Invasión
Una mano de uñas puntiagudas se apoyó en su muñeca.
—¿Travesera? —susurró Vala.
—Arpista. Mi pareja está despertando al resto. Debes ver algo.
Se sentía como si recién hubiera cerrado los ojos. Se liberó de la manta, sin decir: «Más te vale que sea algo importante». Las distintas razas tenían distintas prioridades, y eso era algo que un comerciante aprendía enseguida.
Noche cerrada y lluviosa. El techo sobre el Nido de Sombras era una constelación de luces. Arpista había vuelto al crucero. Salieron Waast y Beedj, luego Barok.
—¿Qué sucede, jefa? —preguntó éste último.
—No veo nada nuevo.
Warvia se acercó a ellos.
—Está muy oscuro ahí debajo, Valavirgillin.
—Ya lo creo.
—La rampa… Vala, ¿realmente no alcanzas a ver? No sólo la rampa, toda la ciudad ha bajado un poco. Flup, Manack estaba en lo cierto…
La tripulación del Crucero Dos llegó en manada, entre bostezos y conversaciones. Ninguno vio algo distinto de Vala, pero Arpista llegó al lado de Warvia y declaró:
—No es nuestra imaginación. Los vampiros están intentando alcanzar la rampa a saltos, aunque aún está demasiado alta para ellos.
—Estarán arriba en poco tiempo.
—¡Es Tegger! —gritó Warvia—. ¡Él lo ha hecho!
—Pero… los vampiros subirán por la rampa…
Vala se preguntaba si esto realmente estaba pasando. Nadie podía ver el menor cambio excepto Warvia y los Chacales, y aún ellos decían que la rampa no estaba tocando el suelo…
—¡Todos a bordo! —gritó Valavirgillin—. Quien se quede abajo se lo pierde. ¡Llegó la hora de subir a la Ciudad!
Tegger yacía sobre su estómago, mirando por encima del borde del muelle. No veía vampiros todavía. Éste no era un buen territorio de caza para ellos. Sus únicas presas eran los atontados prisioneros bajo la sombra, y unos pocos y desnutridos vagabundos encontrados por allí. Estaban lo suficientemente hambrientos como para atrapar animales y vaciarlos de sangre.
Abajo estaba oscuro y la lluvia borroneaba todo, pero los cruceros eran inconfundibles. Se movían despacio, con el lodo y la arena entorpeciendo la rodada.
Cuatro vampiros encararon hacia el primer carromato, corriendo veloces como Rojos, y treparon hacia el banco de pilotaje.
Los Recolectores cayeron desde la torreta, con trapos protegiendo sus bocas y espadas en la mano. Paroom se puso de pie en la parte trasera, balanceando algún tipo de maza. Enseguida los invasores comenzaron a implorar, pero después de unos breves instantes, dos habían muerto y los otros saltaban alejándose, mientras la maza de Paroom golpeaba a uno de ellos en el aire…
Un ramalazo de alerta recorrió la espina dorsal de Tegger. Había estado esperando aquello.
Había pasado la mayor parte de ese día buscando paneles con bornes, abriéndolos y probando para qué servían. Pronto aprendió a reconocer aquellos que controlaban la iluminación. Ahora hurgó en el panel que controlaba las luces del muelle —en donde ya había montado tiras del trapo de Vala—, bajó dos pequeñas palancas y pareció hacerse de día.
Manteniendo los ojos fuertemente cerrados, Tegger buscó el camino que lo llevaba a la rampa y a la oscuridad. Se detuvo un momento para acostumbrar sus ojos, y miró en torno.
Pudo sentir entonces el vibrante y sordo golpe cuando la rampa impactó contra el suelo.
Los vampiros ya estaban trepando, girando alrededor de las curvas de la hélice. Tal vez su olfato les decía qué les estaba esperando: sólo un pequeño Pastor Rojo, y ninguna otra amenaza.
Tegger se dedicó a la paciente tarea de encender una antorcha. Cuando pudo al fin encenderla, la desplazó a un lado y miró de nuevo hacia abajo.
Unos treinta adultos jóvenes y adolescentes estaban trepando, sin mayor apuro. ¿En qué estarían pensando? «He aquí un camino donde no había camino, y no hay olor a presa alguna. Habrá que revisar, pero es mejor no ir el primero. Luz, oh diablos, eso duele…». Se acurrucaban en el nivel inferior al de Tegger, cubriéndose el rostro con los brazos. El Rojo se preguntó si las luces del muelle les impedirían subir.
La esencia ondulaba cerca de sus narices.
Un reflejo le dijo «¡Haz algo!», y el siguiente reflejo lo llamó abajo. Pero no podía. No podía. Revoleó la antorcha sobre su cabeza y lanzó la bola de fuego al nivel inferior. Las pálidas caras retrocedieron, y la mayoría de ellos bajaron corriendo la rampa, pero unos pocos quedaron atrapados entre la antorcha y las luces del muelle.
Tegger se escabulló.
Ya en el borde del muelle, se acercó al espacio abierto y tomó grandes bocanadas de aire puro.
Los cruceros se hallaban más cerca, a unos cientos de pasos.
Los vampiros los acosaban, y eran más a cada respiración. Los guerreros se alineaban en las plataformas de carga. Los Recolectores picaban con sus lanzas entre las piernas de los Gigantes, mientras que éstos disparaban sus dardos hacia blancos algo más distantes. Tegger pudo escuchar la música de los Chacales salir de las troneras de los cañones, entre los sonidos del río.
Se preguntó porqué no usarían los cañones. Quizá Valavirgillin pensó que el silencio demoraría el alerta de los vampiros. Pero su número estaba creciendo mucho; el Nido se despertaba ante la invasión.
El río fluía hacia la oscuridad, y los cruceros lo siguieron.
Tinieblas. Estaba negro como boca de lobo allí debajo. Los vampiros verían perfectamente. Los Chacales desde las torretas podían indicar hacia qué dirección moverse, pero el resto estaría ciego.
Había algo que él podía hacer, pero requería valentía. Y su espada.
Valavirgillin conducía con una mano en el timón y otra en el arma. Barok se sentaba a su lado, mirando hacia atrás. Ambos respiraban pimentena a través de sendos trapos. El Thurl había tenido razón todo el tiempo: las hierbas eran más efectivas que el alcohol.
Un rostro blanco saltó de repente enfrente de ella, y le disparó a dos manos, tomando luego el timón a tiempo de evitar un viraje. Otras armas abrieron fuego. Barok le quitó el arma y puso en su mano otra, cargada.
El ruido hizo retroceder a los vampiros, y los cruceros rodaron hacia la oscuridad.
La factoría flotante lucía por arriba de ellos como una constelación. Se veía poco debajo de ella, pero sabía dónde se encontraba la rampa, y apuntó hacia allí.
¿Cómo de peligrosos serían los vampiros, ahora que eran los únicos que podían ver? Conducía a través de un tufo negro que olía peor que todos los cadáveres debajo del Arco. El asco podía ser una defensa, salvo que no funcionaba. Como siempre, el peor enemigo era una urgente necesidad de aparearse en medio de la guerra.
Arpista interrumpió su espectral música para gritar:
—¡Jefa! ¡A la izquierda! Izquierda, luego a la derecha y entrarás en la rampa… ¡Jefa, la rampa está llena de vampiros!
Vala giró a la izquierda, en medio de la negrura.
Los cruceros hacían su propio daño. Las sombras que pisaban serían niños, heridos, viejos y embarazadas; todos los que no alcanzaban a apartarse a tiempo de la marea de cazadores. En el medio de la noche, todos estaban en el máximo de su alerta. Vala había considerado la posibilidad de esperar al amanecer para el ataque; pero para ese entonces todos los vampiros habrían vuelto, y aunque estarían cansados, su número sería mucho mayor que ahora. Además, esos que combatía ahora habrían tenido muchas respiraciones para buscar y atrapar a Tegger.
Unos meteoros cayeron frente a ella.
Los vampiros que se encontraban entre el crucero de Vala y la rampa, chillaron y se retiraron despavoridos. Caían bolas de fuego —parecían antorchas—; algunas se apagaron, pero seis siguieron ardiendo en el suelo. Un regalo de Tegger.
Su crucero pisó la rampa, y el Dos la seguía atrás, cuando los vampiros atacaron por ambos lados. Uno consiguió llegar hasta el banco de conducción; Vala le disparó a bocajarro, lo empujó fuera y puso el arma a un lado. El cañón bramó: un viento de fuego y metralla barrió la rampa delante de ella.
Detrás de ella, brilló de repente una fuerte luz, como si el sol hubiera caído contra el Arco. En el terrible incendio, los vampiros cerraron los ojos y se encogieron, como pájaros dormidos. Las pistolas y ballestas rugían y suspiraban todo alrededor.
El banco se sacudió. Vala tomó la espiral ascendente con la esencia de vampiro volviéndola loca y sólo una pistola vacía como defensa. De pronto, una mujer de su raza, del Pueblo de la Máquina, la miró de frente: ¡Foranayeedli! Con un insano gesto en su rostro, Forn se aferró al banco con las cuatro extremidades y sus dientes.
Vala siguió girando.
Vueltas y vueltas. Ascendían hacia una luz. Una sombra en la luz levantó ambos brazos; una espada brilló en una de sus manos.
Tegger el Rojo… —¿desnudo? ¿Porqué estaría desnudo?— se hizo a un lado para dar paso libre al crucero. Vala lo siguió con la mirada a medida que pasaba.
Por ello vio a Warvia saltar de la plataforma, con la túnica volando tras de sí; su choque contra Tegger le hizo perder la espada. Vala no necesitaba escuchar los alaridos de sus compañeros para saberlo: era tiempo de festejos, era tiempo de rishathra.
Pero alguien tendría que conservarse fresco para poder cuidarlos…
Habían llegado a la blanca luz de los muelles, pero seguía escuchando lucha. ¿Los habían seguido los vampiros? No, era una discusión…
Foranayeedli había encontrado a su padre. Se insultaban mortalmente uno al otro.
Vala intentó juzgar si alguno pasaría a mayores y mataría al otro. Hubo un momento en que ambos hicieron una pausa para recuperar el aliento. Entonces frenó de golpe el crucero y les golpeó en los hombros.
Capta su atención rápido, habla rápido.
—Forn, Barok… Realmente ha sido mi error, nuestro error… de todos nosotros. Cualquiera de nosotros pudo ver lo que iba a pasar… ¿Podemos compartir la culpa?
Padre e hija la miraron, sorprendidos.
—Ustedes dos no tenían que estar juntos cuando llegaran los vampiros. Yo debí apartarlos al uno de la otra. ¿No pueden entenderlo? Todos nosotros… nos apareamos. No pudimos evitarlo. Chit quedó encinta de Kay… Barok, nadie sabe aún lo de ustedes dos, ¿verdad?
—No… no creo… —balbuceó Barok.
—Pero… ¡no podremos volver a casa! ¿Entiendes? —ladró Forn.
—Haz rishathra con alguien —dijo Vala.
—Pero jefa, ¿no ves acaso…?
—¡Ahora mismo, maldita sea! Paroom te necesita. Quítate las ganas con él, así podrás pensar luego. ¡Vete!
Forn lanzó una carcajada de pronto.
—¿Y qué hay de ti, jefa?
—Yo me aguantaré. Barok, busca a Waast… —pero escuchó la voz de Waast, quien había sido hallada… por más de uno—… o alguna otra. Ve.
Los empujó en diferentes direcciones, y luego los dejó.
¿Qué seguía? Los Rojos parecían haberse reconciliado. Hasta incluso podía durar. Tegger debía conocer el poder de la esencia ahora. El olor nublaba los sentidos de Vala y le hacía hervir la sangre, pero se sabía fuerte, y resistiría…
Bueno, no exactamente. Un chico pálido se alzaba frente a ella, de la mitad de su altura o menos, entrecerrando los ojos por las luces, requiriéndola en silencio.
Ella se le acercó.
Un dardo se clavó de repente en el pecho del chico; éste aulló y se bamboleó de regreso hacia la sombra.
Vala se volvió: había sido Paroom, quien ahora se le acercaba.
—Pensé en golpearlo con la culata —dijo ella—. Era demasiado joven para lanzar esencia.
El Gigante aceptó su palabra.
—Pensé que traeríamos a varios colgando del crucero, pero no he visto más que a ese chico.
—¿Miraste en la rampa?
—Hay cuatro vampiros, todos muertos por espada. Presas de Tegger, supongo.
—Eso ayudará.
—Uno de ellos tenía todos los dientes rotos… ¿qué has dicho? Ah, claro, sí. No soportan el olor de sus propios muertos. No subirán ahora.
—Entonces… lo logramos —dijo Vala—. Estamos a salvo.
—Eso es bueno —dijo Paroom, y la tomó en sus brazos.
La fiesta concluía.
Vala no parecía enterarse. Estaba envuelta en un trámite sexual con Kaywerbrimmis. Debería ser seguro ahora. Lo hubiera hecho de todas formas, pero después del desgaste que había tenido esa noche, a Kay era difícil que le quedara con qué hacer un hijo.
El sol era un brillo borroso detrás del manto de nubes. Los cuatro Recolectores dormían en un montón. Los Amos de la Noche se habían retirado temprano y yacían bajo uno de los toldos. Los Gigantes habían comenzado a explorarse entre ellos —por fuera del rishathra—, y ella y Kay estaban… Y Tegger y Warvia conversaban, sólo eso.
Kaywerbrimmis se relajó en sus brazos y se quedó inmediatamente dormido.
Vala se liberó, enrolló la túnica de Kay y se la colocó bajo la cabeza. Luego se dirigió —renqueando un poco— hacia los Rojos; prestó atención a su lenguaje corporal, pero pareció que sería bien recibida.
—Bien, cuéntame, Tegger. ¿Cómo se hace descender una factoría flotante?
Tegger sonrió orgulloso —lo mismo que Warvia, descubrió Vala—, y comentó:
—Fue como un acertijo. Tenía todos los datos a mi alrededor. Había cisternas y albercas, pero todas estaban vacías cuando llegué aquí.
Vala esperó.
—Los Ingenieros de las Ciudades quedaron atrapados aquí arriba después de la Caída. He visto sus huesos. Sabemos que los vampiros se refugian en la sombra. Deben haber trepado por la rampa. ¿Qué hubieras hecho tú?
—Hemos discutido que habrían elevado la rampa de alguna manera…
Tegger negó con la cabeza, sonriendo.
—Todas las cisternas estaban vacías, ya te dije. Pero la Caída de las Ciudades fue mucho antes que Luis Wu evaporara un mar, y aquí no llovía mucho. Ellos tenían que cuidar sus abastos de agua, pero los vampiros los asustaron más.
—Entonces, tú taponaste las cisternas…
—Hallé unas hojas grandes y delgadas de metal en los almacenes del muelle. Cubrí con ellas los desagües.
—… y esperaste que la lluvia las llenara, y la factoría descendió.
—Así es.
Ahora Vala también sonrió.
—Te agradezco por la luz.
Tegger rio.
—Eh, pensé que te gustaría eso. Encendí todas las antorchas que había preparado y las arrojé en la base de la rampa. Luego les vacié encima una cantimplora llena de combustible.
—Bravo. En fin… ¿qué haremos ahora?
—Ahora estamos en un lugar desde donde podremos hacer algo, y tengo quince amigos brillantes para ayudarme.
Vala asintió. Tegger no tenía la respuesta, pero ya había hecho su parte de los milagros.