XXXII

La mujer condujo a Sam a la planta baja por la misma escalera que había utilizado para llegar hasta el último piso. Una vez allí, los dos descendieron hasta el frigidarium, donde los aguardaba Jimmy Foddrell. Juntos pasaron por un pasadizo abovedado bloqueado por una puerta de hierro que la mujer abrió con una llave.

A Sam le inquietaba un poco la pistola. Nunca le habían apuntado tan de cerca, de forma tan directa, y la amenaza de salir herido jamás había sido tan inmediata. Aun así, sentía que no corría peligro. Por el contrario, quizá estuviese en el buen camino.

Decidió seguirlo. Quería ser un agente de verdad.

«Entonces debes actuar como tal —se dijo a sí mismo—. Improvisa. Eso es lo que haría Malone».

Foddrell volvió a cerrar la puerta. Las paredes de ladrillo y piedra medían quince metros. La luz se filtraba por unas ventanas situadas en lo alto, cerca del techo abovedado, y el lugar era gélido, con la apariencia y la atmósfera de una mazmorra. Se estaban realizando reformas, como anunciaba el andamio apoyado en una de las toscas paredes.

—Si quieres puedes irte —le dijo la mujer—. Pero necesito hablar contigo.

—¿Quién eres?

—Meagan Morrison. La página GreedWatch es mía.

—¿No es de él? —preguntó señalando a Foddrell.

Meagan negó con la cabeza.

—Toda mía.

—¿Y qué hace él aquí?

La mujer pareció meditar qué y cuánto decir.

—Quería que vieras que no estoy loca. Me persiguen. Llevan semanas vigilándome. Michael trabaja conmigo en la página. Inventé el nombre de Foddrell y lo utilicé a él como señuelo.

—¿Así que nos has traído a Malone y a mí hasta aquí? —preguntó al hombre al que Meagan había llamado Michael.

—La verdad es que ha sido bastante fácil.

En efecto, lo había sido.

—Trabajo aquí, en el museo —dijo la mujer—. Cuando me enviaste un correo diciendo que querías reunirte conmigo, me alegré. Los dos tipos que han sido tiroteados han estado siguiendo a Michael durante dos semanas. Si te lo hubiese dicho, no me habrías creído, así que te lo he demostrado. Cada día vienen hombres a vigilarme, pero creen que no me doy cuenta.

—Tengo gente que puede ayudarte.

Sus ojos brillaron de ira.

—No quiero gente. De hecho, probablemente sean los tuyos los que también me vigilan. FBI, Servicio Secreto. ¿Quién sabe? Yo quiero tratar contigo —Meagan hizo una pausa—. Tú y yo —el enojo despareció de su voz— estamos de acuerdo en todo.

Sam se sintió paralizado por su sinceridad, así como por la atractiva y herida mirada de su rostro, pero se vio obligado a decir:

—Ahí dentro ha habido un tiroteo. Uno de los vigilantes ha resultado herido de gravedad.

—Y lo lamento, pero esto no lo empecé yo.

—En realidad sí, cuando has gritado a esos dos tipos.

Meagan era menuda, de pecho abundante y cintura esbelta, y susceptible. Sus apasionados ojos azules centelleaban con un deleite casi diabólico; era dominante y segura de sí misma. En realidad era él quien estaba tenso; le sudaban las manos y evitaba a toda costa demostrar su ansiedad, así que adoptó una postura despreocupada y sopesó sus opciones.

—Sam —dijo Meagan con un tono más suave—. Necesito hablar contigo en privado. Esa gente ha estado siguiendo a Michael, no a mí. A los otros, los estadounidenses que me vigilan, los acabamos de evitar saliendo de aquí.

—¿Son ellos los que han disparado a estos dos?

Meagan se encogió de hombros.

—¿Quién si no?

—Quiero saber quién envió a los dos tipos a los que seguimos hasta aquí. ¿Para quién trabajan?

Ella lo miró con una expresión de descaro. Sam se sintió escrutado. Una parte de él sentía rechazo y la otra deseaba impresionar a Meagan.

—Ven conmigo y te lo enseñaré.

Malone escuchó las explicaciones de Stephanie sobre GreedWatch.

—La dirige la mujer que empezó esta refriega, Meagan Morrison. Es una estadounidense que estudió económicas en la Sorbona. Te tendió una trampa enviando al otro joven. Foddrell es un seudónimo que Morrison utiliza para gestionar la página.

—Engañado por un idiota que come riñones para almorzar. La historia de mi vida.

Stephanie se echó a reír.

—Me alegro de que cayeras en la trampa. Así ha sido más sencillo que contactáramos. Daniels me dijo que Sam lleva más de un año comunicándose con GreedWatch. Le pidieron que lo dejara, pero no escuchó. El Servicio Secreto, a través de su sede en París, ha vigilado la página y a la propia Morrison durante los últimos meses. Es una mujer astuta. El tipo que te trajo hasta aquí figura como el webmaster oficial. En las dos últimas semanas ha sido vigilado por Eliza Larocque, según ha averiguado el Servicio Secreto.

—Nada de esto me dice por qué estás aquí ni por qué sabes todo esto.

—Creemos que esa página está al corriente de cierta información privilegiada y, al parecer, Larocque también.

—Supongo que no has venido hasta aquí para hablarme de una página web. ¿Qué está pasando en realidad?

—Peter Lyon.

Malone conocía al surafricano. Era uno de los hombres más buscados del mundo. Estaba metido en negocios de armamento ilícito, asesinatos políticos, terrorismo y cualquier cosa que deseara el cliente. Se autodefinía como un mediador del caos. Cuando Malone se retiró dos años antes, se le atribuían al menos una docena de atentados y centenares de muertes.

—¿Sigue activo? —preguntó.

—Más que nunca. Ashby se ha reunido con él. Larocque planea algo que contará con la participación de Lyon. Los hombres como él no salen a la superficie a menudo. Quizá esta sea la mejor oportunidad de que dispongamos para darle caza.

—¿Y el hecho de que Ashby disponga de cierta información sobre esa posible oportunidad no representa un problema?

—Lo sé. No era yo quien dirigía esta operación. Yo jamás le habría permitido tomarse esas libertades.

—Obviamente está jugando a dos bandas. No pueden permitir que siga ocultando información.

—No lo hará. Ya no. Ahora esto es una operación del Billet. Desde hace doce horas yo estoy al mando. Así que quiero que le aprieten las tuercas a ese hijo de puta.

—¿Antes o después de que Henrik lo mate?

—Preferiblemente antes. Ashby se ha reunido con Lyon en Westminster hace solo unas horas. Hemos grabado la conversación con micrófonos parabólicos.

—Veo que alguien utilizó el cerebro. ¿Qué hay de Lyon?

—Lo dejan en paz. No hay seguimiento, y yo he dado el visto bueno. Si ve que lo han descubierto, desaparecerá. Ahora mismo se siente cómodo recurriendo a Ashby.

Malone sonrió por la fanfarronería de Lyon.

—Me alegra saber que todo el mundo se equivoca.

—Ashby le facilitó a Lyon algunas claves y mencionó un plazo de dos días, pero poco más. Tengo una cinta de la conversación —Stephanie hizo una pausa—. Ahora dime, ¿dónde está el alegre danés? Necesito hablar con él.

—Ha ido a ver a Eliza Larocque.

Sabía que esa revelación despertaría su interés.

—Por favor, dime que Thorvaldsen no va a espiarla a ella también.

Malone percibió un destello de ira en sus ojos. A Stephanie le gustaba dirigir las operaciones a su manera.

—Va a cobrarse su venganza —aclaró Malone.

—No mientras yo esté aquí. Por el momento, Ashby es lo único que tenemos para indagar en las actividades de Lyon.

—No necesariamente. Henrik ha conseguido introducirse en el Club de París. Podría sernos útil.

Ambos guardaron silencio mientras Stephanie ponderaba la situación.

—Meagan Morrison —dijo— se ha llevado a Sam a punta de pistola. Lo vi por el circuito cerrado de televisión del museo. Decidí permitírselo por una razón.

—El muchacho no es un agente.

—Es un miembro del Servicio Secreto. Espero que actúe como tal.

—¿Cuál es su historia?

Stephanie negó con la cabeza.

—Eres tan malo como Thorvaldsen. Sam ya es un hombre. Sabe arreglárselas solo.

—Eso no responde a mi pregunta.

—Es una triste historia. Fue abandonado de niño y se crió en un orfanato.

—¿No hubo adopción?

Stephanie se encogió de hombros.

—No conozco el motivo.

—¿Dónde?

—Nueva Zelanda. Vino a Estados Unidos cuando tenía dieciocho años con un visado de estudiante y al final obtuvo la ciudadanía. Asistió a la Universidad de Columbia y fue el tercero de su promoción. Durante unos años trabajó duro como contable y luego se ganó el puesto en el Servicio Secreto. En general es un buen chico.

—Pero no escucha a sus superiores.

—Me temo que tú y yo también entramos en esa categoría.

Malone sonrió.

—Supongo que Meagan Morrison es inofensiva.

—Más o menos. El problema es Thorvaldsen. Sam Collins se marchó de Washington hace un par de semanas, justo después de ser interrogado una vez más sobre la página web. El Servicio Secreto lo siguió hasta Copenhague. Decidieron dejarlo tranquilo, pero cuando supieron que Thorvaldsen estaba investigando a Ashby, acudieron al presidente. Fue entonces cuando Daniels me hizo partícipe del caso. Creyó que se estaba cociendo algo grande y tenía razón. Decidió, teniendo en cuenta mi relación personal con Thorvaldsen, que yo era la persona más indicada para ocuparme de ello.

Malone sonrió ante su sarcasmo.

—¿Sabe Eliza Larocque que Meagan Morrison es inofensiva?

La tensión que creó el silencio de Stephanie inundó la sala.

Al final dijo:

—No lo sé.

—No envió a esos hombres por diversión. Será mejor que investiguemos. Eso podría ser un problema para Morrison y Sam, teniendo en cuenta lo que ha sucedido aquí.

—Yo me ocuparé de Sam. Necesito que tú te concentres en Graham Ashby.

—¿Cómo demonios me he metido en este enredo?

—Tú sabrás.

Pero ambos conocían la respuesta, de modo que Malone preguntó:

—¿Qué quieres que haga?