Mientras Múnich era escenario de esas batallas, el ambiente social y político en Alemania se iba degradando a ojos vista. Los alimentos y el carbón escaseaban. El gobierno germano, controlado por el Partido del Centro, cedía a las exigencias aliadas, cada vez mayores; la indignación de los nacionalistas desembocó en el asesinato de su líder, Matthias Erzberger. La progresiva desvalorización del marco extendió la penuria entre los alemanes, agravando aún más el descontento popular.
El 4 de junio de 1922, el ministro de Exteriores, Walther Rathenau, sería también asesinado, tras firmar un tratado con la Unión Soviética. Los autores fueron dos ex miembros de los Freikorps. Hitler tenía pendiente el cumplimiento de un mes de cárcel desde que en enero de ese año hubiera sido condenado por alteración del orden por reventar el mitin de la Liga Bávara. Aunque Hitler no había tenido nada que ver con el asesinato de Rathenau, ese sería el momento escogido para proceder con el arresto, junto a otros activistas de extrema derecha, como maniobra preventiva en un ambiente tan caldeado.
Para acabar con esa ola de violencia, el gobierno de Weimar aprobó a toda prisa una Ley de Protección de la República, que se encontró con la oposición enérgica de todos los nacionalistas. Tras cinco semanas de encierro, Hitler salió en libertad. Probablemente, Hitler debió culpar a los judíos de su encarcelamiento, ya que a partir de ese momento su odio antisemita creció aún más.
La nueva ley se convirtió en la diana principal de sus encendidos discursos, una ley que serviría para aumentar aún más la temperatura de la caldera política en Baviera. En septiembre de 1922 estuvo a punto se producirse un golpe de Estado de las fuerzas nacionalistas para derrocar al gobierno bávaro. Aunque la conspiración se desinfló antes de entrar en acción, el frustrado plan había señalado a Hitler el camino para hacerse con el poder. Mientras, los éxitos de Mussolini y sus Camisas Negras en Italia le confirmaban que el uso de la fuerza era la vía más eficaz para adquirir fuerza política.