Ashby respiró de nuevo cuando Lyon oyó a Caroline y bajó el arma.
—Siéntese en la silla —ordenó Lyon—. Y no se mueva.
Puesto que había solo una salida en la basílica y en ningún momento había visto clara la huida, decidió jugar sobre seguro y obedecer.
—¡Eh! —gritó la primera voz femenina en medio de la oscuridad—. No creerás que se va a dejar ver, ¿no?
Lyon no respondió y se dirigió al altar.
Sam no podía creer que Meagan estuviera atrayendo a Lyon hacia ella. ¿Qué había ocurrido con el «no puedo» que había pronunciado fuera, bajo la lluvia? Observó a Lyon mientras recorría el pasillo central, entre las hileras de sillas vacías, con la pistola al costado.
—Si todos mis amigos saltaran de un puente —dijo Norstrum—, yo no saltaría con ellos. Me quedaría abajo, con la esperanza de recogerlos.
Sam intentó comprender lo que acababa de oír.
—Los verdaderos amigos resisten y caen juntos.
—¿Somos amigos de verdad? —preguntó.
—Por supuesto.
—Pero tú siempre dices que llegará el momento en que tenga que marcharme.
—Sí, puede que eso ocurra. Pero a los amigos solo los separa la distancia, no el corazón. Recuerda, Sam, todo buen amigo fue en su día un desconocido.
Meagan Morrison era una desconocida dos días antes. Ahora se estaba poniendo en peligro. ¿Por él? ¿Por Thorvaldsen? No importaba. Resistirían o caerían juntos.
Sam decidió utilizar la única arma de que disponía, la misma que había elegido Caroline Dodd. Así que se quitó el abrigo empapado, cogió una silla de madera y se la arrojó a Peter Lyon.
Thorvaldsen vio cómo la silla describía un arco en dirección a Lyon. ¿Quién más había allí? Meagan se encontraba detrás del altar, en el deambulatorio superior. La aterrorizada Dodd estaba a un metro de distancia y Ashby se hallaba cerca del crucero oeste.
Lyon vio la silla, se volvió rápidamente y consiguió apartarse justo antes de que golpeara el suelo. Entonces apuntó y disparó hacia el coro y el trono episcopal.
Sam abandonó su escondite justo cuando Lyon esquivaba la silla. Fue hacia la izquierda, agachado entre las columnas y las tumbas, avanzando en dirección a Ashby. Se oyó otro disparo. La bala impactó en la piedra a escasos centímetros de su hombro derecho, lo cual significaba que Lyon lo había descubierto. Otro disparo. Le bala rebotó en la roca y sintió algo punzante en el hombro izquierdo. Un intenso dolor le recorrió el brazo y perdió el equilibrio; entonces cayó al suelo. Se echó a rodar y evaluó los daños. La manga izquierda de su camisa estaba rasgada.
Empezó a brotar sangre. Un agudo dolor le martilleaba por detrás de los ojos. Examinó la herida y se dio cuenta de que no lo habían alcanzado. Era solo un rasguño, pero suficiente para que doliera como mil demonios. Con la mano derecha intentó detener la hemorragia y se puso en pie.
Thorvaldsen trataba de vislumbrar a quién disparaba Lyon. Alguien había lanzado otra silla. Entonces vio una silueta negra pasando a toda prisa al otro lado del monumento que le había servido de escondite. Dodd también la vio. Presa del pavor, salió corriendo y dejó atrás una procesión de tumbas.
Thorvaldsen atisbo fugazmente el rostro de aquella forma veloz. Era Sam. Oyó dos disparos más y luego un ruido sordo de carne y huesos topando contra el suelo. Dios mío, no, por favor. Otra vez no. Entonces apuntó a Peter Lyon y disparó.
Ashby se agachó. La nave había estallado en un intenso fuego cruzado. Vio a Lyon arrojarse al suelo y utilizar las sillas para protegerse. ¿Dónde estaba Caroline? ¿Por qué no había vuelto?
Thorvaldsen no podía permitir que a Sam le ocurriese nada. Bastante malo era que Meagan se hubiese visto involucrada. Caroline Dodd había desaparecido; sin duda había huido por el portal, donde el viento y la lluvia mantenían su envite. Lyon solo tardaría unos momentos en recuperarse y reaccionar, de modo que escapó hacia el mismo lugar al que se dirigía Sam.
Malone se protegió la cabeza con los brazos cuando la deflagración retumbó por toda la nave e hizo temblar las paredes y las ventanas. Pero había arrojado la mochila a la cripta con precisión y la intensa fuerza de la explosión se concentró abajo. Solo una nube de humo y polvo ascendía por la escalinata. Malone miró a su alrededor. Todo el mundo parecía estar bien.
Entonces cundió el pánico y la gente corrió en manada hacia la salida. El sacerdote y los dos monaguillos desaparecieron en el coro. Él se encontraba ante el gran altar observando el caos, consciente de que el terrorista probablemente hubiese escapado. Cuando la multitud se disipó, pudo ver a Stephanie al fondo del pasillo central, apuntando con su pistola a las costillas del hombre de la nariz prominente.
Tres policías parisinos aparecieron por la puerta principal. Uno de ellos vio la pistola automática en la mano de Stephanie e inmediatamente desenfundó su arma. Los otros dos lo imitaron
—Baissez votre arme, Immédiatement! —gritó uno de los agentes a Stephanie. «Baje el arma. Ahora mismo».
En ese momento entró otro agente no uniformado y ordenó a los policías que bajaran las armas. Luego se abalanzaron sobre el desconocido y lo esposaron. Stephanie echó a andar por el pasillo central.
—Buena parada —le dijo Malone.
—El lanzamiento ha sido todavía mejor.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó él—. No volveremos a tener noticias de Lyon.
—Cierto.
Malone se metió la mano en el bolsillo y cogió el teléfono móvil.
—Quizá haya llegado el momento de intentar razonar con Henrik. Sam debería estar con él.
Había activado el modo silencioso en el trayecto en taxi hasta la iglesia, y vio una llamada perdida de hacía unos veinte minutos. Era Thorvaldsen. Había telefoneado después de su charla. Vio el icono del buzón de voz y escuchó el mensaje.
—Soy Meagan Morrison. Hoy he estado con Sam en la Torre Eiffel cuando usted ha venido. Henrik me ha dado este teléfono, así que llamo desde el mismo número al que usted lo llamó. Espero que sea Cotton Malone. Ese viejo loco ha entrado en Saint-Denis detrás de Ashby. Hay otro hombre y una mujer allí. Sam me ha dicho que el hombre es Peter Lyon. Sam también ha entrado. Necesitan ayuda. Creía que podría dejar que Sam hiciera esto solo. Pero… no puedo. Le van a hacer daño. Voy a entrar. Creí que debería saberlo.
—Debemos ir —dijo Malone.
—Está a solo doce kilómetros, pero el tráfico es denso. He informado a la policía de París. Han enviado varios hombres ahora mismo. Un helicóptero viene hacia aquí. Debería estar fuera. Han despejado la calle para que pueda aterrizar.
Stephanie había pensado en todo.
—No puedo enviar allí a la policía con las sirenas en marcha —dijo—. Quiero a Lyon. Puede que esta sea nuestra última oportunidad. Van hacia allí sin armar escándalo.
Malone sabía que era lo más inteligente que podían hacer, pero no para quienes estaban dentro.
—Deberíamos atacarles allí —dijo Stephanie.
—Adelante, entonces.