Con Austria ya en el saco sin haber disparado un solo tiro, Hitler fijó su atención en su siguiente objetivo: la región checa de los Sudetes, en la que vivían cerca de tres millones de personas de origen alemán. Su propósito final, no obstante, era apoderarse tarde o temprano de toda Checoslovaquia, que había quedado prácticamente rodeada por territorio alemán tras la anexión de Austria. Si Hitler quería expandir el Reich hacia el este, era imprescindible apoderarse antes de Checoslovaquia, cuya silueta semejaba «un dedo apuntando al corazón del Reich»; Hitler no quería ni pensar en un acuerdo entre Praga y Moscú, que colocaría a Alemania en una posición extremadamente vulnerable.
Debido a su posición estratégica, Checoslovaquia estaba irremisiblemente condenada. Hitler pondría allí en marcha la misma táctica que había llevado a cabo Austria, apoyando a grupos de activistas nazis encargados de provocar incidentes. La campaña de desestabilización incluía propaganda anticheca convenientemente esparcida por los medios alemanes, siempre obedientes a las consignas de Goebbels, en los que se acusaba a los checos de todo tipo de ataques y vejaciones contra la minoría germana. Esas noticias serían reproducidas por la prensa internacional, logrando calar como una fina lluvia y creando así un estado de opinión favorable a una intervención para proteger a la minoría germana.
El premier británico Neville Chamberlain visita a Hitler en el Berghof el 16 de septiembre de 1938, con el fin de aplacarle y evitar la guerra que entonces parecía inminente por la crisis de los Sudetes.
El gobierno de Praga, decidido a mantener la integridad de su territorio, acudió a Francia y Gran Bretaña a pedir auxilio ante las amenazas alemanas. El primer ministro británico, Neville Chamberlain, viajó a Berchtesgaden el 16 de septiembre de 1938 a entrevistarse con Hitler para interceder por los checos y alejar el fantasma de una nueva guerra en Europa. El führer le expuso sus exigencias y Chamberlain pidió regresar a Londres para discutir las condiciones. Los británicos no se oponían a una ocupación de los Sudetes, mientras que el primer ministro francés, Edouard Daladier, no quería en ningún caso ir a la guerra por Checoslovaquia. Los checos, decepcionados, se mostraron finalmente dispuestos a entregar los Sudetes en un plan escalonado de evacuación. Cuando Chamberlain regresó a Alemania, en este caso a Bad Godesberg, el 22 de septiembre, Hitler le espetó que los checos debían abandonar la región en dos días. Tras duras negociaciones, Hitler accedió a conceder un plazo que expiraría el 1 de octubre.
Chamberlain y Daladier acabaron convenciendo al presidente checo, Edvard Benes, para que aceptase esa oferta. A fin de discutir los pormenores del acuerdo y con Mussolini en el papel de mediador, las partes implicadas se reunieron en Múnich. En la noche del 29 al 30 de septiembre se consumó la claudicación de las potencias democráticas ante la desmedida ambición de Hitler. Mientras a Benes se le impedía estar presente en la sala de negociaciones, Chamberlain y Daladier accedían a desmembrar Checoslovaquia para aplacar al dictador germano, quedando supuestamente garantizada la independencia del resto del país. El 1 de octubre, las tropas alemanas irrumpirían en territorio checo, en cumplimiento de los acuerdos del Pacto de Munich, apoderándose así de la región de los Sudetes.