El atentado frustrado sirvió a Hitler para convencerse aún más de que la Providencia estaba de su parte, reafirmándose en su convencimiento de que tarde o temprano alcanzaría sus objetivos. Unos días después, el ataque inminente en el oeste tuvo que ser aplazado debido al mal tiempo. Finalmente, Hitler acabó señalando el inicio de la campaña occidental para el 17 de enero de 1940. Pero los planes de invasión llegaron por casualidad a manos aliadas una semana antes de esa fecha, lo que llevó a Hitler a aplazar de nuevo la ofensiva hasta la primavera, para alivio de sus generales, que no veían con buenos ojos esa campaña invernal.
Pero, antes de atacar a Francia, Hitler advirtió la necesidad de hacerse con el control de Noruega, debido a la necesidad de mineral de hierro para la industria de guerra y para mantener despejadas las rutas marítimas hacia el Atlántico. Los Aliados también repararon en el enorme valor estratégico del país escandinavo; mientras los ingleses, urgidos por los franceses, preparaban el envío de un cuerpo expedicionario, los alemanes se adelantaron a sus adversarios. El 9 de abril de 1940, las tropas germanas desembarcaron en varios puntos de la costa noruega. El mismo día, la Wehrmacht entró en Dinamarca para apoyar a las fuerzas que participaban en la invasión. El 14 de abril llegó a Noruega un contingente anglo-francés, tomando Narvik, pero el 10 de mayo tuvo que regresar ante la noticia de que Hitler había lanzado su ofensiva en el oeste.
Ese día, las tropas germanas atacaron Holanda, Bélgica y Luxemburgo. La guerra se acercaba peligrosamente a las islas británicas, lo que llevó a que el pacifista Neville Chamberlain fuera sustituido por el resolutivo Winston Churchill. Franceses y británicos acudieron en socorro de Bélgica, cayendo en la trampa hábilmente tendida por Hitler. Los alemanes penetraron rápidamente por las Ardenas, una región abrupta y boscosa considerada impracticable para los blindados, y procedieron a cortar la cuña de avance francobritánico con un rápido golpe de hoz.
Hitler se vio sorprendido por los éxitos iniciales en la campaña occidental, ya que la gran igualdad existente en esos momentos entre los ejércitos alemán y francés no hacía prever que el equilibrio se rompiese tan fácilmente. Así, Hitler vacilaba en permitir que sus tanques continuasen rodando a tanta velocidad, temeroso de que pudieran dejar los flancos vulnerables. Fruto de ese temor llegaría su primer error cometido durante la guerra; el cuerpo expedicionario británico quedó rodeado en el puerto francés de Dunkerque, pero Hitler ordenó a sus pánzer que se detuvieran, accediendo al ofrecimiento de Göring de aniquilar la bolsa con su Luftwaffe.
Los motivos de esta decisión han sido objeto de controversia; se cree que Hitler no quería arriesgar sus tanques en una región poco propicia para ellos, que él conocía de la Primera Guerra Mundial, reservándolos para el avance por Francia. No obstante, se especula con que Hitler quiso mostrarse magnánimo con los británicos dándoles una oportunidad para escapar, como lo demuestra el que no se mostrase demasiado contrariado al saber que la Luftwaffe estaba siendo incapaz de frenar la evacuación por mar. Finalmente, los británicos pudieron reembarcar trescientos mil hombres, lo que constituiría la columna vertebral de las tropas que desembarcarían cuatro años después en Normandía.
Sin la ayuda británica, la suerte de Francia estaba echada. Los pánzer siguieron avanzando hacia París casi sin oposición. El 14 de junio, la guarnición de la capital gala se retiraba. El 20 de junio, una delegación del gobierno francés salía de Burdeos para encontrarse con los alemanes y acordar los términos del armisticio. Por decisión de Hitler, la firma de la rendición de Francia se celebraría en el mismo vagón de ferrocarril en el que Alemania tuvo que firmar la suya en 1918, que se conservaba como una pieza de museo en el bosque de Compiègne. La delegación francesa firmó allí el armisticio el 22 de junio de 1940; la humillación sufrida en 1918 había sido vengada.
Hitler se retrata como un turista más ante la torre Eiffel de París, durante la visita que realizó el 23 de junio de 1940, cumpliendo así un viejo sueño. A su derecha, el arquitecto Albert Speer y, a su izquierda, el escultor Arno Breker.
Al día siguiente de la firma del armisticio, Hitler decidió cumplir su gran sueño de visitar París. Desde muy joven se había interesado por los bellos edificios que pueden admirarse en la Ciudad de la Luz, estudiando los planos y dibujos que los representaban, conociéndolos al detalle gracias a su prodigiosa memoria. Aquel domingo, al amanecer, su avión llegó al aeródromo de Le Bourget. El tour turístico comenzó de inmediato, iniciándose en el edificio de la Ópera y continuando por el Arco de Triunfo y la Torre Eiffel, en donde se fotografió como un turista más, así como Los Inválidos, donde se descubrió ante la tumba de Napoleón. Al iniciar el vuelo de regreso, mientras contemplaba por la ventanilla su ciudad más admirada, confesó a su fiel arquitecto Albert Speer no poder expresar todo lo feliz que se sentía en ese momento. Aquella misma noche, encargó a Speer que redactara el borrador de un decreto para la total reconstrucción de Berlín, una capital del Reich que superase todo lo que había visto ese domingo en París. Tres días más tarde, Hitler firmaba el documento en que se ordenaba que la labor de embellecimiento de Berlín quedara terminada en 1950[18].
El 19 de julio de 1940, las tropas alemanas que habían participado en la campaña occidental desfilaron por la Puerta de Brandeburgo, entre los vítores y el clamor de los berlineses. Ese sería el punto culminante de la gloria de Hitler. A partir de entonces, a pesar de que aún cosecharía algunos éxitos militares y que lograría expandir aún más las fronteras de su imperio, Hitler iría cavando poco a poco la fosa de su soñado Reich de los Mil Años.