Preludio a la guerra

Con el enemigo judío bien aherrojado, Hitler giró de nuevo su atención sobre lo que quedaba de Checoslovaquia. Como él había previsto, el resto del país centroeuropeo iba a caer como una fruta madura. Desde Berlín se animó a Eslovaquia a cortar sus lazos con Praga y declararse independiente, al mismo tiempo que la prensa germana aventaba nuevas supuestas agresiones contra alemanes en el país checo y la Wehrmacht se apostaba en la frontera para intervenir en cualquier momento.

El 14 de marzo de 1939, el sucesor de Benes, Emil Hacha, acudía a la Cancillería del Reich para tratar de aplacar a Hitler pero, presionado hasta el límite, incluso con el farol de que Praga iba a ser bombardeada en cuestión de horas, accedió finalmente a entregarle lo que quedaba de Checoslovaquia. Esa misma noche las tropas alemanas ocuparon la capital.


Postal propagandística que identifica a Hitler con la Gran Alemania. Hitler estaba consiguiendo expandir el Reich a todos los territorios con población de origen germano.

Checoslovaquia había dejado de existir, para convertirse en la provincia de Bohemia-Moravia. Las palabras de condena procedentes de Londres y París fueron muy duras; sus gobiernos se sentían engañados y humillados por Hitler, al haberse saltado las garantías de independencia de Checoslovaquia acordadas en el Pacto de Múnich. La maniobra se revelaría como un error en la estrategia de Hitler; a partir de ese momento se le había acabado el crédito para seguir obteniendo concesiones de las potencias occidentales.

Nuevamente, sin haber disparado un solo tiro, Hitler había logrado apoderarse de otro país independiente. El 23 de mayo de 1939 recuperaría la ciudad de Memel, entregada por los lituanos al recibir las primeras amenazas germanas para no correr la misma suerte que austriacos o checos. Hitler parecía invencible; en apenas seis años había logrado crear la Gran Alemania con la que siempre había soñado. Ahora había que pasar a la siguiente fase; la expansión hacia el este en busca del espacio vital que requería el nuevo Reich. Polonia iba a ser la próxima víctima.

El nuevo motivo de conflicto presentado por Alemania sería la antigua ciudad germana de Danzig y su territorio circundante, bajo control polaco desde el final de la Primera Guerra Mundial, que partía el territorio prusiano en dos para permitir a Polonia una salida al mar. El 26 de marzo de 1939, Berlín exigió la entrega de Danzig, pero en este caso los polacos consiguieron una garantía de ayuda de Gran Bretaña, a la que luego se sumó Francia. Con la llegada del verano, la tensión pareció rebajarse, pero en realidad los alemanes estaban maniobrando en secreto para alcanzar un pacto con Stalin, con el fin de poder invadir Polonia sin temor a una respuesta soviética. Hitler, que había hecho de la lucha contra el comunismo una constante a lo largo de toda su vida política, estaba a punto de cerrar un acuerdo con el abanderado mundial del marxismo.

Para sorpresa y consternación de todos, el 23 de agosto de 1939 se firmaba en el Kremlin un pacto entre Alemania y la Unión Soviética por medio de sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov. Aunque el tratado contenía cláusulas de no agresión y expresaba el compromiso de solucionar pacíficamente las controversias entre ambas naciones, así como estrechar vínculos económicos y comerciales, la razón de tan antinatural acercamiento era la división de Europa Oriental en áreas de influencia alemanas y soviéticas, lo que incluía el reparto del territorio polaco entre ambas potencias. Hitler, desde Berlín, celebró el triunfo conseguido, al tener las manos libres para la invasión de Polonia. El pacto entre la Alemania nazi y la Unión Soviética sería el preludio de la guerra que estaba a punto de comenzar.


Hitler pasa revista a sus tropas en Praga el 15 de marzo de 1939. Checoslovaquia acababa de ser ocupada y desmembrada.