Destetando Vampiros
Tegger supuso que el domo sería algún tipo de vivienda extraña, pero no lo era. La puerta estaba abierta, y parecía no haber forma de trabarla. El interior era una sola habitación, y dentro de ella había una escalera demasiado grande aún para los Gigantes herbívoros: semicírculos concéntricos de grandes escalones. Y mesas, una docena de mesas livianas montadas en patines.
«¿Qué sería este sitio?», se preguntó. Si un centenar o algo así de homínidos se sentaran en esos escalones, tendrían una bonita vista de la Ciudad y de las tierras cercanas. ¿Un salón de conferencias?
Había unas puertas en el último escalón. Más allá, la oscuridad. Buscó el encendedor.
No era una habitación para vivir. Unas superficies planas, unas puertas gruesas que tenían pequeñas ventanas en ellas, y tras las puertas, pequeñas cajas.
Cuando dudes —se dijo—, sigue mirando. Tres grandes recipientes para agua, con sus drenajes. Una mesa de madera combada por el tiempo. Colgando de un centenar de ganchos, unos recipientes de metal con mangos largos. Detrás de un panel colocado a nivel de sus ojos, Tegger al fin encontró algo conocido: unos pequeños bornes unidos por líneas de polvo.
Comenzó a emplazar tiras de la tela de Vala.
Se hizo la luz.
Había unido seis pares de bornes, y sólo consiguió una luz. ¿Qué harían los otros?
Había más puertas al final; tomó el encendedor y entró.
Una especie de almacén. Portillas, cajones y recipientes. Los viejos olores estaban todavía presentes: plantas. No olían como comida, pero probablemente lo fueran. Buscó algunos residuos, pero no encontró nada que siquiera un Gigante herbívoro pudiera comer.
¿Acaso se sentaban en los escalones y simplemente comían?
Tal vez. Volvió al cuarto iluminado. Se sentía más cálido ahora. Y se dio cuenta de porqué, cuando se apoyó en una de las superficies planas.
Como cazadores que son, los Pastores Rojos no gritan cuando se lastiman. Tegger se fregó su quemado brazo, los dientes apretados de dolor. Luego, después de meditarlo, escupió sobre la superficie.
Su saliva siseó.
Las puertas de dos de las cajas estaban calientes al tacto.
Debía estar en algún tipo de planta química, como la que Vala había descrito. Quizá algún otro homínido la comprendería mejor que él.
La cumbre de la Ciudad era un tubo vertical rechoncho, con un adelgazamiento como la cintura de insecto. Una escalera en hélice lo llevó a Tegger hasta la cima. Miró en derredor como lo haría un rey.
Algo a lo que no había prestado atención antes cayó sobre él, ahora que estaba en el punto más alto de la Ciudad:
¡Todos los tejados tenían el mismo color!
Los techos planos de los sólidos rectangulares, y las curvas cimas de los tanques, todos eran de un gris brillante. Algunos lucían símbolos, pintados sobre el gris con trazos delgados. La única excepción la constituían las casas de la Escalera, donde los lugares planos eran pastizales y… claro, las escaleras eran gris brillante.
Pero los laterales de las cosas eran de todos los colores. Los edificios sin ventanas estaban más escritos que pintados. Había caracteres que Tegger no reconocía: unos cuadrados, otros curvos y algunos garabateados. Otros eran simples dibujos.
Los antiguos Ingenieros de las Ciudades podían volar. ¿Porqué no pintar la cima de las cosas, también? A menos que esa superficie gris fuera… fuera… Flup, no recordaba la palabra.
«Piensa en ello. Entre tanto…»
Estaba de pie en el borde de un gran tubo: diez alturas de hombre de diámetro por casi lo mismo de alto. Tegger miró por dentro del tubo hacia abajo, y midió mucho más que diez alturas de hombre. El tufo a cenizas y químicos era muy leve, pero no se lo estaba imaginando. Era una chimenea tan grande, que en el horno deberían poder quemarse poblados completos.
La lejanía de este sitio respecto de las ciudades podría haber sido una buena razón para ubicar esa factoría. El humo provocado por tal chimenea habría permanecido por años antes de que lo llevara el viento, pero debía haberse elevado primero. Los vecinos se habrían irritado, y hubiera habido que pacificarlos. Pero, en todo caso, ¿cómo habrían alcanzado las quejas de los vecinos a un centro industrial flotante?
Había pasado un cuarto del día subiendo escaleras y explorando casas, pero los cruceros aún permanecían allí donde los viera. Valavirgillin debió elegir el sitio como posición defensiva: los centinelas tenían al alcance de su vista el río, el Nido de sombras y su techo flotante.
Tegger se quitó el poncho para exponer el inconfundible color de su tez. En el sitio más alto de la Ciudad, levantó ambas manos y las agitó.
—¡Warvia! ¡Por el poder de nuestro amor, y por el poder de la tela de Valavirgillin, he alcanzado este sitio! Aquí conseguiré algo, de alguna manera. ¡De alguna manera!
Me han visto, pensó. Alguien me estaba señalando…
Bien, veamos qué más hay.
Giró a su alrededor, observando la Ciudad. Detectó el muelle de su llegada y se orientó a partir de él. Las casas de la Escalera bajaban en zigzag hasta el Sendero del Borde, exactamente al otro lado de los muelles.
No entendía la mayor parte de lo que veía, pero…
Cisternas. Dieciséis enormes tanques cilíndricos se abrían al cielo, uniformemente espaciados. Imaginó que esos tanques servirían para contener agua. Al menos, las casas y el domo de vidrio necesitarían agua. Pero las cisternas estaban vacías, todas ellas. Como las piscinas en los jardines de la Escalera.
Después de la Caída de las Ciudades, los habitantes no tenían nada que los llevara abajo. Algunos deben de haber utilizado la rampa, pero cuando los vampiros se acomodaron debajo, esa opción se cerró, y quedaron encallados en la cima.
Necesitarían agua. Estaba el río, debía haber bombas. ¿Por qué otro motivo estacionar una planta sobre un río? Pero las bombas ya no funcionaban, y las lluvias aún no llegarían. Sólo cuando Luis Wu hizo las nubes llegó en cantidad.
Pero así y todo drenaron las aguas de la ciudad… ¿Porqué harían tal cosa? ¡Todos los drenajes abiertos! ¿Se habrían vuelto locos?
Murmullo se había ido, y su propia mente no alcanzaba para tantos enigmas. Tenía que lograr que los cruceros subieran de algún modo.
Esa noche durmió en el domo de vidrio, sobre uno de los escalones. Parecía un lugar seguro, y le agradaba la vista.
A principios del ocaso varios cientos de vampiros salieron del Nido de sombras, remontando el río y ascendiendo las montañas.
Para cuando la última traza de sol quedó oculta, su número alcanzaba el millar.
La gente de Vala reaccionó en forma variada a la presencia de tal cantidad de nocturnos moviéndose tan cerca. Los Recolectores simplemente los ignoraron: dormían toda la noche. Enseguida Vala se dio cuenta de que no podía usar a los Gigantes como vigías nocturnos: cualquiera podía ver que eran valientes, pero también oler su miedo…
Excepto Beedj. ¿Cómo se entrenaría a un futuro Thurl? ¿Podría ella aprender algo de eso? Envió al resto a dormir, y decidió confiar en su propia gente y en los Chacales.
Dejando de lado las frustraciones, estaban aprendiendo mucho sobre los vampiros.
La segunda noche estaba llegando a su fin. En medio de la lluvia, bajo un negro manto de nubes, los vampiros volvían a casa. Arpista comentó que su número había bajado un poco, y traían unas docenas de prisioneros. Ésta había sido una salida en tren más beligerante.
Los Amos de la Noche informaron de estructuras en el Nido de Sombras. Cabañas, o tal vez chozas de almacenaje; algunas parecían haberse derrumbado. También algo en forma de elevación en medio del río; no podían ver la cima porque la Factoría la ocultaba.
No parecía haber otra forma de subir que no fuera por la rampa en espiral.
Había un basural, una acumulación de desechos a babor y antigiro del Nido de sombras. Debió crecer a lo largo de décadas: una montaña de restos de vampiros y prisioneros, que hasta Vala pudo distinguir cuando se la señalaron. Estaba demasiado cerca del Nido de Sombras para ser de utilidad para los Chacales.
No había lugar bajo la Factoría donde los vampiros no pudieran estar.
Era plena luz ahora, y la procesión de vampiros concluía.
—Cuando hayan vuelto todos, regresaremos al río —dijo Vala.
—Hemos de dormir —comentó Arpista.
—Lo sé. Os quedaréis aquí.
—Necesitamos un baño, y también aprender más. Dormiremos bajo el toldo; despiértanos al llegar al río.
Valavirgillin hizo rodar el crucero a lo largo de la ribera. Era inútil intentar ocultar un artefacto tan voluminoso, y ni siquiera lo intentó.
Las ráfagas de lluvia se mezclaban con calmas temporarias y momentos en los que hasta se veía el sol. El Nido de Sombras se alzaba al frente, demasiado cerca. Ninguno de ellos pudo ver nada en la oscuridad, pero después de que una capa de nubes se cerró sobre la tierra, Vala pudo distinguir algún movimiento en los límites de la sombra. Algunos vampiros estaban activos, al menos.
Era mediodía. Valavirgillin prestó una cautelosa atención al clima. Si se ponía muy oscuro, los vampiros quizá se animaran a salir y atacarlos.
La placa volcada yacía a través del agua corriente; parecía difícil de alcanzar. Sin embargo, los vampiros se mantenían distantes. Vala se apeó sobre el lodo.
Dos cabezas negras se destacaron bien dentro del río, y nadaron hacia ellos.
Era conveniente presentarse seguido ante las especies que no apreciaban claramente las diferencias entre los individuos.
—Hola, soy Valavirgillin.
—Soy Rooballabl; él es Fudghabladl. El río es poco profundo aquí. Tu crucero puede llegar hasta la isleta sin problemas. Eso hará más difícil que os ataquen.
—Ellos son Warvia, Manack y Beedj —Barok y Waast habían quedado a cargo del cañón—. No planeamos quedarnos mucho tiempo. Roobla, hemos visto actividad anoche por aquí…
—Vimos al compañero Rojo que nos dijeron que buscáramos. No hemos podido acercarnos a él, pero lo hemos visto pelear y luego lo hemos visto volar. Fudghabladl dice que alguien lo acompañaba, pero yo no he visto a nadie…
—¿Compañía? —prorrumpió Warvia—. ¿Dónde iba Tegger a encontrar compañía? ¿Era un vampiro?
—Yo no lo he visto, de veras. A veces, la vista de Fudghabladl le juega malas pasadas. Tegger hablaba consigo mismo de tanto en tanto. Vino a ver esa cosa ahí tirada. Seis vampiros lo atacaron. No lo sedujeron; sólo lo atacaron.
Rooballabl sonó algo petulante, como si los vampiros hubieran roto alguna regla, pero Vala asintió.
—Es una información valiosa —declaró.
Más allá de eso, los Seres del Río no aportaron nada diferente de lo que Warvia había visto desde el vivac. Cuando la narración terminó, Vala les preguntó:
—¿Estáis a salvo aquí?
—Eso creemos. Aprendemos también. ¿Sabíais que en el Nido de Sombras hay prisioneros?
—Hemos visto que trajeron a algunos a través del paso —comentó Warvia.
—A veces vagan libremente —acotó Rooballabl—. No nos hemos acercado a ellos, pero los hemos estado observando. Nunca liberan a más de dos o tres a la vez.
—¿Qué especies has visto?
—Había dos muy grandes que se acercaron al río a comer juncos, y luego volvieron bajo las sombras. Gigantes herbívoros, según me pareció. Varios vampiros que fueron a su encuentro lucharon entre sí. Algunos se retiraron, y el resto se alimentó de los Gigantes, que cayeron muertos luego. Sin embargo, hemos visto a unos Granjeros del delta que está a giro salir, buscar raíces y cocerlas luego, comerlas y volver a la sombra a salvo. Ninguno los atacó.
Fudghabladl dijo algo. Discutieron entre ellos y luego Rooballabl tradujo:
—Fudghabladl vio a una hembra de los Rojos también. Se pasó medio día en cacería, pero lo hizo mal, con impaciencia. Volvía cada tanto bajo las sombras, a ver a su vampiro; él la enviaba de nuevo. Más tarde, ella atrapó a un saltador que bebía en la ribera; se arrojó sobre él y le partió el cuello, y lo arrastró hacia la sombra. Tres vampiros ahuyentaron a todo el resto, se bebieron la sangre de la bestia, luego risharon con la Roja, y al fin la Roja se comió al saltador. Estaba muy hambrienta.
Vala intentó no percatarse de la furia y bochorno de Warvia, y preguntó:
—¿Ha visto a alguno de mi especie?
Otra vez la charla gorgoreante.
—Vio a una hembra joven, que estaba guardada por un vampiro macho. ¿Tienes algo bueno para contarnos?
—Hemos visto a Tegger haciéndonos señas. Ha conseguido llegar a la Factoría, está vivo y activo. Todavía no sé cómo podremos subir, y no veo que podamos hacer otra cosa.
—¿Qué pensabais hacer?
—Los Chacales tenían un plan —gruñó Vala—. Pero la rampa era necesaria, y no llega hasta el suelo.
Vala esperó ásperos comentarios desde debajo del toldo, pero los Amos de la Noche se mantuvieron callados.
—Debe haber estado abajo alguna vez, antes —arguyó Rooballabl—. ¿Para qué otra cosa podría servir?
Cuando la Factoría funcionaba, seguramente era alimentada por plataformas volantes; pero las rodantes serían más económicas, y seguramente habría cargas demasiado pesadas para que fuera rentable la entrega aérea.
—Creo que la Caída de las Ciudades fue lo que atrajo aquí a los vampiros —dijo Vala.
—¿Cómo dices? —preguntó Beedj.
Con la mirada fija en el confuso límite del Nido de Sombras, Valavirgillin dejó a su mente vagar y a su lengua seguirla.
—No me imagino que un centro industrial permitiera que anidaran vampiros debajo de él. Debían mantenerlos lejos de algún modo; pero después de la Caída, la protección debió haber dejado de funcionar. Los vampiros buscan la sombra, y se agruparon allí. Una noche subieron por la rampa, pero no deben haber podido atraparlos a todos, y a la noche siguiente los refugiados elevaron la rampa para dejarla fuera de su alcance.
—Pero… ¿cómo lo hicieron, sin energía? —otra vez Beedj.
Vala se encogió de hombros.
La voz de Rooballabl se oía como burbujas reventando en el fango.
—Habría que preguntarse más bien el porqué. Fabricaron un inmenso puente colgante para subir cargas, grande aún para tal Factoría. ¿Porqué iban a hacerlo de tal manera que se pudiera mover, o elevar? Ese… raro puente vertical, debe haber sido difícil de construir, y se dañaría fácilmente si también había de ser elevable. Conocemos bastante sobre pesos y masa, podéis creernos.
Rooballabl tenía razón, y eso irritó a Vala.
—No conozco la respuesta a eso. ¿Qué tal si hubiera una guerra entre quienes podían volar y quienes no? Tendrías que poder levantar el puente, me parece.
Su tripulación intercambió miradas entre sí.
—¿Conocéis algún registro de una guerra de ese tipo? —preguntó Beedj al resto; nadie respondió—. ¿Rumores, quizá?
—Olvídalo —dijo Vala, molesta.
—¿Para qué levantar la rampa? —adujo Manack— ¿Por qué no simplemente alzar un poco la Factoría? —pero se dio cuenta del enojo de Vala y comentó—. No importa.
Cuando Tegger caminó hacia las sombras, el cielo era negro y la lluvia un torrente.
Encendió una antorcha; la luz no duraba mucho, e iluminaba un escaso círculo de la rampa descendente. Caminaba entre el rugido de una verdadera tempestad. Se dirigió hacia la derecha y encontró una barandilla; se asomó por encima de ella, pero no vio nada.
Debían haberlo visto ya. No les gustaría la antorcha, pero gracias a ella lo verían. Llevaba otras nueve consigo. ¿Qué sucedería si lanzara una?
Se estiró sobre la baranda y lanzó la antorcha hacia el tramo de hélice por debajo de él. Miró desde arriba para comprobar si seguía ardiendo, y luego se adelantó por la rampa. Ya había girado casi un círculo completo hacia abajo.
Ahora podía dejar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.
El hedor le hizo recordar a esas noches que pasaron esperando para conferenciar con los Chacales. Los sonidos eran parecidos a los de la tienda del Thurl en las noches: susurros, murmullos, riñas repentinas, todas en una extraña lengua, y como fondo el sonido de una caída de agua. Lo que imaginaba debajo de él debía ser mucho peor que la realidad…
Miró hacia abajo.
El final de la rampa espiral estaba bastante lejos del suelo.
Algo dentro de él encontró divertido el asunto. Podía ver ahora varias caras triangulares mirando hacia arriba, y eso le pareció divertido también. Incluso lanzó una risita nerviosa.
Más allá, entre las sombras, un río vertical caía, una cascada de gran tamaño. Toda el agua que llovía sobre la Ciudad caía por ese conducto hacia el río.
La rampa estaba cerca del borde de la masa volante. La catarata debía estar en el centro, pero el rugido era omnipresente. Caía sobre —o dentro de— una vasta e intrincada estructura, y luego se volcaba en el río a través de pequeños rápidos y riachos. Tagger podía ver poca cosa entre lo oscuro, pero… ahí había una fuente de tal tamaño, que nadie sino los Ingenieros de las Ciudades podrían haber construido.
El río corría a ambos lados de la fuente, y allí parecía estar confinado en concreto o roca. Donde terminaba la roca —cerca de donde él colgaba ahora— había una serie de rápidos. El agua que caía de la Ciudad, agregando su fuerza a la del río, había excavado un profundo cañón. A pesar del reflejo de la escasa luz diurna que se colaba por el borde de la ciudad, apenas pudo apreciar las paredes del cañón.
Y —por supuesto— había vampiros por todas partes.
La mayoría estaban dormidos, amontonados en grupos que parecían familias. Un momento… Había visto a una hembra del Pueblo de la Máquina: tenía barba y pechos. Y estaba desnuda en el centro de un círculo de vampiros.
Le pareció a Tegger que ese círculo la estaba protegiendo de otros vampiros… ¿de ladrones, acaso? Cuatro eran adultos, otros dos parecían niños por el tamaño, y había un bebé en brazos de una hembra. Suficientes para cuidar de ella.
Esa mujer había sido tomada de la gente de Vala, durante el ataque al refugio del Thurl. Tegger continuó mirando.
El bebé despertó e intentó mamar.
La hembra vampiro se despertó a medias. Le pasó el bebé a la mujer… Oh, flup, ¡la mujer se lo llevaba al cuello!
Tegger retrocedió trastabillando. No había comido en algún tiempo, pero sintió la carne del pájaro en la garganta.
¿Porqué los vampiros hacían prisioneros?
¿Cómo destetaban a sus bebés?
Tegger no quería saber más.
A veces, el truco es dejar el problema de lado. Tegger casi había salido ya de la rampa, cuando todo cayó en su lugar.
Agua. Rampa. Luces. Vampiros abajo, Ingenieros encallados en la cima. ¡Los cruceros!
Había mucho que aprender, pero ahora ya sabía qué hacer. Y más adelante…, recibiría gustoso alguna ayuda.
A todo lo largo de la estructura flotante, se encendían las luces.
Valavirgillin estaba transida por la falta de sueño. Pronto debía irse a la cama, pero eran tan bellas…
Su mente se dispersó.
La comida estaba comenzando a escasear en las alturas. Los pastos eran escasos, las presas pocas y ágiles. Los Recolectores habían encontrado lo suyo. Los del Río pescaron, suficiente para ellos y algo para compartir. El Crucero Uno había traído bastantes provisiones. Los peces alimentarían a todos, menos a los Gigantes y a los Chacales. Los de la Máquina necesitarían algo más que peces, pero podían soportarlo por un tiempo.
Unos pocos vampiros estaban de cacería alrededor del basurero del Nido. Vala pensó que debían estar realmente hambrientos, pero habían tenido algún éxito. Warvia distinguió carroñeros que ningún Rojo había visto antes. Tal vez los Amos de la Noche mataban a sus competidores donde podían.
Fudghabladl había dicho que antes arrojaban los cadáveres al río. Los vampiros debían ser menos numerosos entonces. Ahora los apilaban lejos del agua. Cuando los carroñeros venían por los cuerpos, los hambrientos vampiros los cazaban y vaciaban.
De nuevo aparcaron los cruceros popa con popa, y apostaron vigías. Los vampiros los habían ignorado la primera noche. «Ahora han tenido el día completo para observarnos, igual que nosotros a ellos», pensó Vala.
En un par de días, la provisión de pastos se habría acabado. Los Gigantes tendrían que ir a forrajear a las tierras bajas, con acompañantes que los protegieran. Los Chacales conseguirían lo suyo también: muchos prisioneros de los vampiros morían durante el regreso al Nido.
Travesera rompió el silencio.
—No se puede hacer correr la energía sin usar unos materiales muy poco comunes.
Valavirgillin no se sobresaltó, ni la miró.
—Lo sé.
—Muy poco comunes. Algunos alambres pueden haber sobrevivido a la Caída de las Ciudades, o haber llegado al Arco posteriormente; pero ¿de dónde los sacaría un Pastor Rojo?
—De mi mochila, imagino —respondió Vala. Los Amos de la Noche sabían todos los secretos—. Me alegro por Tegger. Podría haber muerto en el río…
—Sí.
Después de un prolongado silencio, Valavirgillin dijo:
—Luis Wu me dejó cierta cantidad de… tiene un nombre largo: «tela superconductora». Yo la comercié con las familias de Ingenieros de una Ciudad Volante, cerca de donde vivía. Ellos la usaron para reparar sus luces y condensadores de agua.
»Gracias a eso me hice rica. Tomé a Tarablilliast como pareja, y crie tres niños. Luego invertí el dinero en un proyecto para fabricar algo que Luis Wu me describió: plástico. Tarb nunca criticó mi derroche —excepto una vez, recordó para sí— porque, después de todo, era mi patrimonio. Él no había contribuido con gran cosa.
—Este plástico… —la pronunciación de Travesera había sido una exacta copia de la de Valavirgillin—, ¿tiene un nombre en nuestras lenguas?
—Creo que no. Luis lo describió como un producto que podía ser hecho a partir de los residuos de nuestras fábricas de combustible. Sin olor. Puede tomar cualquier forma. Me mostró un par de cosas hechas en plástico; de otra manera no hubiera podido creerle.
»El laboratorio Tarbavala produjo resultados, y unas cuantas respuestas, pero nada que pudiéramos vender. Tarb y nuestros padres cuidan a los niños ahora, mientras que yo salí en busca de fondos para mantener nuestros asuntos corriendo. Pensé que una expedición de intercambio me sería útil; el Imperio dota de premios a quienes puedan persuadir a nuevas comunidades de homínidos a fabricar combustible. Y por encima de eso, el comercio es algo rentable.
—¿Cuánto tiempo hace que viajas?
—Pronto serán diez falans.
—¿No es demasiado tiempo?
—No lo sé. Estoy en pareja. Tarb nunca regateó con eso —sacudió la cabeza—. Me voy a dormir.
—Yo vigilaré.