Objetivo: la cancillería

Aunque el partido nazi obtenía un apoyo creciente de los electores, la cancillería aún parecía estar muy lejos para Hitler. Era difícil pensar que el NSDAP pudiera obtener algún día la mayoría de escaños en el Reichstag; a pesar del enorme esfuerzo que se había hecho para movilizar a las masas, los resultados no habían mejorado respecto a los últimos comicios e incluso en algunas zonas habían descendido ligeramente, lo que llevaba a pensar que el partido nazi había alcanzado su techo. También era improbable que algún día Hindenburg encargase a Hitler formar gobierno. La única posibilidad factible era que Hitler y los nazis entrasen en un gobierno de coalición, pero sin obtener la cancillería, lo que era visto con buenos ojos en algunos sectores del partido, con Strasser al frente. Sin embargo, Hitler no estaba dispuesto de ningún modo a que el partido nazi entrase a formar parte de un gobierno en el que él no fuera canciller.

La inoperancia del gobierno presidido por el canciller Brüning llevó a su sustitución por un refinado y acaudalado caballero, Franz von Papen, quien no parecía ser la persona más indicada para fijar el rumbo de la nave alemana en medio de la tormenta. El propio Von Papen diría: «Dudo mucho que yo sea el hombre adecuado» antes de aceptar la propuesta de Hindenburg. Inicialmente, Hitler aseguró que le daría su apoyo, pero de inmediato exigió la disolución de la cámara y la convocatoria de elecciones para el 31 de julio de 1932.

Al considerar que un ambiente tenso le era favorable para sus aspiraciones políticas, Hitler alentó las batallas callejeras contra los comunistas y una nueva ola de violencia se abatió sobre Alemania, provocando decenas de muertos. La campaña electoral, la cuarta del año, resultó agotadora para el partido nazi, al intentar mantener el mismo grado de intensidad alcanzado en las anteriores. Hubo toques originales, como el reparto de 50.000 discos de gramófono con un discurso de Hitler. En su tercer «Vuelo sobre Alemania», Hitler habló en 53 pueblos y ciudades, obligando a un enorme esfuerzo organizativo. En esos comicios, los nazis obtendrían 230 actas de diputado de 608 escaños totales, lo que constituyó un gran éxito en comparación con las últimas elecciones legislativas, celebradas en 1930, en las que habían conseguido 107 representantes. El NSDAP se convirtió así en la primera fuerza del Reichstag, pero una lectura más atenta de los resultados demostraba que la preocupante impresión de que el partido nazi había tocado techo era cierta; el porcentaje de votos, un 37 por 100, era similar al obtenido en los dos últimos procesos electorales.

La vía legal de ascenso al poder mostraba síntomas de agotamiento. Goebbels se impacientaba, tal como dejó reflejado en su diario: «Tiene que pasar algo, se acabó el tiempo de la oposición. ¡Hacen falta ya hechos! Tienen que tomarse decisiones. No conseguiremos una mayoría absoluta de este modo». Hitler, con serias dudas sobre la manera de rentabilizar su fuerza en el Reichstag, decidió tomarse un respiro los primeros días de agosto para fijar la estrategia a seguir.

A pesar de su estancamiento y de las pesimistas apreciaciones de Goebbels, los nazis tendrían muy pronto abiertas las puertas del poder; el canciller Papen les ofreció entrar en un gobierno presidido por él, reservando para Hitler el cargo de vicecanciller. Sin embargo, Hitler exigió la cancillería y los ministerios más importantes para su partido. Por su parte, Hindenburg rechazaba por completo la idea de dar el poder a Hitler, pero este permanecía inflexible, jugando al todo o nada. Por si fuera poco, además de exigir el cargo de canciller y los mejores puestos en el gabinete, pretendía que se aprobase una ley que le confiriese poderes para gobernar el país por decreto, lo que equivalía a instaurar una dictadura.

La posición de Hitler no era compartida por todos sus partidarios, muchos de los cuales deseaban ya asumir tareas de gobierno, aunque fuera en un gobierno de coalición en el que Hitler no fuera canciller. La corriente de Strasser en el partido nazi se mostraba claramente en contra de esa postura tan intransigente como poco realista, ya que tal vez se estaba dejando pasar la última posibilidad de gobernar. Las tensiones en el partido iban en aumento, amenazando su unidad; las SA hablaban incluso de tomar el poder por la fuerza mediante un nuevo Putsch. Hindenburg hizo todo lo posible para que Hitler se incorporase a un gobierno de coalición, pero fue inútil. Hitler le expresó entonces su voluntad de pasar a la oposición.