Atentado en Múnich

Europa había asistido atónita al incontenible avance de los pánzer y Hitler quería seguir aprovechándose del factor sorpresa, por lo que decidió lanzar un ataque en el oeste, que debía tener lugar en noviembre. Sus generales se mostraron contrarios a esta ofensiva, pero el führer estaba dispuesto a ello, decidido a aprovechar la ventaja momentánea con que contaba sobre los Aliados.


Hitler comparece ante un entregado Reichstag para informar de la aplastante victoria de la Wehrmacht sobre Polonia, el primer éxito de la guerra relámpago.

Ese mes de noviembre estuvo a punto de cambiar el curso de la historia. El 8 de noviembre se celebraba el aniversario anual del fallido Putsch de Hitler de 1923, reuniéndose cada año figuras destacadas del régimen junto al propio führer y la vieja guardia del partido en la Bürgerbräukeller de Munich. Allí acudió Hitler tal como estaba previsto. La duración habitual del discurso de Hitler era desde las ocho y media de la tarde hasta, aproximadamente, las diez de la noche, para luego permanecer varios minutos más conversando con los antiguos camaradas del partido. Hitler tenía previsto regresar en avión, pero el mal tiempo obligó a cambiar los planes. Su tren personal fue enganchado al expreso Múnich-Berlín, que salía a las nueve y media. Así, Hitler empezó su discurso a las ocho y diez minutos y lo terminó poco después de las nueve. Una vez acabado se dirigió rápidamente hacia la estación para tomar el tren.


Hitler y Goering, en una imagen tomada durante la campaña de Polonia. Goering aseguró que su Luftwaffe pondría de rodillas a Gran Bretaña, pero no pudo cumplir su promesa.

A las 21.20 horas estalló una bomba colocada en el interior de la columna situada detrás del lugar donde había estado Hitler diez minutos antes, derrumbándose parte del techo de la galería superior. El balance fue de ocho personas fallecidas y sesenta y tres heridas, dieciséis de ellas de gravedad. Hitler no supo nada hasta que su tren hizo una parada en la estación de Núremberg.

Las primeras sospechas recayeron sobre los británicos, pero los restos de la bomba permitieron deducir que se trataba de un artefacto artesanal. Las pesquisas sobre el origen de los materiales llevó hasta un hombre cuya descripción coincidía con la de un sospechoso detenido en la frontera suiza cuando trataba de salir de Alemania: un carpintero suabo llamado Georg Elser. Aunque Elser había intentado acabar con Hitler por iniciativa propia, el régimen intentó demostrar que había actuado inducido por los servicios secretos británicos[17].