Capítulo 16

Red de Espías

Una sombra cruzó la luz que daba en los cerrados párpados de Tegger. Estaba lo suficientemente cerca del despertar como para poder disfrutar del calor y la relajación, del tacto de la espalda de Warvia contra su pecho y abdomen, del aroma de su cabello. Si se despertaba ahora, volvería a pensar en el hambre.

¿Cómo iba a alimentar a Warvia? Las aves carroñeras se habían ido, alejadas por el humo y el tufo a alcohol de los cruceros y el griterío de los héroes. Había vampiros —se asustó de un repentino recuerdo—, pero ¿qué podía hallar para comer un Rojo?

«Alejar a los vampiros», pensó. Bajar luego y cazar.

Durante el día, todas las sombras eran verticales. Debía haber caído ya la noche, y éstas debían ser las luces de los muelles. «¿Quién podría haber pasado a mi lado a la noche?», se preguntó de repente. Abrió los ojos.

Dos espaldas peludas se movían, dentro y fuera de la luz, caminando por el Sendero del Borde.

Tegger se desprendió del contacto de Warvia. Encontró una manta y la cubrió con ella. Arpista y Travesera se internaban en la Escalera. Tegger los siguió al acecho.

El de los Amos de la Noche era un grupo muy reservado. Tenían todo el derecho a tener sus secretos, pero los Rojos eran curiosos por naturaleza.

Los Chacales se movieron bajo el brillo de la luz artificial. La tripulación había hallado otros bornes que Tegger no encontró. La noche era su elemento, pero en esta noche en particular eran ellos quienes estaban medio cegados. ¿Los estorbaría eso? Los Chacales dependerían en gran manera de su olfato.

Las casas se escalonaban a lo largo de la Escalera. Había gran cantidad de escondrijos. Tegger se cubrió tras de árboles y paredes, manteniéndose a buena distancia. ¿Dónde estaban los Nocturnos?

Saliendo por una ventana rota, quejándose en su propia lengua. Tegger había encontrado una familia completa de esqueletos en esa casa. ¿Estarían buscando carroña? No encontrarían sino huesos…

Al llegar al tope de la Escalera, se introdujeron en la Sala de Banquetes. Nada había allí tampoco, recordó Tegger. Esperó oculto en una alberca, mirando por sobre el borde.

Salieron al poco tiempo, y continuaron su camino. El ápice de la Ciudad —la chimenea— estaba en sombras. ¿Treparían allí, para ver sus dominios? Pero cuando Tegger intentó seguirlos, encorvado, no vio lugar donde ocultarse más allá de la Escalera. Se volvió más cauteloso aún.

Oyó un sonido fuerte, a metal golpeado.

Trepó a una de las escalas y atisbó desde la cima de un tanque de químicos, confundiendo su silueta en un mazo de tubos.

Los necrófagos se encontraban en la base de la chimenea. Estaba demasiado oscuro ahí para que se pudiera apreciar lo que hacían. Escuchó una sierra cortar rítmicamente ladrillos. Bajó del tanque e intentó acercarse.

No era comida lo que buscaban. ¿Qué sería, entonces? Se asomó ligeramente por detrás de un muro, y Travesera lo tomó por la muñeca.

Aterrorizado, Tegger decidió no echar mano a la espada. Susurró:

—Soy Tegger…

Travesera exclamó:

—¡Tegger! —le sonrió—. Estabas dormido, claro; no lo sabes. Valavirgillin está segura de que debe haber lámparas para iluminar la estructura que está debajo de nosotros. Sólo necesitamos encenderlas. Eso fue lo que pensamos, pero las llaves deben estar abajo.

—¿Dónde? ¿En la fuente?

—En la fuente, las oficinas, el escenario, en algún sitio. Es lógico que quienes trabajaran ahí quisieran manejar las luces por sí mismos. Vala ha restaurado el cable que conduce la energía del sol.

—También se necesita un medio para llegar ahí —dijo Arpista de pronto, saliendo de la nada. Los Chacales podían enseñarle a los Rojos a acechar—. Pensé que tal vez podríamos encontrar una escalera, algo para la gente, para uso de los visitantes. La rampa no es para eso.

—La rampa es para los vehículos —dijo Travesera—. La gente se vería amenazada por ellos.

—Entonces buscamos una escalera a lo largo de la chimenea, porque ya sabemos que se interna muy abajo; pero Travesera tuvo una mejor idea.

—Esa chimenea debe conectar con un horno —dijo Tegger.

—Se conecta con muchos hornos, a través de muchos canales. Los inspeccionamos —Arpista sonrió con sus grandes dientes—. ¿Vienes? ¿O prefieres espiarnos?

—No hay mucha distracción aquí para un Pastor Rojo hambriento.

—Tú has resuelto eso antes. Te has comido…

—Ven, entonces —dijo apresuradamente Travesera—. Te entretendrás al menos.

—Sé bien qué he comido… —dijo Tegger.

—Pero ¿a quién se lo contarás? ¿Acaso a tu pareja?

—Sí.

Travesera se detuvo y se quedó mirándolo.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto que tengo que decírselo a Warvia.

Arpista lo miró a los ojos.

—Había cuatro vampiros en la rampa, y mataste a tres. A la mujer que quedaba le rompiste los dientes, rishaste con ella y luego le cortaste un trozo de carne. Parece claro que te la debiste haber comido…

—Recuerdo ver llegar a los cruceros —admitió Tegger—, en medio de las sombras. Tenía que bajar por la rampa para proporcionarles luz a los conductores. El olor y el hambre me volvieron loco, e hice cosas insanas…, pero aún así pude arrojar las antorchas y el combustible.

Al final, fue Arpista quien retiró la mirada.

Una o dos mesas cayeron mientras trepaban por los enormes escalones de la Sala de Banquetes. Los Amos de la noche no parecían tan diestros aquí dentro.

—Después de que la jefa dijo lo de las luces —comentó Travesera—, intenté imaginarme qué otra cosa se necesitaría ahí abajo. Y pensé: comida.

Arpista empujó la puerta de la cocina y esperó a que los otros lo siguieran.

En la gran habitación hacía un calor sofocante.

—No toquen nada —dijo Tegger—. Tendría que haber quitado esas tiras…

—Habrás de recordar cuáles no eran las luces…

Tegger asintió. Comenzó a retirar los contactos de tela, tironeando de ellos en medio de sacudidas y chispazos.

—Imaginaos la gente que trabajaba abajo, en las oficinas —dijo Arpista—. O sentada en filas frente a un escenario. O sólo mirando caer el agua. ¿Les daría apetito? Los omnívoros suelen estar siempre hambrientos.

—Quizá no hubiera sólo omnívoros —sugirió Travesera—. Otros homínidos también. Tal vez por asuntos diplomáticos.

—Parece poco práctico —dijo Tegger—. Cazar en la superficie, o plantar, o criar; luego traerla de las granjas. ¿Qué sigue? Quemarlas, cortarlas y mezclarles condimentos. Muy bien. Pero ¿porqué subirlas hasta aquí sólo para tener que llevarlas de vuelta hasta abajo?

—Lo que dices tiene sentido —reconoció Travesera.

—Sí —dijo Arpista—. Bien, nosotros no encontramos nada, pero la iluminación es demasiado brillante allí adentro. Fíjate si puedes ver algo, Tegger —y abrió la otra puerta.

Era la cámara de almacenamiento que Tegger había explorado antes. Brillaban las luces en el techo. Había puertas y cajones a todos los niveles y de todos los tamaños, y todo abierto. Él no las había dejado así. La pandilla completa debió de haber pasado por el almacén.

Había estantes tras las puertas, y no mucho en ellos. Plantas resecas de varios tipos, algunas llenas de hongos.

—Los Recolectores y los Gigantes encontraron algunas raíces secas, y no mucho más. Pero esas luces son cegadoras, y si las apagamos, parece como si estuviéramos bajo tierra.

—Pero… ¿acaso no podéis ver en la oscuridad?

—Los Nocturnos podemos ver de noche, gracias a la luz del Arco. Pero aún bajo la lluvia, nunca está del todo negro.

Ninguna de esas puertas era lo suficientemente grande como para un Recolector, siquiera.

—¿Acaso habéis encontrado otras puertas?

—Ninguna del tamaño de un hombre.

Una voz dijo, alegremente:

—¿Y si pensáis en el Pueblo Colgante?

Tegger dio un salto. ¡Esa era Warvia!

Ella lo miraba desde arriba de una gabinete con grandes puertas.

—¡Warvia! ¿Cómo llegaste aquí?

Ella rio, halagada por su sorpresa.

—Te seguí cuando dejaste el muelle. Cuando te apresaron, me bañé en una alberca llena de agua; así pude acercarme más.

—Muy prudente —reconoció Arpista—. Nuestro sentido del olfato es mejor de lo que imaginas. Bien, ¿quieres participar de nuestro juego de adivinanzas?

Ella saltó hasta el piso. En su espalda traía uno de los lanzallamas de Valavirgillin.

—Escuché la mayor parte, y he resuelto algo de él. ¿Me siguen?

—Adelante.

Warvia los llevó hacia la habitación caliente.

—Como suponéis —dijo—, la comida en bruto llegaba desde los muelles, probablemente por las callejuelas. Lo que le hacían en esta habitación probablemente sería algún proceso químico, cosas que ninguno de nosotros hace con los alimentos. Pero si la comida debía llegar abajo, tenía que ser ya partida en porciones individuales.

—¿De veras? ¿Porqué lo piensas?

Warvia se movió entre las mesas, superficies calientes y puertas.

—Vosotros estáis viendo un espectáculo. O estáis discutiendo vuestros derechos de pastura, aguas y límites entre especies. O vuestro Thurl habla del futuro de vuestra tribu. Llega vuestra cena, consistente en medio antelop. Bien cocido por fuera y seco por dentro, como os gusta, y alcanza para veinte de vosotros…, pero sois veintiséis. ¿Y ahora qué?

«Ha pensado mucho en esto hasta hallar una respuesta», se dijo Tegger. Vio que ella disfrutaba contándolo.

—Pues pelearíais por vuestra parte. O intentaríais haceros con ella, y habría varios intentando hacer lo mismo. Olvidaríais la función, o el discurso, o lo que fuera. Los actores se enojarían, el Thurl os gritaría. Pero… si os llegaran porciones individuales, no habría por qué luchar.

Había una pequeña puerta en la pared a su lado, gruesa y con una ventana, mostrando dos estantes en una caja. Warvia abrió la puerta y puso su mano en…

—¡Está caliente! —gritó Tegger.

—Toqué la puerta antes, querido. Mirad esto.

Empujó contra el fondo de la caja, y ésta se meneó. Cerró la puerta y activó una llave en la pared.

La caja desapareció, dejando un espacio vacío en su lugar.

—La puerta no puede abrirse ahora —dijo, y les mostró.

—¿Habrá ido muy lejos? —preguntó Arpista.

—Debe de ir al lugar desde donde se pidiera la comida. Escuchando lo que vosotros decíais, yo no veía el porqué tuviera que ir «alguien» a llevar la comida abajo. Entonces revisé cada puerta, y abrí las que no estaban calientes, y esto es lo que apareció. Luego hallé dónde poner el trapo de Vala.

Arpista movió la llave a su posición original. La caja retornó.

—Esa caja no puede llevar a un hombre.

—Yo cabría, si se pudieran quitar los estantes.

Tegger también hubiera cabido, quizá, pero ni se le ocurrió mencionarlo. Era la solución de Warvia, y la elección era de ella. Los Pastores Rojos son muy territoriales.

Quitaron fácilmente los estantes. Tal vez los antiguos Ingenieros de las Ciudades enviaban a veces un antelop completo, o algo de ese tamaño. Warvia luchó por introducirse por sí sola en el espacio resultante, pero no pudo.

Los Chacales la levantaron y la metieron dentro. De costado, sus pies y brazos quedaban fuera. De frente o de espaldas, sus piernas no podían doblarse tanto. Tegger pensó en desgarrar la parte superior de la caja, para ver si podía conseguirse espacio extra. Pero lo que dijo finalmente fue:

—Jamás entrarás ahí si piensas también llevar un arma…

—¡Iré desnuda, entonces! —refunfuñó ella, con voz forzada.

—Tú no cabes —concluyó Travesera—. Ésta es una caja para un Recolector. Pero prueba cuanto quieras, Warvia querida; no tenemos prisa. Arpista, amor mío, nuestro trabajo aquí ha terminado. Los Pequeños no despertarán hasta que sea pleno día.

Mientras volvían a los muelles, Los Amos de la Noche conversaban.

—Deberíamos enviar algo antes de nuestro emisario —estaba diciendo Arpista—. Quizá una botella de combustible, balanceada de forma tal que se volcara al llegar. En caso de que hubiera vampiros entre el lugar donde llegue la caja y el sitio de los bornes. Una bomba incendiaria, ¡pompff!

Tegger no sentía ánimo de charla, y Warvia estaba muda. Al llegar a los cruceros se deslizaron bajo el toldo, y vieron a Arpista y Travesera seguir camino.

Entonces Warvia tomó la mano de Tegger y lo hizo salir por el lado opuesto del toldo. Corrieron en silencio hacia donde los muelles se adelgazaban para convertirse en el Sendero del Borde.

—Hemos explorado mientras dormías —dijo en un susurro—. Sígueme.

—Tengo que contarte una cosa —dijo Tegger.

—¿Lo de la rampa? Ya escuché; te volviste loco. Yo también, ¿recuerdas? Somos pareja aún, pero… Amor mío, no veo cómo podremos regresar a nuestra casa.

Tegger suspiró, aliviado de que tal pesadilla pudiera arreglarse tan fácilmente.

—¿Adónde iremos, entonces?

—Tengo una idea. Ven.

Corrieron siguiendo un zigzagueante camino a través de pasadizos, trepando y siguiendo a lo largo de tubos, ascendiendo.

Warvia lo guió hasta las cercanías de la Sala de Banquetes, luego más allá, y detrás de la chimenea, y alrededor, deslizándose ahora sobre sus vientres, a través del sonido de metal torturado.

El ruido cesó.

Warvia le hizo gestos de que se quedara atrás. Se alzó y caminó hacia delante, diciendo:

—Muy bien. Ahora, ¿cómo iréis hacia abajo?

Arpista y Travesera descargaron de sus manos el gran trozo de pared cerámica cortado, apoyándolo en el suelo. El espesor era de unos cuatro dedos; debía de ser bastante frágil, pensó Warvia. En el frente visible había una red de bronce, de intrincadas formas.

—Nosotros amamos nuestros secretos —dijo al fin Arpista—. De todas formas, esta losa irá derecho al crucero. Hemos de mostrársela a la jefa. Entonces, ¿cuánto es lo que sabes?

—Os vi cortándola. Le eché un vistazo luego, cuando habéis apartado a Tegger de aquí. ¿Qué es eso? ¿Por qué os interesa?

—Creemos —siguió diciendo Arpista— que es un ojo y un oído, y tal vez una nariz. Creemos que pertenece a Luis Wu y a sus aliados de fuera del Arco.

—Pensamos que fueron ellos quienes centraron el sol —informó Travesera—. Si es así, son inmensamente poderosos. Podremos decirles cómo usar su poder, si es que conseguimos comunicarnos con ellos.

»Luis Wu se fue dentro de una especie de tubo volador. Más tarde, nuestras fuentes nos dijeron que se había visto ese tubo, u otro igual, dando vueltas por aquí. Otros han reportado más de estas telarañas, en distintos lugares. Deben ser unos artefactos para espiar.

—¿Hablarán con él? —preguntó Warvia.

—Lo intentaremos. Si no hay respuesta, al menos llevaremos el artefacto adonde pueda mostrar lo que queremos que vea.

—Tegger y yo no podemos volver ya con los nuestros —comentó Warvia, cuidadosamente—. Pero si el Pueblo de la Noche hablara de nosotros en términos heroicos, podríamos quizá encontrar otra tribu de Rojos que nos aceptara. Pensando en eso, ¿adónde es que piensan viajar?

Arpista comenzó a reír con lo que parecían ladridos. Travesera sonrió y lo palmeó, diciendo:

—¡Tonto! Ellos no tienen que ir tan lejos. Warvia, nosotros… No, dime en cambio: ¿cuánto resistes?

Warvia hizo una seña. Tegger se hizo ver. De todas formas, era inútil esconderse, pues ya reía a carcajadas.

—Si pensáis que podéis noquearnos, sólo intentadlo.

Arpista se recuperó de su ataque de risa, y comenzó a hablar.