Cadena de errores

Aunque centenares de patrullas de las SA recorrían las calles de Múnich, los nazis tampoco se adueñaron de la central de teléfonos de la ciudad ni de las emisoras de radio, ni tomaron el control de los cruces de carreteras o los ferrocarriles. Ni tan siquiera se habían transmitido consignas a las secciones del partido en otras ciudades para que extendiesen la sublevación.

Pero el error más importante fue el que se produjo en la Bürgerbräukeller. Al recibir noticias de que los golpistas se estaban encontrando problemas para tomar el control de un cuartel de ingenieros, Hitler decidió ir hasta allí para tratar de resolver la situación, dejando a Ludendorff al cargo del triunvirato. Sin embargo, el veterano militar, confiando en la palabra que acababan de dar de ser fieles a la revolución o tal vez para cubrirse las espaldas en caso de que el golpe fracasase, permitió que Von Kahr, Von Lossow y Von Seisser pudieran abandonar libremente la cervecería con el pretexto de que debían dirigirse a sus despachos para coordinar las acciones del nuevo gobierno. A partir de ese momento pudieron actuar libremente, en lo que fue un error mayúsculo de los inexpertos golpistas.

El triunvirato, ya en libertad, comprobó sorprendido que la situación estaba lejos de ser controlada por los nazis. Los tres se reunieron en otro cuartel y desde allí pidieron refuerzos a las guarniciones de las ciudades vecinas. A las tres de la madrugada emitieron una proclama por Radio Múnich en la que condenaban el golpe, mientras ordenaban la impresión del comunicado en millares de carteles para ser fijados por toda la ciudad. Al mismo tiempo, la policía cortaba los accesos a Múnich, impidiendo la llegada de refuerzos para los nazis.

Cuando Hitler regresó de madrugada a la Bürgerbräukeller y se encontró con que Ludendorff había dejado marchar a los tres miembros del triunvirato, tuvo inmediatamente la impresión de que la causa estaba perdida, tal como diría más tarde. A las cinco de la mañana Hitler aún seguía dando garantías de que estaba decidido a luchar y morir por la revolución, aunque confesó a uno de sus guardaespaldas, Ulrich Graf, que «las cosas se están poniendo muy serias para nosotros».

Al amanecer, era evidente que el golpe había fracasado debido a esa cadena de errores. En el local de la cervecería los ánimos estaban por los suelos. Centenares de individuos dormitaban apoyados en las mesas o en sillas que habían juntado, vencidos por el cansancio, al haber estado esperando órdenes que no llegaban y sin tener noticias de lo que estaba pasando. Hitler barajaba la posibilidad de retirarse junto a sus partidarios a una localidad cercana a Múnich para organizar la resistencia armada, pero Ludendorff desechó la idea. Sin decidir todavía qué rumbo tomar, hacia las ocho de la mañana Hitler optó por emprender una acción práctica, enviando a unos cuantos hombres de las SA a apoderarse de fajos de billetes directamente de la imprenta, por valor de unos cincuenta billones de marcos, para repartirlos entre sus hombres.