El atentado de las botellas

Cuatro meses antes de la batalla de Kursk, Hitler fue objeto de un intento de atentado que estuvo muy cerca de acabar con su vida, pese a que en todo momento fue ajeno al peligro con el que se estaba enfrentando. El 13 de marzo de 1943, el general Henning von Tresckow y el comandante Fabian von Schlabrendorff llevaron a cabo un plan para asesinarle. Hitler acudiría a visitar a las tropas en Smolensk desde la Guarida del Lobo en su avión; ellos se encargarían de introducir un artefacto en el interior del aparato para que hiciera explosión en pleno vuelo. De este modo, su derribo podía ser achacado a un accidente o un ataque de aviones rusos.

Ese día, cuando el führer dio por terminada la visita, Von Tresckow entregó a un miembro de su séquito un paquete que supuestamente contenía dos botellas, pidiéndole que, cuando llegasen al cuartel de Hitler en Rastenburg, lo remitiese a un general amigo suyo destinado en Berlín. En realidad, el paquete contenía dos minas adhesivas de las que los británicos solían enviar a la resistencia francesa para sus operaciones de sabotaje y que habían caído en manos en los conspiradores.

A las tres y veinte de la tarde, el avión de Hitler rodó por la pista de despegue y se elevó con la bomba en su interior. El artefacto debía explotar a la media hora, pero el aparato llegó sin novedad a Rastenburg poco después de las cuatro de la tarde. No se sabe por qué falló el temporizador. Se cree que, para evitar las turbulencias de una tormenta, el piloto elevó el avión, provocando que la temperatura descendiese bruscamente en el compartimento en donde estaba el paquete; el descenso de la temperatura heló el ácido que formaba parte del mecanismo, impidiendo que cediese el fino alambre que sujetaba el percutor. Sea como fuere, la realidad es que la fortuna, una vez más, estuvo de parte de Hitler.