Planes de expansión

Después del golpe de efecto en Renania y el éxito de imagen proporcionado por los Juegos, Hitler se centró nuevamente en su agresiva política exterior. El estallido de la guerra civil en España le dio la oportunidad de poner a prueba su fuerza aérea, con el envío de la Legión Cóndor en apoyo del general Franco. El 18 de noviembre de 1936, de acuerdo con Mussolini, Berlín reconoció al régimen de Franco como gobierno legítimo de España. Sin embargo, la ayuda militar sería limitada; Hitler no deseaba una rápida victoria de las fuerzas franquistas, al pensar que una guerra prolongada en España distraería la atención mundial de sus apetencias territoriales y el ambicioso programa de rearme germano. Antes de que acabara 1936, para redondear así un año de éxitos, Alemania firmaría un pacto con Japón. Según confesó Hitler a la esposa de Göring, esa era la primera Navidad feliz que tenía «en muchos años».


Hitler, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. El éxito del evento proyectaría una imagen seductora de la Alemania nazi. El resto del mundo cayó en esa trampa propagandística.

El año 1937 supondría un breve interludio en la audaz política exterior de Hitler. Con la reincorporación del Sarre, la remilitarización de Renania y el inicio del rearme habían logrado acabar con las consecuencias más hirientes del Tratado de Versalles. Ahora había que pasar a la segunda fase, ya expuesta en Mein Kampf: llevar el Reich hasta el último rincón en el que hubiera alemanes. Eso conllevaba la anexión de Austria, la región checa de los Sudetes o la ciudad de Memel, en poder de Lituania. Pero Hitler era consciente de que ese nuevo paso implicaba violar fronteras ya establecidas, con el consiguiente riesgo de una conflagración general para la que su país no estaba todavía preparado. Había que dar tiempo a poner en marcha una economía de guerra, una responsabilidad que recayó en manos de Göring, y a que el Ejército pudiera contar con la fuerza suficiente para enfrentarse a cualquier eventualidad.


Caravana promocional de vehículos Volkswagen. Hitler puso en marcha un plan para motorizar a la población germana con la construcción de autopistas y la fabricación de un coche resistente y asequible. Él mismo intervendría en el diseño del «Auto del Pueblo».

Durante ese año se aceleró el programa de construcción de autopistas. Abundando en ese ambicioso plan de motorización de la sociedad germana, Hitler dispuso en 1937 que toda la industria se volcase en el proyecto de fabricación de un vehículo sencillo pero robusto cuyo precio fuera inferior a mil marcos, el Volkswagen, o coche popular. Hitler llegó a intervenir en su diseño, que puso en manos del ingeniero Ferdinand Porsche. Para hacerlo asequible se aprobó un innovador sistema de venta mediante el cual se podía comprar el auto cumplimentando una cartilla con cupones. Sin embargo, el estallido de la guerra no permitiría entregar ninguno, siendo destinadas al Ejército las unidades fabricadas. Tanto las autopistas como el Volkswagen fueron ampliamente utilizados por Hitler con fines propagandísticos.

La propaganda nazi también sacó jugo del programa Kraft durch Freude (Fuerza a través de la Alegría), por el que se ofrecían conciertos, funciones de teatro, exposiciones, películas o cursos a los obreros. Pero el proyecto que tenía más aceptación era el que subvencionaba estancias en lugares turísticos e incluso cruceros en transatlánticos de clase única construidos especialmente para esta función. Mientras los sindicatos estaban prohibidos y sus líderes se encontraban en campos de concentración, estos proyectos servían al régimen para ganarse el apoyo de los obreros, que veían la posibilidad cercana de mejorar su nivel de vida. La progresiva reducción del paro hasta alcanzar el pleno empleo en 1938 ayudó a que este objetivo se consiguiese.

A finales de 1937, Hitler creyó llegado el momento de dar comienzo a la segunda fase de expansión del Reich. Para ponerla en marcha, el 5 de noviembre se reunió en la Cancillería con sus jefes militares y el ministro de Asuntos Exteriores. Hitler les expuso sus planes para 1938, que incluían la incorporación de Austria y los Sudetes, para expandirse después hacia el este a costa de Polonia. La respuesta fue gélida, ya que a nadie se le escapaba los enormes riesgos que el plan implicaba.


Hitler, en una imagen de 1937. Ese año se tomó un respiro en su agresiva política exterior, pero al año siguiente se lanzaría a por Austria y Checoslovaquia.

Los que mostraron más reparos a los planes del führer, el ministro de Defensa, Werner von Blomberg, el jefe del Estado Mayor del Ejército, Werner von Fritsch y el ministro de Asuntos Exteriores, Konstantin von Neurath, quedarían sentenciados. El primero se vería obligado a dimitir después de que se descubriese el oscuro pasado de la joven mujer con la que se casaría, siendo sustituido por el propio Hitler al frente del ministerio de Defensa. Von Fritsch se vería envuelto en acusaciones de homosexualidad; aunque se acabaría demostrando que todo era un montaje, fue destituido a consecuencia de ese turbio asunto. En su lugar fue nombrado el dócil general Wilhelm Keitel. Por último, Von Neurath fue relevado de su puesto, siendo sustituido al frente del ministerio por Joachim von Ribbentrop, otro títere en manos del führer. Así, en febrero de 1938, Hitler disfrutaba de un poder absoluto para poner en práctica sin cortapisas su agresiva política exterior. Había llegado el momento de poner en marcha las operaciones.