Régimen de partido único

La noche del 27 de febrero, un impactante acontecimiento vendría a reforzar aún más la ventaja del partido nazi. El edificio del Reichstag fue presa de un misterioso incendio. Esa misma noche fue detenido un joven comunista holandés, Marinus van der Lubbe, con pruebas que lo incriminaban, pero el origen de la acción nunca quedaría esclarecido. Existen indicios para pensar que fueron los propios nazis los que provocaron el incendio, pero de lo que no hay duda es que estos supieron sacar provecho del incidente de forma magistral.

De inmediato, los nazis extendieron el bulo de que Van der Lubbe formaba parte de un complot comunista que pretendía desencadenar una campaña de terrorismo, cuya señal era el incendio del emblemático edificio. Para actuar sobre esa inexistente conspiración comunista, Hitler promulgó un «Decreto para la Protección del Pueblo y del Estado», por el que se suspendían las libertades políticas y se fortalecía el poder central. El decreto suponía el fin del derecho a la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de manifestación y, lo que era aún más grave, permitía la detención sin mandato judicial. A partir de ese momento, las detenciones por motivos políticos se sucedieron en cascada.

Pese a que la contienda electoral del 5 de marzo de 1933 se jugó con unas reglas amañadas, el resultado supuso una inesperada decepción para Hitler y los nazis. El NSDAP obtuvo sólo 288 escaños de un parlamento de 647 representantes, quedándose lejos de la mayoría absoluta. Por otro lado, los 201 diputados obtenidos por las izquierdas en ese ambiente tan poco propicio, además de constituir un fuerte contrapeso parlamentario, eran la prueba de que una parte importante de la población germana se revelaba ante la hegemonía nazi. Pero Hitler no había llegado hasta ahí para seguir dependiendo de las reglas del juego democrático; así, procedió a anular los sindicatos y detener a sus dirigentes y mandó encarcelar a parte de los diputados socialistas y comunistas, mientras que otros optaron por el exilio.


El Reichstag es pasto de las llamas la noche del 27 de febrero de 1933. Nunca se aclaró el origen del incendio, pero los nazis supieron aprovecharlo para eliminar a sus oponentes políticos.

Para certificar la aniquilación del sistema democrático y obtener plenos poderes, el 23 de marzo, en su primera sesión, el Parlamento, reunido en el Teatro de la Ópera Kroll tras el incendio del Reichstag, votó la llamada «Ley de Habilitación». Para cumplir formalmente con la legislación, Hitler necesitaba contar con la aprobación de los dos tercios de la cámara. Para conseguirlo, a los diputados comunistas que todavía no habían sido detenidos se les impidió el acceso al hemiciclo. Con engaños y falsas promesas, Hitler logró convencer al Partido del Centro para que le diese sus votos y de este modo consiguió la ansiada mayoría de dos tercios. La Ley de Habilitación fue aprobada por 444 votos a favor y 94 en contra. La democrática República de Weimar quedaba así definitivamente enterrada.

A partir de ahí, la construcción del Estado totalitario nazi ya no se detendría. Anticipándose a la aprobación de esa ley de plenos poderes, el 21 de marzo ya se había creado el primer campo de concentración, el de Dachau, para alojar a los miles de opositores políticos que habían sido arrestados. El 26 de abril de 1933 se creó por decreto la Geheime Staatspolizei (Policía Secreta del Estado), más conocida por Gestapo, partiendo de la organización de la policía secreta prusiana y respondiendo directamente ante Hitler. La Gestapo se convertiría en la institución más temida del nazismo y sería el pilar del nuevo Estado policial.


Hitler rinde sus respetos a Hindenburg el 21 de marzo de 1933. Dos días después, el Reichstag concedería a Hitler una ley de plenos poderes, confiriéndole así un poder dictatorial.

El 14 de julio de 1933 se promulgó una ley que prohibía la formación de nuevos partidos, proclamando al NSDAP como el único legal. Al mismo tiempo, se llevó a cabo la llamada Gleichschaltung (Coordinación o igualación), lo que suponía la nazificación de todos los estamentos, desde la judicatura a los sindicatos, pasando por el ejército, la educación, la cultura o el deporte.

Para eliminar todo vestigio del fenecido régimen democrático, el 12 de noviembre de 1933 se celebraron nuevas elecciones al Parlamento alemán; los 661 escaños fueron a parar íntegramente a la única formación que podía presentarse, el partido nazi. De los 45.100.000 electores que ejercieron el voto, 39.600.000 apoyaron a Hitler. La única opción que permitía expresar la oposición a los nazis, el voto nulo, consiguió sumar 3.398.404 votos, apenas uno de cada diez sufragios. Teniendo en cuenta la ausencia de libertades, la manipulación informativa, la presión del poder y el miedo de los opositores a significarse, no podía esperarse otro resultado.

Desde ese momento, quedaba borrado cualquier rastro de vida parlamentaria. El único cometido de los diputados nacionalsocialistas que copaban el hemiciclo sería aprobar por unanimidad las resoluciones presentadas por el führer. Libre de cualquier atadura que pudiera limitar su poder, Hitler se lanzó a la construcción de su soñado Reich de los Mil Años.

Dos meses antes, Hitler ya había escenificado la puesta en marcha de su plan más ambicioso; dotar a Alemania de una red de autopistas, una voluntad que expresó tras su cautiverio en la prisión de Landsberg y que ahora tenía la oportunidad de hacer realidad. El 23 de septiembre, en Frankfurt, Hitler dio comienzo en un acto propagandístico, a golpe de azadón, a las obras de construcción de la primera de una red de autopistas que debía cubrir toda la extensión del Reich. Paradójicamente, Hitler se aprovechó de los trabajos preliminares que se habían emprendido durante la República de Weimar, en forma de mapas, proyectos y expropiaciones. No obstante, el impulso personal de Hitler fue decisivo para acometer un proyecto tan colosal, una obra revolucionaria que despertaría la admiración tanto de los alemanes como de los extranjeros, logrando de paso desviar la atención sobre la brutalidad de su régimen.