Salen Hall
23.40 h
Ashby contempló a Caroline mientras examinaba el libro que Stephanie Nelle le había proporcionado tan oportunamente. Mintió y le dijo a su compañera que había hablado con Larocque y que finalmente había accedido a entregárselo, enviándolo al otro lado del canal a través de un correo personal.
—Es la caligrafía de Napoleón —dijo Caroline con excitación—. Sin duda.
—¿Y eso es importante?
—Tiene que serlo. Poseemos información de la que antes carecíamos, mucha más de la que Pozzo di Borgo recabó nunca. He repasado todos los escritos que nos ha facilitado Eliza Larocque. Allí no hay gran cosa. Di Borgo trabajaba más con rumores y chismorreos que con hechos históricos. Creo que su odio hacia Napoleón empañaba su habilidad para estudiar con efectividad el problema y encontrar una respuesta.
El odio bien podía afectar a la capacidad crítica. Por eso Ashby rara vez permitía que esa emoción lo dominara.
—Se está haciendo tarde y debo estar en París por la mañana.
—¿Puedo acompañarte?
—Son negocios del club y es Navidad, así que las tiendas estarán cerradas.
Ashby sabía que uno de los pasatiempos favoritos de Caroline era pasearse por la Avenue Montaigne y su zona de tiendas de diseño. Normalmente satisfacía sus deseos, pero mañana no podía ser.
Ella siguió estudiando el libro merovingio.
—No puedo evitar pensar que tenemos todas las piezas.
Pero Ashby todavía estaba turbado por la charla que había mantenido con Peter Lyon. Ya había realizado la transferencia de dinero como le exigió, aterrorizado por las posibles consecuencias que sobrevendrían si se negaba. Increíblemente, el surafricano sabía lo de los estadounidenses.
—Estoy seguro de que lograrás hacer encajar las piezas —le dijo a Caroline.
—Esto solo lo dices para que me quite la ropa.
Ashby sonrió.
—Confieso que se me había pasado por la cabeza.
—¿Puedo ir contigo mañana?
Ashby percibió la picardía en sus ojos y supo que no tenía elección.
—De acuerdo. Siempre que… esta noche quede plenamente satisfecho.
—Creo que eso tiene arreglo.
Pero vio que Caroline no podía apartar de su mente el libro y el mensaje de Napoleón. La joven señaló el texto manuscrito.
—Es latín, de la Biblia. Trata de la historia de Jesús y los discípulos comiendo en Sábat. Existen tres versiones de esa historia, en Lucas, Mateo y Marcos, respectivamente. He anotado las catorce líneas para que podamos leerlas.
ET FACTUM EST EUM IN
SABBATO SECUNDO PRIMO A
BIRE PER SCCETES DISCIPULI AUTEM ILLIRUS COE
PERUNT VELLER SPICAS ET FRINCANTES MANIBUS +
MANDU
CABANT QUIDAM AUTEM DE FARISAEIS DI
CEBANT EI ECCE QUIA FACIUNT DISCIPULI TUI SAB
BATIS + QUOD NON LICET RESPONDENS AUTEM INS
SE IXIT AD EOS NUMQUAM HOC
LECISTIS QUOD FECIT DAVID QUANDO
ESURUT IPSE ET QUI CUM EO ERAI + INTROIBOT IN
DOMUM
DEI EE PANES PROPOSITIONIS
MANDUCA VIT ET DEDIT ET QUI
CUM ERANT UXIIO QUIBOS NO
N LICEBAT MANDUCARE SI NON SOLIS SACERDOTIBUS
—Hay multitud de errores. Discipuli se escribe con ce y no con ge, así que lo he corregido a partir del original que aparece en el libro. Napoleón se equivocó también con ipse dixit. Y las letras uxiio no tienen sentido. Pero, teniendo en cuenta todo eso, el significado es éste:
«Y sucedió que en el segundo Sábat atravesó un campo de trigo. Pero sus discípulos empezaron a arrancar las espigas y, frotándolas entre sus manos, se las comían. Unos fariseos le dijeron: “Alerta, pues tus discípulos están haciendo en Sábat lo que es ilegítimo”. Él respondió: “¿Alguna vez habéis leído lo que hizo David cuando tenía hambre?”. Él y sus acompañantes entraron en la casa de Dios y comieron el pan del sacramento y se lo dieron a quienes estaban con él, para los que no era legítimo comer, a excepción de los sacerdotes».
Caroline levantó la mirada.
—Es extraño, ¿no te parece?
—Cuando menos.
—No coincide con ninguno de los tres versículos de la Biblia. Es más bien una amalgama, pero hay algo todavía más extraño,
Ashby aguardó.
—Napoleón no sabía latín.
Thorvaldsen se despidió del profesor Murad y se retiró a su suite. Se acercaba la medianoche, pero París parecía no dormir nunca. El vestíbulo del Ritz era un hervidero de actividad, con gente entrando y saliendo de los ruidosos salones. Al salir del ascensor una vez que llegó a su planta, vio a un hombre de semblante serio, complexión gruesa y cabello oscuro y lacio esperando en un sofá. Lo conocía bien, ya que dos años antes había contratado a su empresa, con sede en Dinamarca, para que investigara la muerte de Cai. Sus contactos acostumbraban a ser telefónicos y, de hecho, lo creía en Inglaterra supervisando la vigilancia de Ashby.
—No esperaba verle aquí —dijo.
—He llegado de Londres hace un rato, pero he estado al corriente de lo que ocurría allí.
Algo iba mal.
—Acompáñeme.
Ambos recorrieron el silencioso pasillo.
—Hay cierta información que debería usted conocer.
Thorvaldsen se detuvo y miró a su investigador.
—Hemos seguido a Ashby desde que abandonó París. Pasó unas horas en casa y salió al anochecer. Participó en una visita turística a pie dedicada a Jack el Destripador.
Thorvaldsen se percató de lo inusual que resultaba aquello, teniendo en cuenta que Ashby era londinense.
El visitante le entregó una instantánea.
—Se ha reunido con esta mujer. Logramos sacar una foto.
Thorvaldsen necesitó solo unos momentos para reconocer aquel rostro. Era Stephanie Nelle. En su cerebro se dispararon las alarmas y se esforzó por disimular su preocupación.
—Malone también estaba allí.
¿Había oído bien?
—¿Malone?
Su investigador asintió y le mostró otra fotografía.
—Entre la multitud. Se marchó en el mismo momento que la mujer.
—¿Habló Malone con Ashby?
—No, pero siguió a un hombre que sí habló con él. Decidimos dejar que se marcharan los dos para no causar problemas.
A Thorvaldsen no le gustaba la mirada de aquel hombre.
—¿Hay noticias aún peores?
El investigador asintió.
—La mujer de la foto le dio un libro a Ashby.