Mientras Hitler redactaba la que sería la primera parte de su libro, su comportamiento en Landsberg era ejemplar. El director de la prisión envió en septiembre de 1924 una nota al Ministerio de Justicia en la que afirmaba que «está mostrándose como un preso agradable y disciplinado, contribuyendo además a mantener la disciplina de los demás encarcelados», recomendando que se le concediese la libertad provisional. El retrato que hizo de Hitler el director del presidio resulta revelador: «Es un hombre muy inteligente, especialmente bien dotado para la política, posee una formidable fuerza de voluntad y una inquebrantable obstinación en sus ideas».
Sin embargo, los informes desfavorables de la policía estatal bávara desaconsejaban su excarcelación; en ellos se pronosticaba que Hitler provocaría disturbios «debido a su energía». La actitud positiva de Hitler durante su cautiverio acabó derribando los obstáculos que se oponían a que fuera liberado. Así, el 19 de diciembre de 1924 el Tribunal Supremo de Baviera ordenó su puesta en libertad.
Al día siguiente, tras despedirse de sus camaradas, Hitler salía libre por la puerta de la fortaleza de Landsberg. Le había ido a buscar su impresor, Adolf Muller, y su fotógrafo, Heinrich Hoffmann, en un automóvil Mercedes; antes de subirse a él, Hitler se detuvo un momento sombrero en mano, con una gabardina puesta sobre el pantalón corto tirolés, dejándose fotografiar para inmortalizar el momento de su liberación. Hoffmann preguntó a Hitler sobre sus intenciones futuras, a lo que este respondió lacónicamente: «Empezaré de cero».
Hitler fue recibido en su apartamento muniqués por sus amigos como un héroe. Habían llenado la mesa de alimentos y bebidas y hasta le colocarían en la cabeza una corona de laurel. Siguiendo el lema de Nietzsche «lo que no me mata, me hace más fuerte», Hitler resurgió de su cautiverio endurecido por la adversidad y reafirmado, más si cabe, en sus inamovibles convicciones. Hitler aseguró más tarde: «Fue durante mi encarcelamiento cuando adquirí esa fe inquebrantable, ese optimismo, esa confianza en nuestro destino que a partir de entonces nada pudo hacer vacilar».
Hitler, retratado en esta pose desafiante a su salida de la prisión de Landsberg. Estaba dispuesto a emprender de nuevo la lucha, pero esta vez a través de los cauces legales.
Pese a la alegría que se extendió entre sus seguidores por su liberación, el futuro de su movimiento no parecía muy halagüeño. El NSDAP, además de escindido, tenía prohibida cualquier actividad, la sede había sido cerrada y en la caja no había ni un solo marco; su periódico, el Völkischer Beobachter, había sido clausurado y a Hitler se le había prohibido hablar en público. Además, la gente no se acordaba ya de sus brillantes intervenciones en el juicio y del fallido Putsch que había protagonizado parecía que habían pasado varios años en vez de catorce meses, debido a los grandes cambios que había experimentado Alemania en ese tiempo. La hiperinflación y los combates callejeros eran un recuerdo que se trataba de olvidar y el país había recuperado una cierta estabilidad. Parte de los antiguos seguidores de Hitler habían ingresado en otros partidos y algunos de ellos, como Röhm, incluso eran diputados.
A pesar de esa situación claramente desfavorable, Hitler seguía decidido a alcanzar el poder, pero no por la fuerza, como había intentado en noviembre de 1923, sino por la vía legal. Cuando estaba aún preso en Landsberg, explicó a uno de sus correligionarios, Kurt Lüdecke, el nuevo camino que iba a emprender su movimiento: «Cuando vuelva a la vida activa, será preciso adoptar una política nueva. En lugar de lograr la conquista del poder mediante un golpe de fuerza, tendremos que reprimir nuestros ímpetus y entrar en el Reichstag compitiendo con los diputados católicos y marxistas. Si vencerlos en las urnas ha de llevarnos más tiempo que vencerlos con las armas, el resultado, al menos, estará garantizado por su propia Constitución». Hitler era consciente de que el camino que se presentaba por delante era largo y duro, pero no tenía ninguna duda acerca del resultado: «Todo proceso legal es lento, pero más pronto o más tarde tendremos mayoría y, con ella, seremos los dueños de Alemania».
Fruto de esa nueva estrategia, Hitler adoptó la táctica del lobo con piel de cordero. Así, el 4 de enero de 1925 logró entrevistarse con el nuevo jefe del gobierno bávaro, Heinrich Held. Aunque fue recibido por este con frialdad, Hitler se mostró contemporizador, muy lejos de la imagen desafiante mostrada en el juicio, reconociendo que el Putsch había sido un error y comprometiéndose a respetar la autoridad del Estado. Held se tragó el anzuelo y días después levantó la prohibición que pesaba sobre el NSDAP, su periódico y sobre él mismo para hablar en público. A partir de ese momento, Hitler se aplicó en cuerpo y alma a su tarea de reflotar el movimiento.