les había llegado noticia de la mortandad causada por la batalla, entonces esos rumores podían ser de vampiros.

Vala se encaramó en un banco de metro y medio de altura, lo suficientemente robusto como para soportar el peso de los Gigantes. La noche era lo bastante cálida como para estar desnuda, o era quizá que se sentía acalorada; de todas formas, las armas estaban a su alcance detrás. Al frente sólo caía la lluvia, y había muy poco que ver. A sus espaldas las acciones se habían calmado un poco.

Uno de los Recolectores le hablaba:

—Con los gigantes mi pueblo se lleva bien, porque no somos meros parásitos. Allí donde una vez hubo girasoles, ahora hay comedores de plantas, presas que nos son útiles como alimento. Forrajeamos por delante de la gente del Thurl; exploramos, guiamos, y hacemos sus mapas.

Éste era Manack. Era un tanto pequeño para una mujer del Pueblo de la Máquina —aún para una principiante—, pero aprendía rápido. La actitud correcta era sencilla de adquirir para algunos, y para otros imposible.

El apareo tenía sus problemas: la respuesta de los homínidos al apareo no estaba regida por la mente. En cambio, el rishathra no tenía consecuencias, y la mente no debía perder el control en absoluto. El bochorno era algo inapropiado, y las risas siempre eran para ser compartidas. Rishathra es diversión, diplomacia y amistad, porque las armas siempre están al alcance de la mano en la oscuridad.

—Esperamos hacer fortuna —estaba diciendo Kay ahora—. Quienes como nosotros se dedican a extender el Imperio siempre son tenidos en cuenta por las autoridades. Éste crece gracias al suministro de combustible; si podemos persuadir a una nueva comunidad a que genere combustible y lo venda al Imperio, nuestra comisión por el acuerdo permitirá a cada uno de nosotros establecerse y mantener una familia.

—Esa será vuestra recompensa, de acuerdo —comentó Moonwa—, pero los nuevos proveedores se enfrentan a otras cosas. Quienes beben vuestro combustible sufren la pérdida de las ambiciones, de las amistades y parejas, y caen en la decepción y una temprana muerte.

—Hay quienes son demasiado débiles de espíritu para decirse «ya es suficiente». Pero tú debes ser más fuerte que eso, Moonwa.

—Por supuesto. De hecho, puedo decirlo ahora mismo: ya es suficiente, Kaywerbrimmis.

Vala se volvió, para descubrir varias sonrisas, grandes y pequeñas.

—Yo tenía uno de esos paños con combustible la otra noche —terció Beedj—: me dejó mareado y perdí mi puntería.

Kay cambió de tema con cierta gracia.

—Vala, ¿volverás a Ciudad Central? ¿Te casarás, formarás una familia?

—Ya estoy casada —respondió ella.

De repente, Kay enmudeció. Parecía no tener más para decir.

Él no lo sabía… ¿Qué habría supuesto, que ellos dos podían formar pareja?

—Me hice rica muy joven gracias a un regalo de Luis Wu, del Pueblo de la Esfera —continuó ella; cómo lo había hecho no era de la incumbencia de nadie, y además había sido ilegal—, y entonces me casé con Tarablilliast. Su familia es amiga de la mía, y así se acostumbra entre nosotros, Moonwa; Tarb era pobre, pero es un buen padre, y este hecho me permitió dedicar mi tiempo a los asuntos del comercio.

»Tuve ciertas inquietudes. Recordé que Luis Wu sugirió… no, preguntó si mi gente hacía alguna cosa con los restos que quedaban después de la destilación del alcohol. Plástico, es lo que dijo. Esa palabra no tiene traducción, pero él ha dicho que significa «sin forma propia». Un plástico puede tomar cualquier forma que se decida. Esos desechos eran inútiles, y un fango bastante repugnante, de modo que cualquiera estaría contento de quitárselos de encima.

»Armé un laboratorio químico, entonces —sonrió en la oscuridad—. Esas cosas siempre cuestan más de lo que uno supone, pero obtuve algunas respuestas. Realmente hay secretos guardados en ese fango.

»Pero llegó el día en que me quedé sin dinero. Tarablilliast y los niños están ahora con mis familiares, y yo aquí, buscando fortuna. Coriack, ¿estás lista para tomar la guardia?

—Por supuesto. Guárdate las palabras, Whandernothtee. Vala, ¿cómo están las cosas ahí afuera?

—Llueve. Vislumbré algo negro y brillante una vez, y escuché algunas risas disimuladas. Pero ni traza de vampiros.

—Bien.

Moonwa se puso a bromear en lenguaje de los gigantes, y Beedj se reía con estruendosas carcajadas. En la grisácea luz del alba, los Recolectores conversaron entre ellos, se movieron hacia las tierras iluminadas y luego se lanzaron al suelo en un montón.

—¿Piensas que han venido? —preguntó Sopash, a nadie en particular, mientras salía de la tienda.

—No me importa. Déjame dormir —respondió Whand.

—Han venido —dijo Sopash luego.

Vala salió al exterior.

Una de las sábanas estaba vacía, ¿qué hubo en ella? La más alejada a la izquierda… Sí, los seis Recolectores. El resto estaba sin tocar.

Breedj salió de la tienda con brío, balanceando vigorosamente su espada guadaña. Otros Gigantes llegaron desde los muros. Conferenciaron y luego se agruparon para iniciar la exploración, para buscar evidencia de lo que los Chacales hubieran hecho.

Pero Vala trepó hasta la pared para dormir en la cabina de su crucero.

Despertó hambrienta al mediodía, con un sabroso aroma a carne asada en sus narices. Siguió el olor hasta la tienda.

La Gente de la máquina y los Recolectores estaban reunidos. Los pequeños habían estado de cacería. En el fuego en el que asaban las presas, Barok y Whand cocinaban algo de pan, que habían hecho de las gramíneas locales.

—Tomamos cuatro, cinco, a veces seis comidas al día —le comentó Silack—. Pint nos ha dicho que ustedes sólo comen una vez. ¿Es cierto eso?

—Sí, pero comemos mucho. ¿Consiguieron suficiente carne?

—Cuando tu gente vino a comer, los nuestros fueron por más. Come lo que quieras; los cazadores regresarán pronto.

El pan resultó bastante bueno, y Vala felicitó a los hombres. La carne de smerp estaba bien, más allá de ser magra y algo dura. Al menos los Recolectores no tenían la costumbre —común en muchos homínidos— de alterar el sabor de la carne agregándole sales, hierbas o bayas.

Vala imaginó la cría de los smerps en otros sitios, pero todo comerciante conocía la respuesta a eso: la conveniencia de una especie era la plaga de otra. Si no hubiera predadores locales para reducir su número, los smerps se comerían los cultivos, multiplicándose más allá de sus verdaderas posibilidades alimentarias, y cuando el hambre los debilitara serían vectores de enfermedades.

Mientras meditaba en estas cosas, Vala arrasó con todo lo que había, ante la sorprendida mirada de Recolectores y Comerciantes.

—Hubo baile anoche —comentó Silack.

—¿Me he perdido de algo? —preguntó ella.

—Los Chacales han estado activos —respondió Kay—. Ya no quedan cadáveres de Gigantes entre la pared y los pastos altos. Beedj encontró unas ordenadas pilas de huesos tras los pastos. Sin embargo, no han tocado a los vampiros; supongo que los han reservado para esta noche.

—Muy considerado de su parte —sin el espectáculo de sus muertos, el luto de los gigantes llegaría a su fin—. Será más considerado aún si se llevan también al resto. ¿Alguna otra cosa?

Silack señaló a lo lejos.

Ya no llovía. Las nubes formaban un techo plano e infinito, muy arriba. Podía apreciarse un largo tramo del llano. Vala vio un enorme carromato desplazarse pesadamente por los dominios de los gigantes.

Lo arrastraban cinco bestias de enormes lomos. Era más de lo que requería el carro, a pesar de su tamaño.

—Estarán aquí bastante antes del anochecer. Si tu raza puede dormir durante el día, tienes algo de tiempo aún.

Vala asintió, y trepó la pared para descansar un poco más.

Paroom guiaba la carreta desde el techo, y sentado a su lado venía un homínido mucho más pequeño, de piel rojiza. Otros tres Rojos viajaban en el pequeño espacio interno inferior.

Se detuvieron contra el muro, cerca de la entrada, y bajaron una cosa de la caja del carro. Vala entrecerró los ojos, intentando ver algo que parecía invisible. Su instinto mercenario chispeó a lo largo de sus nervios, y masculló dos o tres confusas palabras.

Cuando el Derrumbe de la Ciudades, los vehículos voladores cayeron desde el cielo. Esa hoja transparente era del tipo de cosa que solía rescatarse de tales vehículos. La mayoría estaban hechas añicos, pero esta parecía intacta. Su valor debía de ser considerable.

Los Rojos tomaron la delantera, cargándola por las esquinas. Todos estaban armados con espadas tan largas como sí mismos, que portaban en vainas de cuero colgando de sus espaldas. De cuero también eran las faldas y mochilas de machos y hembras, aunque las de las mujeres estaban adornadas con brillantes colores. Sus dientes eran puntiagudos, todos ellos, como una doble hilera de colmillos.

Valavirgillin, Kaywerbrimmis, Moonwa, el Thurl en su armadura, Manack y Coriack esperaban para recibirlos.

—Thurl, esto es una ventana —dijo un macho Rojo, con voz solemne—. Es un presente de la Gente del Pantano; ellos no pueden salir de donde viven. Solicitan que nosotros los protejamos de la plaga de los vampiros. No pueden salir del pantano, porque sólo en él pueden mantenerse con vida.

Vala detectó extrañeza en la mirada del Thurl, por lo que informó:

—Conocemos especies como ésa. Viven en pantanos, desiertos, laderas de una montaña, o bosques de un solo árbol. Sus sistemas digestivos se han adaptado al tipo de alimento disponible, o al frío o al calor, o a poca humedad del aire, o a mucha; si dejan su hábitat, simplemente mueren al poco tiempo. Pero es un presente magnífico…

—Lo es, sí. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance por la Gente del Pantano. Vosotros, nuestros aliados, acercaos… —y el Thurl hizo las presentaciones, hablando con lentitud, pronunciando los nombres de los Recolectores y la Gente de la Máquina con variada suerte.

—Yo soy Tegger hooki-Thandarthal —dijo el macho Rojo—. Ésta es Warvia hooki-Murf Thandarthal. Nos acompañan Anakrin Hooki-Whanhurhur y Chaychind Hooki-Karashk.

Hechas las presentaciones, los otros dos machos fueron a atender a las bestias.

—¿Vuestra gente comparte rishathra? —indagó el Thurl.

—No podemos —respondió Warvia, sin ampliar detalles.

Paroom hizo una mueca, y Vala ocultó una sonrisa, al ver el descontento del Gigante. El Thurl, en su rol de anfitrión, habló en nombre de todos como requería el protocolo, pero su discurso fue breve. ¿Qué sentido tenía extender el parlamento acerca de las virtudes del rishathra, si los invitados no podían hacerlo? Tegger y Warvia simplemente asintieron cuando se hizo el silencio. Los otros dos machos ni siquiera habían escuchado al Thurl: examinaban los cadáveres de vampiro que yacían en las sábanas, y hablaban entre sí atropelladamente.

Tegger y Warvia se parecían mucho entre sí. Su roja piel era suave, y sus rostros estaban desprovistos de vello. Las faldas de cuero blando estaban decoradas con cordones de colores. Eran de la altura del Pueblo de la Máquina, pero de complexión mucho más delgada. Los dientes no parecían haber sido afilados en punta, sino que hubieran crecido de esa manera. Warvia tenía senos, pero eran pequeños y planos.

—Nunca habíamos escuchado de tantos vampiros juntos —dijo ella.

—Han matado a todo un ejército —agregó Tegger—. Yacen a montones. Vuestros vecinos se pondrán contentos.

—¿Han venido ya los Chacales? —indagó Warvia.

—Un ejército de vampiros ha atacado antenoche —comentó el Thurl—. Luego se han ido al retirarse las sombras. Lo que ustedes ven son los muertos que han dejado atrás; los nuestros ya han sido retirados por los Amos de la Noche. De mi gente ha muerto la mitad que la de ellos, o quizá más, junto con un centenar de Recolectores y cuatro del Pueblo de la Máquina. Los vampiros son terribles adversarios. Sean ustedes bienvenidos.

—No hemos sabido nada de esto —aseguró Tegger—. Entre nosotros, algunos jóvenes cazadores han desaparecido. Hemos culpado a la poca dedicación de nuestros maestros, aunque también temimos que algún otro nos estuviera cazando a nosotros —se volvió hacia Paroom—. Por favor, perdona si hemos descreído de tus palabras.

Paroom asintió con gentileza. El Thurl dijo entonces:

—Lo que nosotros sabíamos sobre los vampiros estaba bastante equivocado. Afortunadamente el Imperio de la Máquina llegó a tiempo de darnos una mano.

Vala estaba convencida de que ningún otro Gigante salvo el Toro podría haber dicho esas palabras, dado que desacreditar a la tribu sería lo mismo que ofender al Thurl.

—Hemos de enseñaros nuestras defensas —siguió éste—, pero ¿habéis comido ya? ¿Acostumbráis cocinar mientras aún es de día?

—No, jamás cocemos nuestra carne. Nos agrada la variedad, sin embargo. Vosotros sois herbívoros, pero ¿qué hay de los Recolectores, y los de la Máquina? Quizá podamos compartir. Esto es lo que hemos traído.

Señaló las cinco bestias de carga, y la jaula sobre el carro. El animal enjaulado sintió todas las miradas sobre él y gruñó. Era del tamaño de uno de los gigantes, y evidentemente un predador, según consideró Vala.

—¿Qué animal es ese? —preguntó.

—Un jakarrch —dijo Tegger, con visible orgullo—. Un cazador que se encuentra en las colinas de la Barrera. Los Jardineros nos han enviado una pareja para nuestro esparcimiento. Aún a pesar de no estar familiarizado con el terreno, el macho mató a uno de los nuestros antes de que pudiéramos derribarlo —se jactaba de ello—. Somos grandes cazadores. Cazamos hasta a los más bravos predadores, y también cazaremos vampiros.

—Perilack, ¿podríamos intentarlo? —sugirió Vala—. No esta noche, sino mañana, a la hora de nuestra única comida.

—Trato hecho —respondió la hembra Recolectora—. Warvia, esta noche sacrificaréis una de vuestras bestias de carga. Mañana y luego, permitidnos ser vuestros anfitriones. Os daremos de comer a todos, «hasta que el borde de las sombras haya mordido al sol, pero aún brille», según acostumbran decir los Amos de la Noche. Os gustará la carne de smerp.

—Os lo agradecemos.

La única iluminación era la provista por la hoguera; el fuego no era suficiente para cocer, pero ya la cena había concluido. De los otros Rojos, Anakrin hooki-Whanhurhur era un hombre mayor, arrugado aunque todavía ágil; Chaychind Hooki-Karashk estaba plagado de cicatrices y había perdido un brazo en alguna antigua batalla.

Ambos habían ofrecido su propio presente: una gran jarra cerámica repleta de una cerveza negra y fuerte. No sabía mal del todo… Vala vio que Kay también se interesó. «Veamos cómo lo hace», se dijo.

—¿Fabrican ustedes esta bebida? —preguntó Kay—. ¿La hacen en cantidades?

—Sí. ¿Piensas en el comercio?

—Chaychind, esto puede ser de valor, siempre que no sea muy costoso…

—No exageraban quienes nos contaron de vosotros, Gente de la Máquina…

Kay pareció azorado, pero Vala intercedió en su favor:

—Lo que Kaywerbrimmis intenta decir es que si podemos destilar lo suficiente de esto, podríamos usarlo como combustible para nuestros cruceros. Los móviles están armados, y pueden llevar a muchos hombres. Incluso se mueven más rápido que vuestras bestias, pero no pueden hacerlo sin combustible.

—¿Lo queréis gratis, acaso? —preguntó Chaycind, mientras que Tegger exclamó:

—¿Quieren quemar nuestra cerveza?

—Considérenlo como pertrecho de guerra. Todos debemos contribuir. Los gigantes luchan, los Recolectores informan, y vuestro combustible…

—Nosotros vemos.

—¿Cómo?

—Ninguna especie puede ver tan lejos como los Pastores Rojos.

—Ustedes ven, de acuerdo… Pero nosotros ponemos los cruceros, los cañones, los lanzallamas… ¿Pueden contribuir con trescientos barriles de cerveza para la guerra contra los vampiros? Una vez destilados, nos darían unos treinta de combustible. Tenemos un destilador, que es lo bastante sencillo como para ser copiado…

—¡Trescientos barriles! ¡Eso alcanza para emborrachar a una civilización! —protestó Warvia, pero Tegger preguntó:

—¿Qué tamaño de barril?

—Hum… —pensó Vala—. Uno que tú puedas cargar.

Tegger había hecho una pregunta obvia, pero que llevaba implícita la intención de acordar. Y uno de los de la Máquina podría cargar al menos un sexto más de peso… Dejémosles ganar, pensó.

—Estoy pensando en utilizar dos de los cruceros. Dejaremos el tercero aquí, para que el Thurl pueda llenarlo de combustible con más tiempo.

—Whand y Chit se quedarán para supervisar la tarea —dijo Kay.

—¿Eh? ¿Porqué? —ella ya se había preguntado por el motivo de su ausencia.

—Han tenido demasiado, jefa. Sopash y Barok también vacilan.

Warvia la Roja cambió de tema:

—Todo ataque puede ser un suicidio, a menos que conozcamos a nuestros enemigos. ¿Han hablado ya los Chacales?

—Se han llevado algunos cuerpos —dijo el Toro, encogiéndose de hombros.

—Es el precio a pagar por nuestras gentilezas —aclaró Vala; todo comerciante debía saber cómo hacerse oír—. Los Chacales tomarán últimos a los cuerpos que hemos protegido de los gusanos. Se han llevado a los Recolectores primero porque murieron un día antes.

El día siguiente le daría la razón.

Esa noche, Kay y Whand vigilaron sobre el muro junto a Barok, a cargo del cañón. Sopash y Chit habían intercambiado lugares con ellos en la tienda.

Parecía que la guardia sería más tranquila hoy, pero también menos entretenida. Los Recolectores y el resto de los de la Máquina, junto con una hembra gigante llamada Twuk, intentaban cosas en la oscuridad. El Thurl conservó puesta su armadura. Los cuatro Rojos miraban con curiosidad algo más allá, charlando en su propio idioma y manteniéndose aparte.

Los Rojos no eran tan huraños. Se mantenían algo acartonados frente al Thurl, pero con el resto se habían mostrado relajados y comunicativos. Luego, Sopash y tres de los Rojos comenzaron a intercambiar relatos. Los Pastores tenían considerable experiencia con homínidos de todas layas, aún a pesar del hándicap de no celebrar rishathra.

Vala escuchaba sin mayor interés. Los Rojos eran guiados por su dieta. Comían la carne cruda, y eran unos pastores con pretensiones de gourmet. Criar una o dos especies de ganado era por lejos más sencillo que mantener varios tipos de animales juntos, pero gustaban de la variedad. Por ello, las tribus de Pastores trazaban sus rutas cruzando las de otros, para así celebrar encuentros y variar la dieta.

También compartían experiencias, y se habían encontrado con homínidos en una variedad de entornos. Ahora charlaban acerca de dos razas de las Aguas, y ninguna de ellas parecía ser la que Vala conocía.

El cuarto Rojo —Tegger— cumplía guardia con Chit.

El Thurl dormía enterrado en su armadura, claramente desinteresado por el rishathra o los Chacales.

Sopashintay yacía recostada contra una de los parantes de la tienda.

—Me pregunto qué estará pasando dentro del recinto esta noche —arguyó con sorna.

—Bien, el Thurl está aquí —comentó Vala—. Beedj está allí, a cargo de la defensa. Lo que el Thurl no ve, no ha sucedido.

—¿Dónde has escuchado tal cosa? —preguntó Sopash, alzándose sobre un codo.

—Del mismo Thurl. Los machos beta estarán emparejándose alegremente, imagino, y luchando un poco entre ellos también. Supongo que nos estamos perdiendo la diversión…

—En mi caso, por segunda vez —dijo Sopash, mirando al Thurl.

—… pero no querrán rishar de todas formas, si es que pueden aparearse. Y a mí me viene bien descansar.

—Igual pasa con el Thurl. Míralo, parece un volcán dormido[1].

Chit miró sonriendo a las mujeres, y se movió silenciosamente fuera de la tienda. Una espesa neblina cerraba la noche. Tomó un hueso de las sobras de la cena y lo lanzó a la oscuridad. Vala escuchó un lejano tuck.

Una mole plateada se elevó a su lado; Vala la vio, pero no la escuchó. El Thurl olfateó, mientras con sus manos tensaba la ballesta sin el menor esfuerzo.

—No hay nadie cerca, ni vampiros ni Chacales. Chitakumishad, ¿alcanzas a ver algo? ¿Hueles algo?

—Nada.

El Thurl estaba demasiado alerta como para haber estado durmiendo momentos antes. Cerró el yelmo y salió de la tienda. El Gigante de guardia, Tarun, lo siguió. Sopash parecía confusa.

—¿No le he gustado, acaso? ¿Por qué él no…?

—No, es por los Rojos —contestó Vala en un susurro—. Fueron antiguos enemigos, y ahora están alrededor. Por ello conservó puesta la armadura, y fingió dormir. Puedes apostarlo.

Por la mañana no quedaban cadáveres de ninguna especie entre el muro y los pastos sin cosechar; sólo se conservaban los que yacían en las sábanas. Parecía que los Chacales habían hecho caso de las palabras de Vala.

Chaychind comentó al aire:

—¿Dónde convendrá que soltemos al jakarrch?

Coriack miró a Manack, y respondió:

—Bastará con que sea lejos de los pastos altos, pero déjame preguntar a mis compañeros. Vala, ¿cazará tu gente con nosotros?

—No lo creo, pero preguntaré.

Ninguno se mostró ansioso. La Gente de la Máquina comía carne tradicionalmente, pero la de predador solía saber a rancio.

—Nos considerarán unos cobardes si no participamos de la cacería —reconoció Kay, sin embargo—. Al menos uno de nosotros deberá ir.

—Averigua bien, primero —dijo Vala—. Esa bestia parece peligrosa. Cuanto más sabes, menos te mueres.

Él no había escuchado antes el proverbio. Rio, y contestó a ello:

—¿No es que sólo se muere una vez?

—Así es.

Vala durmió durante la cacería.

A mediodía se levantó para participar de la comida. Kaywerbrimmis había recibido un largo tajo en el antebrazo, el muy tonto; Vala le hizo un vendaje con un trapo limpio embebido en alcohol. El jakarrch sabía a gato muerto.

Los cadáveres eran pocos ahora, pero el hedor a corrupción sobrevolaba la tienda, y la noche tan temida se acercaba.

Los Chacales les escucharían, pensó Vala. Aquellos cuerpos preservados de los gusanos serían tomados al final. Esa misma noche.