Costos y Planes
VILLA DE LOS TEJEDORES, 2892
Todos se habían retirado ya, incluso los Navegantes. Ahora sólo quedaban Luis Wu y un par de sombras calientes entre los pastos para observar la danza del Ser Último.
El paso era vivo ahora, pero el Inferior no parecía corto de aliento.
—Esto no ha terminado, Luis. Escuché algo de los que son llamados Pastores Rojos. Hablaban de las montañas derramadas, y de problemas con una superficie de scrith.
—Usa la cámara. Pregúntales adónde piensan ir.
—No, me reservaré en secreto. Los dejaré debatirse por un tiempo, antes de entrar en contacto. Veremos cuán urgentemente necesitan que los atiendas.
—¿Yo?
—Buscan a Luis Wu, quien hizo hervir un mar, el Imponderable. No saben nada del Ser Último. Luis, exhibes marcados signos de deterioro. ¿Necesitas atención médica?
—Sí —dijo Luis Wu.
—Muy bien. Habrás de compensarme por el esfuerzo y el riesgo que debo asumir al enviarte la única sonda de repostaje que me queda en condiciones. Tendrás vía libre, pero…
Luis movió una mano.
—No arriesgues tu sonda; podrías necesitarla. Volveré por el camino que he venido, siguiendo el valle del río Shenty. Hay errores que no cometeré dos veces, por lo que podré hacer más rápido. Tardé once años en llegar aquí, y pienso que en nueve o menos me tendrás de regreso. Eso te dará suficiente tiempo para mover el autodoc hacia el sector de la tripulación, como has dicho.
—Luis, he montado un disco pedestre en la sonda. En una vuelta del Anillo puede llegar a ti, y en un instante estarás a bordo.
—Esa sonda es tu único medio de repostar combustible, Inferior, y yo…
—Ya he llenado los depósitos de la Aguja Candente de la Cuestión, y de todas maneras la nave sigue enterrada en lava enfriada.
—… yo no quisiera imaginarme lo que me pedirías a cambio de su uso. De todas maneras, tendrás que mover el doc y eso te llevará…
—Ya lo he hecho, Luis.
La imagen cambió, y Luis apreció la cabina de la tripulación de la Aguja, que no había visto en once años. Un gran ataúd ocupaba lo que solía ser el espacio de ejercicios de Luis y Chmeee.
Bien, se dijo Luis. El Inferior está ansioso.
—He dejado al Patriarca Oculto anclado a unos pocos cientos de miles de kilómetros, río abajo. ¿No has puesto algún disco pedestre a bordo, escondido? Puedo estar ahí en siete u ocho falans…
—¿Dos años? —silbó el Ser Último—. Luis, los problemas se harán urgentes enseguida. El Mundo Anillo parece estar infestado de protectores…
—¿De veras? —Luis era todo inocencia, con el comienzo de una sonrisa oculto en el alma. Sí, todo venía a caer en los protectores.
—Antes de morir, Teela mencionó que había dejado un protector de los Chacales a cargo de la cuadrilla de reparaciones del Muro. He podido verificar que ese grupo aún está activo.
—Muéstrame —dijo Luis.
La imagen sobre el acantilado hizo un paneo a lo largo de una pared de mil quinientos kilómetros de altura.
El Muro del borde era como un friso: formas montañosas excavadas en relieve sobre una pared del color de la luna de la Tierra. Las bandas nocturnas discurrían por su superficie, con un movimiento apenas perceptible. Las montañas derramadas se alzaban como pequeños conos, de ocho a doce kilómetros de altura, contra la base del Muro. En la cima de éste, una veintena de tenues llamas color violeta apuntaban hacia las estrellas.
—Éstos son los motores de posición, como estaban cuando los vimos por primera vez. Yo estaba testeando una de mis cámaras de red, la misma que tienen ahora los Amos de la Noche, hace seis años. Mira esto ahora.
La misma vista, pero las fantasmales llamas habían desaparecido.
—Bueno, el Anillo había vuelto a su lugar por entonces —dijo Luis.
—Oh, sí. Pero yo me mantuve al tanto. Luis, ¿no puedes ver los jets de actitud?
La vista se acercó. Ahora Luis podía apreciar las negras bocas de los canales de vertido sobre cada una de las montañas derramadas… y unas formas fantasmales, mucho más grandes de lo que hubiera imaginado. Pares de toroides color cobre circundaban las minúsculas cinturas de avispa de veintiún dobles conos de fino alambre: enormes, inmensos colectores Bussard en tramado esquelético.
—¿Seis años atrás, dices?
—Seis antes de que me diera cuenta. Me enteré durante la danza, y debo haber perdido el ritmo por al menos… —hesitó— ¿un falan?
Solitario hasta el límite con la locura, perdido en una danza de fantasmas. Pobre herbívoro, una vez todopoderoso y ahora solo, rechazado por su propia raza.
Luis sacudió la cabeza con pesadumbre.
—Entonces alguien montó el motor número veintiuno, el que hemos visto en el espaciopuerto.
—Sí, pero lo copió primero. Esta otra imagen es de hace dos años.
Veintitrés motores, y el vigésimo cuarto puesto a través, sin montar todavía. Luis no podía apreciar qué lo estaba moviendo, pero veía mínimos ajustes en la posición.
—Éste es el límite de definición de la cámara, pero los nuevos motores son fabricados e instalados en sus montantes de la pared. ¿No es esto evidencia de un protector?
—De más de uno —corrigió Luis—. Manufactura, transporte, emplazamiento, supervisión…
El titerote vaciló otra vez.
—Luis, muchos homínidos se agrupan en hordas o tribus, pero mis registros sugieren que los protectores no lo hacen. Creo que yo podría monitorear todas esas actividades juntas. Lo mismo un protector.
—Hum. ¿Y la defensa también?
—Pero… ¡Otro protector está usando la defensa contra meteoros para destruir naves invasoras!
—Ajá.
—Y ¿qué me dices de la criatura que seguía al Pastor rojo?
—No, no te concederé ese. Un Chacal espiando a otros Chacales. Políticas locales.
—Piensa, Luis. ¡Lo hemos visto entrar al santuario de los vampiros! Tenía que ser un protector para que la esencia de vampiro no lo afectara.
—Hum. ¿Y qué estaba haciendo allí, si es que lo sabes?
—Protegía al Rojo, o al menos eso parecía hacer. Quizá fuera de esa especie. Nuestra siguiente visión de él hubiera sido en el río, presumo.
—Seguro. Se cuida de que no lo detecten, y no hubiera podido evitarlo después de estar cubierto por esencia de vampiro. Pero no hemos podido verlo, porque tu cámara está en la cabina de carga de un…
—Al menos tres protectores, Luis. De seis a ocho, si las cosas son como tú crees. Te recuerdo que la guerra entre protectores de Pak hizo de su mundo natal una masa radioactiva.
—Ya veo tu punto —dijo Luis plácidamente.
—Protectores de diferentes especies podrían hacer volar el Anillo en pedazos. Luis, ¡quizá no tengamos ni dos años! Yo puedo quedar en éstasis por el resto de vida del universo, ¡pero tú no puedes siquiera llegar a la Aguja!
—Quizá cooperen entre sí —sugirió Luis—. Los homínidos del Anillo lo hacen. Las diferentes especies usan distintos recursos, y todas colaboran con los Chacales. Una vez que te acostumbras a ello, puedes hacerlo con cualquiera.
—Hubo una guerra entre los Pastores Rojos y los Gigantes herbívoros.
—Vamos, Inferior, ¡ambos grupos luchaban por el pasto!
—Estoy convencido de que la situación es urgente.
Luis se estiró. Sus articulaciones sonaron, y los músculos protestaron a pesar de que el ejercicio de la tarde había sido moderado.
—Te diré qué haremos. Envía la sonda hacia donde dejé el velero. Será fácil para ti hallarlo. Yo volveré río abajo, y veré si nuestros amigos los Ingenieros quieren unírsenos nuevamente. Ocho falans, unos dos años de la Tierra, sólo uno de los tuyos. Luego, si llegamos a un acuerdo, aceptaré tus atenciones médicas.
—¿Un acuerdo? —dijo el Ser Último.
—Prepararé un contrato.
—Estás en pésima posición para negociar.
—Avísame si cambias de opinión —dijo Luis.
Se levantó y vadeó la alberca hacia la villa, esperando oír un grito musical detrás de él…
Pero nunca llegó.
Luis se levantó lentamente, algo atontado por el poco sueño cumplido. Sawur se sentía bien, moviéndose contra él. Él le preguntó:
—¿Celebran rishathra los Tejedores durante el día?
—Sí, es lo que preferimos.
—De acuerdo —Luis pasó sus manos a través de la piel de ella—. Qué bello.
—Gracias —dijo ella, y se estrechó contra él. Sus dedos acariciaron la calva de Luis, acicalando cuanto cabello pudieron hallar. Se movieron fácilmente hacia el rishathra.
Era un bello estilo de vida éste, pensó Luis.
Sawur se tiró hacia atrás para mirarlo.
—Cansado o no, te ves muy relajado hoy.
—Creo que lo he logrado —dijo Luis.
Noche.
—He redactado un contrato —dijo el Ser Último.
—Yo también —dijo Luis, y alzó su traductor—. Está en la memoria, principalmente en notas de mi puño y letra.
—No puedo leer eso. Tendremos que trabajar desde aquí.
El acantilado de pronto se cubrió de líneas de escritura, negro sobre blanco, y apareció un teclado virtual más alto que el propio Luis.
Su audiencia murmuró apreciativamente. La mayoría de los aldeanos estaban sentados en derredor de Luis; éste se preguntó qué creerían que estaban viendo.
Había estado tomando notas durante toda la tarde. Trabajar sobre el contrato del Ser Último en lugar del suyo propio violaba un principio básico de la negociación, y Luis no estaba dispuesto a concederlo.
Pero otro principio decía que un negociador nunca admitiría estar cerca de una fecha límite. Preguntó en Intermundial:
—¿Cómo trabaja esto?
—Señala —dijo el Inferior—. En la mano izquierda el cursor, en la derecha el tipeo.
Lo intentó, moviendo sus manos como un director de orquesta ambidiestro. Los patrones mentales pudieran requerir alteración. Luis borró eso y escribió: Los patrones mentales no serán alterados bajo ningún motiv… La sección de Retribución parecía razonable: le sería requerido, por un trabajo comparable al de los hospitales de la Tierra, el pago en un servicio que no excedería los doce años.
—Un momento… ¿Revitalización y tecnología estándar?
—En absoluto.
—Entonces, ¿qué? ¿Experimentos titerotes?
—He intentado ya describirte de qué se trata: un programa experimental de la Brazo, modificado…
—¡Tú no puedes computar el costo de esa cosa comparándolo con valores de tratamientos en un hospital! Tu sistema me dará otros treinta años de vida, más o menos, ¿no es así? Te concederé siete años de servicio, siempre y cuando salga en condiciones correctas del autodoc.
—¡Doce! Luis, este artefacto reescribirá tus genes a la edad de veinte años. Tendrás al menos cincuenta años extra, ¡y sin necesidad de otro tratamiento médico!
—Me harás atravesar tales riesgos, que estaré de suerte si sobrevivo cincuenta días…, y lo sabes bien. Ése era el motivo de mis viajes sabáticos, como has de recordar. Siete.
—De acuerdo.
Luis señaló con su dedo izquierdo —el cursor—: El tiempo de servicio deberá computarse en forma discreta sólo durante las acciones tomadas bajo la dirección del Ser Último.
—¿Qué es todo este flup? ¿Y qué hay del tiempo de consulta? ¿Y del tiempo necesario para viajes? ¿Y de las acciones en que no puedo consultarte porque no hay tiempo? ¿Y la resolución inconsciente de problemas durante el sueño?
—Bien, cámbialo.
—Tus motivos son cuestionables, Inferior. Ningún ente honesto hubiera intentado hacer pasar eso…
—Así es como funciona una negociación, Luis.
—¿Estás intentando enseñarme cómo negociar? Muy bien.
Luis borró la ofensiva cláusula, y luego tecleó en el aire con un dedo: El período de servicio expirará siete años después de la aceptación de este contrato. Ignoró el gruñido de angustia del Ser Último.
—Ahora necesito una cláusula que me proteja de ser alterado para que tengas un mejor sirviente. No veo nada aquí que hable de eso.
El texto se añadió por sí mismo. Luis lo leyó y dijo:
—No.
—Escríbelo tú mismo, entonces.
—No. ¿Puedes pensar en una manera de hacerte de una copia del contrato que he redactado en mi traductor?
—No.
—Habrás de esperar a que llegue al Patriarca Oculto, entonces. No me demoraré, tranquilízate. Partiré mañana mismo.
—¡Espera! Luis, puedo fácilmente alcanzarte allí mismo…
—Inferior, he de insistir en que trabajemos a partir del contrato que yo he redactado, no del tuyo. Si no puedes leerlo, ¿cómo podrás sugerir modificaciones?
—Deberás leérmelo en voz alta.
—Será mañana. Ahora, hay otra cosa que me inquieta. Dime, ¿cuánto tiempo te lleva extraer la pluma de gas del sol y generar el efecto láser?
—Dos horas, tal vez tres. Depende de ciertas condiciones.
—Tres naves llegaron a través del Puño-de-Dios, cerca de aquí, y alguien las destruyó. Otra de ellas aterrizó en el lado opuesto del Anillo, y también fue destruida. ¿Se tardaron más con esta última? Con toda esa cámara rápida, no puedo saberlo.
—Lo chequearé.
Luis se levantó tarde. Sawur y los niños se habían ido ya. Nada digerible había quedado de la cena. Se puso a trabajar en su contrato al lado del pozo de brasas.
»Ninguna entidad o proceso deberá alterar los patrones de pensamiento de Luis Wu, por medios químicos, médicos o de otro tipo, salvo persuasión empleada mientras Luis Wu se halle plenamente consciente y en uso de sus facultades completas. Ningún acuerdo celebrado será válido si se cerró mientras Luis Wu no se hallaba plenamente consciente o en uso de sus facultades completas.
»El período de —Luis tachó «servicio»— mutua dependencia terminará a no más de siete años a partir de la aceptación de este contrato.
»Durante la vigencia, Wu tendrá derecho a sueño, comidas y períodos de curación y restablecimiento, si los necesitare. Las emergencias que interrumpieran tales tiempos libres, acortarán el período de mutua dependencia en un factor de tres veces el tiempo quitado a…
»Penalizaciones por violación de…
»…períodos de vacaciones concertados mutuamente podrán extender el período de contrato…
»…Wu refutará cualquier orden si a su sólo juicio la obligación importara un riesgo indebido, daños indebidos a los homínidos locales o a su cultura o entorno, daños globales al Mundo Anillo o claras violaciones éticas…
Unos cuantos puntos discutibles no vendrían mal.
Luis se sentía realmente hambriento. Sabía dónde hallar más raíces. Montó en la pila de plataformas de carga y subió en vertical para ubicar el camino, y vio a los jóvenes en los bosques de la altiplanicie, más allá del río Shenty.
Sawur había encontrado dos enormes hongos de diferentes especies, y los niños habían cazado un crustáceo terrestre del tamaño de una liebre. Miraron con interés cómo Luis envolvió todo con hojas y luego lo cubrió con arcilla húmeda. Buscó su linterna láser en el recipiente de la zona de carga. Con el interruptor puesto en microondas, apertura amplia y media intensidad, calentó el montón de arcilla hasta que liberó vapor. Luego guardó cuidadosamente la pistola; era peligroso dejarla al alcance de cualquiera.
—Strill, Parald, mantengan a los niños lejos del montículo. Podrían quemarse. Sawur, quiero hacerte un regalo de despedida.
—Luis, ¿estamos por separarnos?
—El Morador de la Red envió un aparato volador para colocar la ventana en el acantilado, de modo que puede que no esté lejos. Supongo que podrá llegar aquí en pocas horas —la acercó hacia las placas de carga—. Déjame mostrarte esto ahora. Me pregunto si será más correcto dártela a ti o a toda la comunidad…
Los controles de las placas eran depresiones en el borde, y se requería cierto esfuerzo para accionarlos. La fuerza de un protector. Luis palanqueó con ambas manos, usando una barra de metal que retiró de su caja de herramientas. La placa inferior se desprendió de las demás y quedó flotando a tres centímetros de altura sobre el pasto.
—¿Qué te parece esta noche? —propuso Sawur—. Entrégala a la villa, y danos a Kidada y a mí el cargo. Prometo sorprenderme igual que los demás. Muéstranos a ambos cómo usarla, pero a ninguno más, y menos a los visitantes.
—De acuerdo.
—Es un regalo magnífico, Luis…
—Sawur, me has devuelto la vida. Eso pienso. Tal vez.
—¿Aún tienes dudas?
—Espera un momento.
Luis golpeó la arcilla seca en un extremo. Los hongos parecían listos.
Sabían estupendamente. Rompió el resto de la costra de arcilla y encontró que el crustáceo también estaba hecho. La mayoría de la carne estaba en las tenazas, y los jóvenes la distribuyeron. La cola dio un bocado para él y otro para Sawur.
—Esto está mejor. No puedo pensar bien cuando estoy hambriento. Ahora atiende —dibujó un anillo en el piso—. La luz tarda treinta y dos minutos en cruzar el Anillo a través y volver —escuchó cómo el traductor convertía tiempos y distancias.
—¿De veras?
—Puedes creerme. Ocho minutos tarda un rayo del sol en tocar la superficie del Arco. Dieciséis minutos tarda en cruzar el diámetro, treinta y dos ida y vuelta. Si tres naves espaciales salen de un agujero aquí, cerca del Gran Océano, y después de dos horas y media son destruidas… y otra nave aterriza aquí —señaló al otro lado— y demora dos horas en ser destruida, dime: ¿dónde está el atacante?
Sawur estudió el diagrama y luego señaló:
—Aquí, al otro lado del Arco. A las primeras naves necesitó media hora sólo para verlas.
—Pero… ¿y si la nave solitaria hubiera sido atacada tres horas más tarde, en lugar de dos?
—Entonces… hum… entonces el atacante estaría de este lado, donde has dibujado el Gran Océano.
—Así es. Sí.
Cuando la sombra tocó el sol, Luis había escrito un contrato que lo protegería, siempre que el titerote honrara los contratos.
Obsequió la placa de carga a la Villa de los Tejedores mientras la cena se cocía en la parrilla. Lo aclamaron como a un poderoso mago, un vashnesht… Luego los niños insistieron en montar sobre la placa, mientras los padres urgían precaución. Luis mostró a Kidada la forma de mantener el disco a medio metro de altura, lo bastante bajo para ser seguro.
Observó a Kidada revolotear entre las cabañas —con Strill gritando de alegría sujeta a él—, y esperó que no acabaran la carga de la batería sólo paseando en ella. Algún día la necesitarían para mover algo pesado.
La luz se retiraba. Los cazadores habían capturado un predador; la carne sabía demasiado a gato. Los Tejedores tomaron sus tajadas y fueron hacia el acantilado, que despertaba a la vida. Perchado en su pila de placas de carga como un verdadero mago, Luis masticaba unas cañas hervidas y una raíz que había microondeado a la arcilla.
El titerote y sus fantasmas danzaban bajo un remolineante arcoiris. Luis miró como los otros durante un rato, luego preguntó en Intermundial:
—¿La pirotecnia está pensada para añadir un grado de dificultad?
—Es sólo una decoración. Luis, tienes que venir a mí.
—¿Cómo la llevan los valientes cazavampiros?
—Sólo puedo escuchar voces. Los cruceros se han separado. El Crucero Dos va camino a estribor, con mi cámara de red en la bodega de carga. Los Rojos han estado hablando de cierta entidad a la que el macho llama «Murmullo». Tegger piensa que Murmullo los ha abandonado. Warvia piensa que él ha estado soñando. Por mi parte, pienso que Murmullo es nuestro protector fantasma. Luis, ¿vendrás?
—Debemos discutir los términos de…
—Acepto tu contrato.
—Pero… ¡si no lo has visto!
—Lo acepto con la condición de que no hagas más cambios a partir de este momento. Dado que no tienes posibilidades de extorsionarme, lo habrás escrito con justicia. La sonda arribará dentro de los próximos veinte minutos.
Luis miró hacia el cielo. Nada se veía aún.
—¿Dónde apareceré?
—En tu suite a bordo de la Aguja.
¿Suite? ¡Era un solo compartimento, y cerrado, que hubo de compartir con un kzin!
—Mi contrato especifica que el tiempo vale el triple durante las emergencias. ¿Debo armarme?
—Sí.
—Sawur, haz que los niños salgan del agua. Inferior, aterriza la sonda en la alberca. Ahora recuerdo que la vez anterior hube de retorcerme a través del disco que habías montado para repostar. Estaba bastante apretado.
—He aprendido, Luis. He montado un disco pedestre de tamaño normal afuera de la sonda; es lo suficientemente grande para ti y tus platos de carga también.
«Afortunadamente, he numerado mis plumas para hacer frente a emergencias como ésta»[5], pensó Luis. Eso no significaría nada para un titerote.
De su caja de seguridad retiró la pistola láser y el cuchillo variable, dos poderosas armas. Preparó la pistola para un haz delgado, de rango corto, a alta intensidad. Extendió el filo del cuchillo a sesenta centímetros, luego lo disminuyó a cuarenta y cinco.
Si se perdía el agarre de un cuchillo variable, la hoja de alambre rebanaría todo lo que tocara.
Una luz blanco-violácea se asomó sobre el acantilado.
La sonda de repostar giró y se asentó sobre la llama de fusión. La cavidad en la nariz era el sistema de repostado: un filtro que sólo dejaba pasar el deuterio, y detrás de él un disco de transporte de un solo sentido no más ancho que los hombros de Luis. Un disco pedestre mucho mayor había sido montado en el flanco: una placa circular que parecía la tardía ocurrencia de un ala.
Los Tejedores dijeron «Oooh» y «Aaah», y luego comenzaron a apartarse de la nube de vapor. El motor se apagó. Mientras Luis se deslizaba y desaparecía contra la sonda, ésta se sumergía burbujeando sobre su ardiente motor, y luego giró y se tumbó dentro del agua.
El agua cayó sobre el disco pedestre.
Estaba en casa. Luis cortó el suministro de energía de la placa y se apeó. Su visión periférica le informó de que una sombra saltaba detrás de él.