Capítulo 15

Energía

En el brillo del pleno día, Tegger los guió a la Escalera para mostrarles sus descubrimientos.

Lo encontró frustrante. Warvia se metía en las casas, en las junglas de plantas ornamentales y en las albercas a medio llenar, y luego volvía llena de preguntas. Tegger no pudo seguirla; debió acomodarse al paso de los otros. Los Recolectores eran aún más rápidos, y se metían en sitios a los que un Rojo no podía acceder; y luego volvían a cotorrear con los Gigantes.

—Aquí; esos vegetales debían serviros —dijo Tegger a Waast, que era el único Gigante que tenía a mano. Ella tomó un puñado, le sonrió y se fue masticando tras Perilack y Silack, dentro de una casa derruida—. No he visto ningún herbívoro —le comentó a Coriack—. También busqué roedores, pero nada. Bueno, ya encontraremos algo que comer. He visto arañas, si no hay otra cosa. ¿Hemos traído a alguien que coma insectos? —le hablaba a Valavirgillin ahora—. Uno podría pensar que debía haber animales que se comieran las plantas, pero no pude encontrar otra cosa que aves carnívoras, y no he visto insectos tampoco.

—¿Y carroña? —preguntó Vala.

Se lo pensó un rato.

—Sólo huesos secos, por lo que puedo recordar. Los Chacales no comerán hasta que muramos de hambre nosotros. Pero encontré éstas, mira: pomas, una fila completa de pomeros.

Vala partió un fruto y comenzó a comerlo. Servirían por un tiempo.

—Tegger, ¿qué fabrica esta factoría?

—Encontré un depósito lleno de ropas; tal vez fueron hechas aquí. Realmente no he mirado gran cosa.

Vala estaba interesada en las fábricas. Con su mochila repleta de la mágica tela de Luis Wu, debía poder poner en funcionamiento unas cuantas cosas. Aún si no podía —porque se hubieran deteriorado—, debían poderse encontrar muchas maravillas de antes de la Caída, acumuladas en playones o depósitos, esperando a ser embarcadas.

Pero Tegger debía estar hambriento. Su raza era de las que debía comer ahora. El lucro podía esperar… a que se encontrara una forma de salir de ahí.

La partida trepó hasta la cúspide de la Escalera y penetró en el domo superior.

Lo que Tegger había encontrado misterioso, fue claro para la Gente de la máquina. Barok sonrió y guió al grupo hacia la cima de las gradas y al cuarto posterior.

—Un salón de banquetes —aseveró—. Los Ingenieros de las Ciudades son omnívoros y cocinan. Les encanta la variedad. ¡Miren ese equipamiento!

—Hay unas cajas y partes que se calientan —dijo Tegger.

—Sí, y una tabla de trocear.

Por encima de la Escalera estaban la chimenea y su escalera espiral. Warvia estaba ya en el borde superior, pateando el aire libre, mirando abajo la factoría y las tierras de alrededor. Parecía indecentemente feliz.

—Aquellos que nadan deben ser nuestros amigos del río… ¿los veis? ¡Rooballabl! —gritó alegre—. ¡Eh, alguno de ustedes venga aquí arriba y cuéntenles a todos que lo hemos logrado! Han de pensar que soy Tegger…

Vala trepó la escala en espiral para unirse a ella, pasando al lado de una telaraña de bronce que colgaba del costado. Luego hubieron de moverse para dejar sitio a los que siguieron: Coriack, Manack, Paroom, Barok. Tegger se detuvo un momento para estudiar la telaraña, luego se unió al resto.

Hay algo cuando se está en la cima de… cualquier cosa, que a uno lo vuelve dominante.

Yendo a lo práctico, Vala no podía ver nada de lo que más le interesaba: los vampiros debajo de la factoría y en las zonas aledañas. Pero entre las montañas, unas lentas y pálidas corrientes fluían por los pasos. Ya a lo largo del río se volvían puntos individuales: vampiros retornando por millares.

El río y las montañas nevadas brillaban bajo la luz parcial del sol. Algo más cerca, dos formas negras y rechonchas flotaban en el brillo. Vala y los otros saludaron con las manos en alto. Ya más tranquilos, Rooballabl y Fudghabladl se sumergieron.

Se podía ver toda la factoría. Tegger había encendido luces por doquiera. Una doble línea verde en zigzag revelaba la Escalera. No había nada más que fuera verde; al menos, no en derredor de la chimenea. ¿Qué comería la araña?

Los techos planos de depósitos y fábricas, y los curvados de los tanques, todos eran de color gris brillante. La única excepción eran las casas de la Escalera, donde el verde brillante estaba en los grandes peldaños.

—Vala, ¿ves esos tejados grises? —le dijo Paroom.

—Sí, ¿qué sucede?

—Todo lo que recibe el sol de plano tiene el mismo color. Ese material debe estar juntando la luz del sol.

—Pero… ¡claro! —dijo Tegger, con enojo.

—¿Te he molestado? —le sonrió Paroom.

—Sí, pero es obvio una vez que… Déjame ver, no pueden haber recibido mucha luz a través de tanta nube, pero nada de energía se ha usado hasta que yo no llegué aquí, de modo que…

—Puede acabarse, entonces. Será mejor apagar las luces durante el día.

—La placa de transporte tenía ese color, también. Ése fue el motivo por el que pude volar hasta aquí, y la causa de que luego la burbuja se cayera. Entonces, el rayo es la luz del sol… ¿Apagarlas? Paroom, ¿para qué guardaremos la energía?

—No lo sé —respondió el Gigante—, pero me disgusta el derroche. Dejad las luces del muelle, en todo caso, que es donde los vampiros suben. Eso es lo que yo creo.

Tegger se encogió de hombros. De repente, pareció exhausto; Warvia lo llevó abajo, murmurándole al oído.

El resto del grupo no encontró nada digno de destacar. Como turistas de vacaciones, volvieron en grupo a los cruceros. La mayoría de ellos estaba listo para dormir por semanas.

Pero los Recolectores sólo dormían de noche. Los cuatro lucían alertas a mediodía, a pesar de todo. Eran los únicos entre los invasores. Vala destinó a Manack y Coriack como guardia, y luego se arrastró bajo un toldo.

Forn estaba allí, durmiendo como un tronco, y no sólo por el cansancio, sino también por la debilidad de las continuas sangrías. Pobre chica. Parecía en paz, pensó Vala. Mojó una toalla en alcohol y limpió cuidadosamente las feas heridas de su cuello. Luego estiró una manta y se tendió.

Cuando Beedj entró, ella cerró sus ojos para evitar el resplandor.

El gigante desparramó un par de brazadas de hierba en el espacio que quedaba, y se recostó allí. Viendo que Vala no estaba dormida aún, comentó:

—El Rojo estuvo muy sagaz.

—Ahá.

—Tal vez podamos ir un poco más allá.

—¿Mmmh?

—Jefa, podemos acumular más agua. Abrir agujeros en el techo de todas esas factorías, tanques, lo que fueren. Y lo que no sean techos, sellarlo, para que el agua no pueda salir. Taponar con ropas los canales. Y que llueva. Esta cosa bajará más todavía, y aplastará a los vampiros.

¿Podía ser la solución? Vala estaba demasiado cansada para pensar…

—No.

—¿Quién dijo eso?

—Foranayeedli. No es plano allí abajo, Beedj. Hay una estructura tan grande como el edificio de Administración de Ciudad Central.

—Oh, flup, bien debes saberlo; has estado viviendo ahí… ¿Qué clase de estructura es, Forn? ¿Es como una estatua, o como un edificio? ¿Es algo que se pueda voltear?

Forn comenzó a responder. Vala se arrastró afuera sujetando la manta, y se internó en la cabina. Estiró la cobija y…

—Valavirgillin, éste es un buen momento para echar una mirada al Nido de Sombras —dijo una voz. Arpista.

—No olí que estabas.

—Hemos echado una mirada a la Escalera antes de acostarnos. Hay una hilera de casas, ¿las viste? Y piscinas… Maravilloso. Y pastos donde secarse luego.

—Me alegro mucho. Es un buen momento para dormir, Arpista.

—Los nocturnos también duermen, jefa. Durante el día yo prefiero dormir —la picó en el costado con una zarpa, para enfatizar—; lo mismo hacen los vampiros. Estarán entorpecidos, en letargo. Podemos empujarlos fuera de la rampa. Lo único que me preocupa es la luz del día. ¿Puedo tomar a algunos de los Recolectores y bajar?

Vala intentó pensar.

—Puse a dos de guardia. Llévate a Silack y Perilack. Y a Kaywerbrimmis —porque ya había dormido algo, y prefería que hubiera varios puntos de vista—. Pregúntale a Beedj, también —el heredero del Thurl era voluntario para todo… ¡Flup!

Vala se sentó y tomó una pistola y un lanzallamas.

—Y yo.

Fueron ocho: dos de la Máquina, Beedj, dos Recolectores, Warvia y los Chacales. Los Amos de la Noche se movían por delante del círculo de luz que proyectaba la llama piloto del lanzallamas de Vala. El resto iba tras ella, enmascarados con pimentena y medio ciegos.

Vala miró a los cuatro vampiros muertos. Pero debió haber mirado adónde pisaba. Resbaló… en un puñado de dientes de vampiro, filosos y agudos como los de los Rojos. Seguramente la única hembra había perdido los dientes, como Paroom había descrito, y no sólo había sido acuchillada… Vala se estremeció.

Travesera había girado, perdiéndose de vista. Vala recuperó el aliento y pensó gritarle, pero en el ínterin también Arpista se escabulló. En lugar de gritar, Vala levantó el soplete y rompió a trotar, hallando a los Chacales parados al lado de un vampiro macho que aún se crispaba.

Se movieron. Deliciosos y corruptos olores se abrían camino a través de la pimentena que Vala respiraba, pero su mirada seguía bajando.

La partida se detuvo tres vueltas más abajo, a dos vueltas y media por encima del suelo infestado de vampiros.

Por los laterales del Nido de sombras se derramaba un círculo interrumpido de luz del sol, lo suficientemente brillante para molestar.

El suelo estaba oscuro a ambos lados del río, en unas parcelas del tamaño de enormes granjas. Eso era hacia babor y antigiro, donde el río se introducía en la sombra. En esos bancales crecían enormes hongos, y los vampiros descansaban debajo de ellos. Granjas de sombras. Un centenar de variedades de hongos habrían arraigado ahí antes de que los vampiros llegaran. Los enormes vegetales deben haber sido demasiado grandes para morir a los pisotones.

Directamente debajo de la rampa, había un pavimento de un material similar al que el Pueblo de la Máquina usaba en sus carreteras.

—¿Lo ves? Hay bastante claridad —comentó Travesera.

—Espero que se levante algo de viento… —respondió Arpista.

Viento, sí. Vala podía sentir la locura burbujeando en su sangre. El poderoso olor de la pimentena parecía sólo una decoración del rotundo aroma a esencia. El viento empujaría aquello lejos. Debía de haber decenas de miles ahí abajo, pensó, y algunos habían comenzado a mirar hacia arriba.

Warvia respiraba aceleradamente. Sabía que sus intenciones podían ser doblegadas. Kay se apartó de Vala: no era momento de distracciones. Los otros parecían bajo control. «Intenta concentrarte», se dijo. Esa estructura central…

La fuente no era sólo una fuente. Había ventanas en la cara que estaba orientada hacia ellos, y pequeños balcones sin barandillas, y escaleras exteriores. Parecían oficinas más que viviendas.

En parte de su contorno, una zona plana se iba elevando en arcos concéntricos, similares a los escalones del domo restaurante. Eso debía ser una tribuna… Unas pilas de podredumbre en las esquinas debieron ser cortinas; unas estructuras derribadas parecían escenarios; una pared delgada medio derrumbada, mostraba una estructura tipo panel de abejas con iluminación. Valavirgillin se preguntó si alguien más entre ellos habría reconocido eso por lo que era.

El agua caía desde arriba —una cascada rodeada por gigantes en sombras— y rodaba alrededor y a través de cada parte de la estructura. Unas estatuas de Ciudadanos lanzaban agua desde grandes cuencos. El agua fluía por detrás del escenario, como un permanente telón de fondo. De tal forma regados, multitud de hongos de llamativos colores crecían por detrás de las estructuras de oficinas. Toda el agua terminaba en el río, a través de una serie de tubos y canales.

Forn estaba en lo cierto. Ese cúmulo de albañilería era tan grande como un Centro Cívico. No soportaría la masa de la Factoría, seguramente, pero sí el peso de toda el agua que pudieran reunir.

—Muy bien, de acuerdo. No podemos aplastarlos con la factoría si esa cosa está en medio —admitió Perilack—. Pero ¿qué sucedería si la moviéramos a un costado? Algo la debe retener aquí. ¿Y si la hiciéramos perderse a lo lejos? Dejemos que los vampiros corran detrás de ella… Eso nos daría unos blancos formidables, ¿no creen?

—Ella tiene parte de razón —comentó Travesera—. Algo la retiene aquí, algo…

Se puso a hablar con Arpista en su idioma, y Vala se volvió. Ni los Amos de la Noche serían capaces de enviar una ciudad flotante a la deriva.

Arpista volvió a la lengua del Comercio.

—Está como en el fondo de un cuenco, un punto bajo en el área del campo magnético. Podríamos remolcar el flotador si tuviéramos poder suficiente, pero ¿con dos cruceros de vapor? Flup, hubiera deseado que nunca escucharan hablar de Luis Wu y sus milagros…

Estatuas, filas de ventanas, un escenario, una fuente…

—¿Qué es lo que falta? —se preguntó Vala en voz alta.

—¿Qué dices? —Travesera la había escuchado.

—Dime lo que ves.

La mujer Chacal condescendió.

—Oficinas. Apostaría que públicas. Las habrán puesto aquí abajo para no tener que recibir arriba a las visitas políticas. El escenario debía ser para charlas y conferencias, y también para números, imagino. Parece un centro de reuniones sociales.

—Me gustaría ver el otro lado —dijo Arpista.

—¿Qué piensas hallar ahí? —le preguntó Vala.

—Un podio, imagino. Éste es un escenario para recreación, no parece apropiado para discursos. Apostaría que el que lo diseñó ganó un premio por haber involucrado la fuente como motivo principal. Piensa qué hermoso se vería si no estuvieran los vampiros ahí.

—¡Lo tengo! —gritó Vala—. ¡Luces!

Los ojos de los Amos de la Noche fulguraron hacia ella.

—¡Luces! —insistió—. Teatro, música, discursos, oficinas de esto y aquello, una escultura premiada… —el canto de los vampiros subió hasta ellos como eco del grito de Valavirgillin, pero los guerreros estaban preparados—. Nadie excepto un Chacal podría esperar que todo eso se diera en la oscuridad… ¡Warvia, Tegger debe de saber dónde se encuentran las luces de este sitio!

Warvia había vuelto a sus cabales ahora.

—Él ha encendido todas las que encontró.

—Flup.

—Jefa, las palancas deben estar aquí abajo.

—Flup, esto puede ser odioso.

—Ya las veo —apuntó Arpista—. Warvia, ese grupo de esculturas de la cima… ¿Lo ves? Unos guerreros de la altura de tres hombres. Todos ellos llevan lanzas…

Vala podía ver vagamente las figuras que mencionaba el Chacal, pero nada más. El anillo de luz no llegaba a alumbrar tan alto.

—Todo lo que veo es una gran mancha negra —respondió la Roja.

—Están allí —dijo Travesera—. La de la cima…

—Es más grande que las otras, tan gruesa como mi pierna, y no tiene punta. Sólo se introduce en el techo. Es una cañería para la energía. Lo siento, jefa.

—¡Flup! ¿No son cañerías de agua? Por supuesto que no, si tenían toda el agua que necesitaban. Muy bien. Buscaremos arriba primero, porque es más sencillo. Dile a Tegger que nos muestre las que ha encontrado; luego buscaremos por donde él no estuvo.

Warvia se negó a despertar a Tegger.

—Jefa, ¡ya te ha contado todo lo que sabe!

Los Chacales se retiraron rápidamente de la búsqueda. Nadie podía esperar que los Amos de la Noche supieran dónde hallar las llaves de la luz…

El resto se desparramó por la ciudad. Valavirgillin cortó en trozos una de las telas de Luis Wu —alguna vez el más preciado de sus secretos— y las distribuyó.

Trastearon con las borneras y los comandos que Tegger les había mostrado, y la ciudad poco a poco se fue encendiendo hasta rivalizar con la luz del día.

Unas delgadas tiras de brillante gris corrían a los lados de algunos edificios, desde los techos. Varios de los aliados siguieron esas tiras para ver adónde convergían. Cuando Twuk tuvo al alcance a Valavirgillin, le mostró un agujero que atravesaba el piso, aproximadamente en el centro del flotante; tenía el grosor de una pierna. Ella metió la mano y halló trazas de polvo en las paredes internas; llevó la mano a sus narices para olerla. No podía estar segura de que eso oliera a superconductor echado a perder, pero Vala no dudó respecto a lo que había encontrado.

No le agradó lo que había que hacer a continuación, pero no había más remedio. El canal debía tener unas veinte alturas de hombre. Cortó en tiras todas las telas que le quedaban, las ató por tramos y tuvo una cuerda; la sujetó a un reborde de la pared y la dejó caer por el agujero hasta que pendió floja.

¿Qué estaría tocando abajo? Quizá la base de la estatua más alta, a través de la lanza hueca. Ojalá hubiera abajo una línea de energía en buenas condiciones. Había hecho cuanto podía desde allí. Ahora usó una rama para mover el extremo de la soga hasta el lugar donde se unían las tiras grises. No encontró forma de sujetar la soga en posición contra las tiras —no había ningún borne en que enrollarla—, pero podía presionarla contra ella con cascotes, tantos como pudieran mover tres Gigantes, si hiciera falta.

Las nubes se oscurecieron y comenzó a caer una llovizna constante. Los exploradores soportaron todo lo que pudieron y luego volvieron hacia la zona de los docks, chorreando agua. Todos miraron hacia la rampa. Los Gigantes fueron los últimos en llegar, y los otros les contaron lo que habían visto, pero ellos quisieron verlo con sus propios ojos y se asomaron también a la rampa.

El Nido de Sombras permanecía a oscuras.