Método de trabajo

Su estilo de trabajo desde el cargo de canciller seguiría siendo el mismo que había desarrollado desde los primeros tiempos del NSDAP. Hitler era incapaz de llevar a cabo un trabajo sistemático y no se interesaba por ello lo más mínimo. Aun después de llegar al poder, seguía siendo tan caótico y diletante como siempre. Hitler había encontrado el papel en el que podía entregarse plenamente al estilo de vida desordenado, indisciplinado e indolente al que se había atenido en realidad desde su infancia de niño mimado en Linz y sus años en Viena.

A pesar de su alta responsabilidad, Hitler no tenía un horario de trabajo regular. Sus colaboradores jamás podían encontrar un momento concreto para ver a Hitler, ni siquiera cuando tenían que tratar con él asuntos de extrema importancia. Si conseguían que atendiese un asunto, este quedaba despachado normalmente con escasa atención al detalle. Hitler tenía la costumbre de convertir el asunto que había que tratar en una cuestión sobre la cual pontificaba en un largo monólogo durante una hora paseando por el despacho. Era frecuente que hiciese caso omiso de lo que se le pedía que resolviera y se saliese por la tangente para pasar a entregarse a algún capricho del momento. Si Hitler captaba una clave que le llevaba a algo en lo que estaba interesado, entonces se hacía cargo de la conversación y el asunto que se analizaba quedaba archivado. En cuestiones que él no entendía o en que la decisión era embarazosa, se limitaba a eludir la discusión.

Hitler escuchaba atentamente cualquier cosa que tuviera interés para él, pero si el asunto no era de su gusto, se ponía a hojear distraídamente una revista o mostraba tan poca atención como le era posible. Cuando caía en sus manos un informe que le resultaba interesante, se concentraba en su lectura, pero normalmente evitaba leerlos. Algunos funcionarios aguardaban durante días en antesalas, pero si un conocido de los viejos tiempos se presentaba era probable que lo invitara inmediatamente a un almuerzo, durante el cual la visita exponía problemas que a menudo se solucionaban allí mismo.

Él nunca se tomaba en serio las protestas de su personal. Hitler solía decir sobre eso: «Los problemas no se solucionan poniéndose nervioso. Cuando llegue el momento, el problema se resolverá de una manera u otra». Él era de la opinión de que muchos asuntos se arreglan solos si uno no los remueve, y actuaba en consecuencia; así, cuando le llegaba algún asunto de difícil resolución, lo dejaba aparcado dos meses, anotando el encargo de que le avisasen cuando ese plazo hubiera transcurrido. Cuando pasaba ese tiempo, una buena parte de esos problemas ya se habían solucionado, normalmente al haberse impuesto una de las dos partes en litigio, lo que hacía ya innecesario actuar.

Hitler era autoritario y dominador, pero inseguro y vacilante; era reacio a decidir, pero dispuesto luego a tomar decisiones más audaces de las que ningún otro se atrevía considerar. Hitler nunca se volvía atrás de una decisión una vez tomada. Estos rasgos de carácter son parte del enigma de la extraña personalidad de Hitler.

La inaccesibilidad, las intervenciones esporádicas e impulsivas, la impredicibilidad, la ausencia de una pauta regular de trabajo, el desinterés por las cuestiones administrativas y el recurso inmediato a los monólogos prolongados en vez de atender al detalle serían los elementos característicos del estilo de Hitler como dictador con poder supremo sobre Alemania. El que un aparato del estado tan complejo pudiera funcionar teniendo al mando a un líder de estas características constituye otro hecho sorprendente.