Boda en el búnker

La visión del abismo que tenían ante sí hizo reaccionar a los jerarcas nazis, que temían ya por su vida. Göring, desde el sur de Alemania, envió un telegrama a Hitler tanteando la posibilidad de sucederle al frente del Reich, mientras que la BBC revelaba las conversaciones de paz iniciadas en secreto por Himmler. En la noche del 28 de abril, ambos fueron destituidos por Hitler. Tan sólo Bormann y Goebbels permanecerían leales hasta el último momento.

Esa noche, Hitler dictó su testamento político a su secretaria Traudl Junge. En él se reafirmaba en sus inalterables planteamientos, responsabilizando a los judíos del estallido de la guerra. Hitler animaba a las tropas alemanas a seguir combatiendo y expresaba su deseo de morir en Berlín. En el documento nombraba, a su muerte, al almirante Karl Dönitz como presidente del Reich y a Goebbels como canciller.

Alrededor de la medianoche del 28 al 29 de abril, el búnker asistiría a un episodio tan inesperado como irreal. Un funcionario municipal que estaba luchando en la trinchera de una calle próxima, Walter Wagner, fue reclamado en el refugio para oficiar la boda de Hitler con Eva Braun. Hasta entonces, Hitler siempre había dicho que, como führer de Alemania, no podía asumir la responsabilidad del matrimonio. Pero el inminente final del Reich le permitía ahora tomar esa decisión.

Al principio de su testamento privado, que acababa también de dictar a su secretaria, Hitler afirmaba: «Durante mis años de lucha creí que no debía contraer matrimonio, pero ahora mi vida toca a su fin y he decidido tomar por esposa a la mujer que vino a esta ciudad cuando ya se encontraba virtualmente sitiada, después de largos años de verdadera amistad, para unir su destino al mío. Es su deseo morir juntamente conmigo, como mi esposa. Esto compensará cuanto no pude darle por causa de mi trabajo en interés de mi pueblo». Eva, feliz porque por fin iba a poder presentarse como la esposa de Hitler, iba de negro, con un vestido largo de seda de ese color. Hitler llevaba uniforme. La ceremonia fue breve y Goebbels y Bormann firmaron como testigos.

Del brazo de la novia, Hitler guió a los invitados hacia el estudio, donde todo estaba dispuesto para el banquete. Allí Hitler bromeó y hasta bebió un poco de vino húngaro. Se puso un disco en el gramófono y Eva, radiante y feliz, salió al pasillo para recibir las felicitaciones del personal. En todo el búnker reinaba una atmósfera de alegría.

Mientras continuaba la fiesta posterior a la boda, Hitler iba y venía al despacho en el que su secretaria estaba pasando a máquina el testamento, del que se harían tres copias. En el documento, Hitler hacía también referencia a sus bienes personales, que los legaba al partido y, en caso de que este dejara de existir, al Estado. Con claro sentido realista añadió que, en caso de que también el Estado quedara destruido, las «ulteriores disposiciones que pueda hacer serán superfluas».