Capítulo 17

Guerra a la Oscuridad

Unas caras pavorosas aparecieron en las rocas. Dos Pastores Rojos, y dos Amos de la Noche, aún más grandes que los anteriores. Hablaban entre sí secretos que no se oían frente a una audiencia…

Luis Wu era el único que se reía.

Apartó la vista de la imagen del acantilado y se fijó en los otros. Para los locales, debía ser como si vieran a los dioses decidir sus destinos.

Pero los Navegantes habían salido despavoridos.

No vio trazas de Oboe ni de Flarpa.

Y los Tejedores estaban todos allí aún, aunque la gran mayoría ya estaban dormidos. Sólo unos jóvenes pugnaban por mantener abiertos sus ojos. Mañana quizá pensaran que soñaron todo esto, pensó Luis.

Dijo en Intermundial, para beneficio del titerote:

—Esos Chacales han hecho un largo viaje sólo para robarte una cámara. Deben tener verdadera necesidad de hablarte…

La vista cambió. Durante un parpadeo se convirtió en un mapa de infrarrojos de la alberca de la villa: agua negra, Tejedores apenas brillantes dormidos en las tablas, el punto algo más brillante que era Luis Wu… y un brillo tenue detrás de él, y otro cercano a la casa del Concejo.

»Esos son Flarpa y Oboe, ocultos en los pastos. Los Chacales están observando también. ¿Se reconocerán a sí mismos en la pantalla de infrarrojos?

La vista volvió enseguida a las enormes caras, pero éstas se oscurecían ahora. La cámara y su respaldo cerámico estaban siendo introducidos en un sitio oscuro. El acantilado se apagó.

El sol era apenas una pálida astilla de luz difuminada entre las nubes, cuando Valavirgillin salió a ver a qué se debía tanto alboroto.

Los Rojos y los Chacales guiaban a los Gigantes, que llevaban entre los cuatro un trozo de pared. Un trozo de pared con una telaraña de bronce adosada a él. Por la forma en que se movían, parecía pesado. Lo llevaron hasta el Crucero Dos y lo apoyaron contra el borde de la plataforma de carga, para descansar.

Los Chacales hablaron. Los Rojos pugnaban por interrumpir, pero tenían poca chance.

Cuando terminó la conversación, la red y su soporte descansaban ya en el piso de la cabina del Crucero Dos. Los Recolectores, medio dormidos aún, habían salido para participar del evento. Los Chacales, también medio dormidos, se tiraron bajo un toldo. Y la rampa parecía despejada.

En algún lugar por encima de las negras nubes, pensó Valavirgillin, la sombra se estaba apartando del sol. Pero la única luz que llegaba bajo la tormenta era debida a una frenética danza de relámpagos.

Marchaban bajo el diluvio hacia la cima de la Escalera. Entraron en la Sala de Banquetes, Valavirgillin y los Recolectores en primer lugar, seguidos por todos —excepto los Amos de la Noche—, y treparon las gradas hacia la sorprendente cocina.

Silack se acomodó en la caja. Sólo los otros Recolectores supieron cómo había sido designado. El lanzallamas cabía fácilmente entre sus brazos.

—Dispárale a los vampiros, o a una pared, o a cualquier cosa, ¿de acuerdo? —le recomendó Manack. Parecía nervioso, y portaba una escopeta de mano de los de la Máquina, que le ocupaba ambas—. Llegaré inmediatamente después de ti con esta cosa, y cuando esté abajo, quiero que haya luz, ¿entiendes? Quiero ver qué cosa viene hacia nosotros. Te haces a un costado cuando la puerta se abra, y enciendes el lanzallamas.

Cerraron la puerta sobre Silack y activaron la llave. Había luz suficiente para ver que el cable vibraba; hacía bastante ruido también.

El motor se detuvo.

Esperaron. Esperaron.

Manack intentó mover la llave, pero no respondió a sus fuerzas. Vala lo apartó para usar las propias, pero entonces la llave se movió por sí misma, y la línea volvió a vibrar.

Esperaron hasta que la caja apareció a la vista.

Para sorpresa de todos, Silack rodó afuera, gritando:

—¡Ya hay luz!

Perilack se abrió paso hasta él y lo abrazó con desesperación. Él habló sobre el hombro de ella:

—Manack, lo siento, pero el panel estaba justo allí, y dejé la puerta abierta porque pensé que iba a querer irme rápido cuando diera las luces y… ¡Estaba en lo cierto! Encendí las luces, y los…

—¿Encendiste las luces? —gritó Perilack.

—Sí —dijo Silack, pero ya su audiencia había echado a correr.

Valavirgillin se tambaleaba sin aliento para cuando alcanzó la entrada de la rampa. Los Recolectores y los Rojos habían adelantado mucho al resto. Los Gigantes aporreaban el piso tras de ella.

Unas luces en la rampa brillaban bajo la lluvia. Se curvaban hacia abajo, siguiendo la espiral.

Abajo había luz también, y un griterío de pesadilla. La luz relampagueaba cruelmente en la gran estructura central, en el escenario, las ventanas y el agua corriente, y en todo el espacio alrededor. El Nido de sombras era tan brillante que empalidecía al leve resplandor del neblinoso día que entraba por los costados. Los vampiros que tornaban de sus cacerías estaban tratando de refugiarse en él.

Silack estaba gritando:

—Tan pronto como di las luces, los vampiros comenzaron a correr hacia todos lados. Veinte o treinta de ellos pensaron que las oficinas eran una cueva. Hay un gran espacio allá atrás que domina el escenario por un lado y la plataforma de discursos por el otro… Arpista tenía razón respecto a ello…, y conecta con las oficinas también —se dirigió a Manack ahora—. Cuando llegué, los vampiros me atacaron desde tres direcciones. Manack, mantuve abierta la puerta de la caja móvil para poder irme enseguida. Cuando vi lo que me esperaba, supe que no la dejaría irse sin mí…

—Tú, maldito escultor de flup…

—Lo sé, Manack, yo…

—¡Te has quedado con toda la gloria!

—… estaba muy, muy contento de que se me hubiera ocurrido retener la caja, ¿comprendes? Di las luces, me atacaron, les lancé fuego y subí…

Luchas mortales se desencadenaban entre los vampiros que querían alejarse de las luces, y los que volvían al Nido a descansar. Tres vueltas más arriba, los Gigantes habían comenzado a festejar. En cualquier momento comenzarían a hacer apuestas.

—¡Escuchen! —gritó Valavirgillin—. Creo que éste es el mejor momento para irnos. La mayoría de los vampiros no ha vuelto aún, y los que estaban aquí están cegados y confundidos. Si esperamos más, los cazadores habrán vuelto y tendremos que esperar hasta la noche. Y estoy demasiado hambrienta para eso. ¡Así que nos vamos!

«Si acaso estoy loca, háganmelo saber ahora», pensó.

Ellos la miraron en tenso silencio, sólo roto por los alaridos de mil vampiros.

—¡Ahora! —gritó ella, y su gente echó a correr.

Luis pudo ver a tres Navegantes mirando sobre el techo de la Casa del Concejo. Intentaban mostrar valentía, pero ya no había nada que ver. La ventana en el acantilado seguía cegada; el mecanismo espía del Inferior yacía en la oscuridad de la cabina de un carromato de seis ruedas.

El Ser Último dijo en Intermundial:

—Todavía puedo escucharlos, Luis, y olerlos.

El acantilado se convirtió en un rectángulo negro. En él se apreciaba escasamente un titerote, e incontables otros se movían en conjunto detrás de él: un oscuro bosque de serpientes cíclopes.

Luis estaba sorprendido.

—¿Bailando en la oscuridad?

El Ser Último dio un giro.

—Un test de agilidad. La oscuridad fue muy común hace mucho, mucho tiempo. No es imposible que vuelva alguna vez.

Entonces… ellos testeaban a todo el mundo por los privilegios de apareamiento, como el Centro de Fertilidad en la Tierra. El Inferior quería mantenerse en forma. Pero había dicho…

—¿A quiénes puedes escuchar?

—A la gente de Valvirgillin. A pesar de que la cabina de carga está cerrada, todavía puedo resolver voces. Están organizándose para defender los carromatos. Ahora están en movimiento, con los vampiros todo alrededor. ¿Quieres escuchar?

—En un minuto. Me pregunto qué pensarán nuestros observadores Chacales de tu baile…

—El pequeño cambia constantemente de posición. El mayor se mantiene quieto. ¿Quieres capturarlos?

—No.

—Apoya tu traductor en el centro de la red. Yo transmitiré.

Luis vadeó las poco profundas aguas de la alberca hacia el acantilado. Parecía una puerta —de bordes difuminados— hacia una pista de baile titerote en pleno ocaso. Un punto negro flotaba sin soporte visible a la altura de la nariz de Luis, y apoyó allí el traductor.

Escuchó entonces varias voces, mezcla de humanos y animales, del bajo al tenor y aún más altas, gritos de agonía, de rabia y de urgencia. Un llanto de sorpresa y pánico, más alaridos, luego un golpe de algo sólido y blando, como si un cuerpo hubiera caído sobre el micrófono. Una vez detectó la voz de Valavirgillin rugiendo órdenes, de tal manera como jamás la había escuchado. Aparte de eso, todo era una confusión de gritos.

Los aullidos de los vampiros fueron apagándose al cabo de unos minutos. Luego, irritante como el infierno, llegó una hermosa, musical y persuasiva voz, que sonó no exactamente como un parlamento. Se detuvo de repente, seguida por un silencio de tumba.

Vala giró río abajo en lugar de regresar, porque el sendero por el que ellos habían llegado hervía de vampiros en pleno regreso de la cacería. Después de que se apartaron de las cercanías del Nido, mantuvo la carrera por un décimo de día más. Unas cabezas negras y lisas se asomaban desde el río: la Gente de las Aguas parecía en paz.

El Crucero Uno aún seguía rodando cuando Beedj abrió las poternas de la cabina de carga y saltó hacia adentro.

Vala esperó.

Algo pesado rodó hacia fuera: Paroom.

Varios vampiros habían convergido sobre él, cortándolo en tiras, mientras el resto intentaba apartarlos desde arriba y abajo. Otro vampiro había lastimado a Perilack. Vala esperó.

Beedj trepó a su lado.

—Muerto —dijo—. Perilack no luce demasiado mal. Le lavé las heridas con el combustible. ¿De veras eso es útil?

Vala asintió, preguntándose si Arpista y Travesera se sentirían ofendidos… Quizá entendieran porqué el cadáver de Paroom sería mejor dejarlo a unos extraños que a sus propios amigos Chacales. No hizo ningún comentario de esto al heredero del Thurl: era su propia decisión.

Un prado aparecía a lo lejos, apartado del río. Parecía un buen coto de caza. Valavirgillin los hizo mantenerse agrupados y les ordenó usar los trapos sobre el rostro. Debía haber vampiros ahí.

Habían retirado varios pilones de tela del depósito del muelle. Les dio a Rooballabl y Fudghabladl una larga pieza de malla muy resistente, para que la usaran como red de pesca. Fue muy satisfactoria, y ahora había pescado para quien quisiera y pudiera comerlo.

Los Gigantes herbívoros encontraron aceptable el pasto cercano a la ribera. Había presas por ahí, y los Rojos y Recolectores no tenían que esperar por el fuego. La Gente de la Máquina ya tenía una cacerola hirviendo, con carne y raíces en ella.

La tripulación se alimentó.

Valavirgillin observó a su gente mientras esperaba que se terminara de cocer el menú. Tegger tenía mucho mejor aspecto con la panza llena. Forn y Barok estaban cocinando juntos. Era difícil decir si se esforzaban por evitar el contacto.

Travesera y Arpista estaban en cuclillas a unos doscientos pasos de distancia, y eso era bueno, porque estaban comiendo. Los Chacales habían hallado a un Granjero, probablemente un cautivo de los vampiros caído a mitad de camino del Nido de sombras. Tuvieron la decencia de alejarse para no molestar con la carroña tan cerca del campamento.

Los vampiros todavía se veían como puntos blancos en los lejanos pasos. La excitación alrededor del Nido de Sombras era hipnótica. Eventualmente, se dijo, tendría que comenzar a olvidarlo.

Gradualmente —quizá debido al hambre— el semblante de Vala se oscureció. Un capricho extraño la hizo dirigirse hacia los Amos de la Noche.

Travesera la vio venir. Se acercó a ella, para ahorrarle el acercarse demasiado al cadáver.

—Aún no has comido —le dijo.

—Pronto lo haré.

—Deberías sentirte contenta. Hemos escapado, Valavirgillin. Estamos libres, con tal historia que contar que ningún homínido la podrá igualar.

—Travesera, ¿acaso hemos logrado algo allí?

—No comprendo tu punto.

—Vinimos. Encontramos el modo de subir. Usamos la mayor parte de la tela de Luis Wu, y bajamos. Matamos unos cuantos vampiros y echamos al resto hacia la lluvia. Hemos perdido a Paroom, y he de abandonar aquí un crucero… ¿De qué me puedo vanagloriar?

—Hemos rescatado a Foranayeedli, y has cargado en tu crucero el peso de diez hombres en tela antigua, maravillosamente conservada.

Vala se encogió de hombros. Por supuesto, obtendría un provecho de lo que había extraído de los muelles, y no sólo fue la tela. Y Forn… sí.

La mujer Chacal dejó caer la costilla que tenía en la mano y se acercó otro poco.

—Jefa, hemos acabado con la infestación de los vampiros…

—Oh, Travesera, eso no es así. Los echamos de su Nido. Ahora se distribuirán por todas la tierras que nos rodean. La infestación sólo podrá empeorar.

—En una generación, serán muchos menos —dijo la Chacal plácidamente—. En cuarenta o cincuenta falans. Ufánate ahora, y luego espera por el reconocimiento.

—No veo porqué serán menos…

—Valavirgillin, has sentido el poder de la esencia de vampiro. No hay homínido que pueda resistirlo, ni siquiera un Pastor Rojo. ¿No te has puesto a pensar que ellos también secretan esa esencia para conseguir pareja?

—¿Cómo?

—Los vampiros segregan el perfume cuando una presa se acerca. Cuando se consigue comida, es tiempo de aparearse. Al haber encontrado una cueva donde refugiarse, eso también es tiempo de aparearse, porque la cueva concentra la esencia. Era su esencia de apareamiento cuando sus ancestros eran como nosotros, y también ahora. Pero les hemos quitado el refugio y echado bajo la lluvia, la misma lluvia que no se ha detenido desde que Luis Wu quemó un mar, jefa. La lluvia lavará su esencia.

Valavirgillin pensó en ello hasta que llegó a creérselo. Entonces se enderezó con un salto, y gritó:

—¡Dejarán de aparearse!

El día estaba llegando a su fin. Antes de que llegara la noche, los cruceros debían encontrar un sitio donde los vampiros no pudieran alcanzarlos. Luego, a la mañana siguiente, trasvasaría el combustible del Crucero Dos al Uno, para regresar a casa.

Vala dijo:

—Y tú has conseguido la red de bronce…

—Hay algo que hemos de mostrar al mago —comentó la Chacal—… si es que el mago todavía vive, y si acaso nos estuviera observando, y si ese artefacto aún funciona.

—Habrás de conseguir más combustible en algún lado —comentó Vala.

La mujer asintió plácidamente.

—Haremos que nuestras necesidades sean conocidas. Los Nocturnos podrán colocar depósitos de combustible a lo largo de nuestro camino hacia el Muro. Supongo que Tegger y Warvia os lo han comentado: ellos viajarán con nosotros.

—No es mala idea. Hay rojos por todos lados; encontrarán un hogar.

—Sí.

—¿Qué precio propones tú por la compra de un crucero de comercio?

Travesera pestañeó.

—Ah, la legendaria avaricia de la Gente de la Máquina. Valavirgillin…, necesitamos el Crucero Dos para terminar con una amenaza que hace peligrar todo lo que vive bajo el Arco. Sabes lo suficiente para tomar en serio mis palabras.

—Lo tomo en serio, sí, pero mover vuestro pesado artefacto espía no formó parte de nuestros acuerdos…

Valavirgillin sonrió, recordando las negociaciones fuera del recinto del Thurl. Pensar que ella hizo tantos esfuerzos para lograr que los Chacales se adhirieran a la lucha contra el Nido de Sombras… No hubiera podido dejarlos afuera ni apuntándoles con el cañón.

—Habéis pasado notables trabajos para conseguir esa cosa espía de Luis Wu. Pensasteis ocultármelo, estoy segura, pero ¿cómo hubierais podido?

Travesera se encogió de hombros, con lo que pareció que se había dislocado.

—¿Cómo íbamos a saber que no podríamos retirar la red de donde estaba apoyada? Pensábamos enrollarla y salir caminando. Pero está enterrada en el ladrillo, y por ello ahora han cambiado nuestras necesidades.

»Valavirgillin, compraremos tu crucero —mencionó una suma—. Pagadera en Ciudad Central, por cualquier representante local de los Nocturnos, cuando hayas regresado allí.

—Es vuestro.

El dinero rozaba apenas lo razonable, pero ¿y qué? Mucho tiempo antes de que Vala se hiciera de él, Travesera conseguiría el combustible para simplemente «llevarse» el Crucero Dos, si acaso ella no lo mencionaba antes. Vala comentó:

—He de explicarle esto a mis superiores. ¿Tu gente me apoyará?

—Tus asociados podrán enterarse de todo lo que diré esta noche. Algunas cosas han de quedar en secreto. Pero comamos primero, jefa. ¿No está lista aún tu comida?

En ese momento, Foranayeedli gritó dos palabras en la lengua de Ciudad Central:

—¡A comer!

El hambre clavó sus uñas en el estómago de Valavirgillin.

—Ése es mi nombre secreto —dijo a Travesera, y se marchó hacia el fuego.