A Hitler se le presentaría una oportunidad extraordinaria para apuntarse un nuevo tanto, con la organización de los Juegos Olímpicos de Berlín, a celebrar en agosto de 1936. Cuando Hitler llegó al poder, se encontró con el compromiso de celebrarlos, ya que la capital germana había sido nominada para albergarlos en 1931. En un primer momento Hitler, quien aborrecía el espíritu olímpico, estuvo a punto de presentar la renuncia, pero Goebbels le hizo cambiar de opinión mostrándole las posibilidades de convertir el evento en un inmejorable escaparate internacional para el régimen.
Hitler de uniforme, en una postal de 1936, un año en el que la imagen de la Alemania nazi ganaría muchos enteros en el plano internacional.
Los Juegos de Invierno, celebrados en febrero de 1936 en la localidad bávara de Garmisch-Partenkirchen, supusieron un ensayo general, aprobado con buena nota, del acontecimiento que iba a tener lugar seis meses después en la capital del Reich. Como medida cosmética, en Baviera se retiraron todos los indicios de la persecución que se estaba llevando a cabo contra los judíos, como los carteles antisemitas que se solían colocar a la entrada de las poblaciones.
El 1 de agosto de 1936, el monumental Estadio Olímpico de Berlín, abarrotado por ciento diez mil espectadores, acogió la espectacular ceremonia de inauguración de los Juegos. A las cuatro de la tarde, Hitler hizo su entrada en el espectacular recinto. Tras el desfile de los atletas, Hitler inauguró oficialmente los Juegos. Sus palabras fueron remarcadas por el sonido de sesenta trompetas, seguidas de once cañonazos. La reacción favorable de la prensa mundial ante la ceremonia de inauguración fue casi unánime, una reacción que se extendería a los Juegos en su conjunto[15].
Con la organización de ese evento, la imagen internacional de la Alemania nazi se vio acrecentada. Ante la llegada de miles de visitantes, durante las dos semanas que duró el acontecimiento el régimen ofreció su mejor cara, ocultando bajo una seductora máscara su carácter brutal y despiadado. Tal como se había ensayado durante los Juegos invernales, las campañas antisemitas fueron suprimidas, la violencia contra la comunidad hebrea desapareció casi por completo, los avisos prohibiendo o disuadiendo la presencia de judíos fueron retirados e incluso el obsceno semanario antijudío Der Stürmer desapareció de los kioscos alemanes. La opinión pública internacional fue lo suficientemente ingenua como para caer en esa trampa tendida por los nazis.