Otro de los objetivos de la unidad en la que estaba encuadrado Hitler era investigar las organizaciones radicales que, al socaire del clima revolucionario, habían proliferado como hongos en la capital bávara. La crisis de valores reinante había provocado la aparición de grupos del más amplio espectro, desde comunistas a ultraderechistas pasando por anarquistas, socialistas o nacionalistas.
A finales del verano de 1919, a Hitler se le encargó acudir a una reunión de uno de estos grupos de reciente formación, el Partido Obrero Alemán (Deutsche Arbeiterpartie, DAP), constituido el 5 de enero de 1919. Karl Harrer, un periodista deportivo, había sido elegido presidente, con el trabajador ferroviario Anton Drexler como segundo. A esa primera reunión a la que asistió Hitler sólo acudieron 23 personas. Hitler tomó la palabra durante el turno de debate, dejando una buena impresión según un testigo, pero su participación acabó ahí. La reunión debió impresionarle bien poco porque ni tan siquiera sería posteriormente mencionada en su libro.
A Hitler se le ordenó asistir a otra reunión del Partido Obrero Alemán, a celebrar el 12 de septiembre, en la que tendría lugar una conferencia titulada «¿Cómo y por qué medios debe eliminarse el capitalismo?», pronunciada por el economista Gottfried Feder. La disertación no despertó su interés, ya que la había escuchado con anterioridad en su curso de adoctrinamiento. En cuanto acabó, Hitler se dispuso a marchar, pero algo le movió a quedarse. En el turno de debate un profesor se mostró partidario de que Baviera se separase de Prusia; Hitler intervino entonces con inusitada vehemencia, de un modo tan mordaz que el profesor, apabullado, se vio obligado a «abandonar el salón como un caniche mojado».
Drexler quedó impresionado por la actuación de Hitler. Al terminar la reunión, acudió a él, regalándole un ejemplar de su autobiografía Mi despertar político, un librito de apenas cuarenta páginas, y rogándole que lo leyera. Además, le invitó a volver a las reuniones del partido cuando quisiera.
Las palabras de Drexler no habían causado ningún efecto en Hitler, como lo demuestra el hecho de que este no prestase ninguna atención al libro cuando regresó al cuartel. Aunque pasó esa noche en blanco debido al insomnio, no se acordó de ojear el opúsculo hasta poco antes del amanecer. Para su sorpresa, Hitler quedó atrapado desde la primera página. Su identificación con lo escrito por Drexler era tal que aseguró: «Vi mi propia experiencia revivir ante mis ojos». Las ideas expuestas en el escrito quedaron fijadas en su mente, en especial la expresión «nacionalsocialismo».
No obstante, como solía ocurrir con Hitler, su entusiasmo por los planteamientos de Drexler decayó tan rápido como había brotado. Así, le sorprendió recibir unos días más tarde una tarjeta postal en la que se le notificaba su admisión como miembro del Partido Obrero Alemán y se le invitaba a una próxima reunión del comité. La primera reacción de Hitler fue de perplejidad, ya que él no había solicitado afiliarse a ese partido y, en todo caso, tenía pensado en el futuro crear el suyo propio. Cuando se disponía a enviar una respuesta rechazando la afiliación, «pudo más la curiosidad» y decidió acudir a la cita.
Las expectativas de Hitler eran altas, ya que en la misiva se anunciaba que acudiría a la reunión el presidente nacional. Pero el escenario que esperaba a Hitler no podía ser más deprimente. La reunión iba a tener lugar en una cervecería venida a menos, la Altes Rosenbad. Cuando llegó al local, Hitler fue dirigido a un comedor oscuro y desierto; en una mesa situada al fondo de la sala, alumbrada por la mortecina luz de lámpara de gas, estaban sentadas cuatro personas, entre ellas Drexler, el autor del librito. Hitler se sentó junto a ellos, seguramente sin poder disimular su decepción. Cuando llegó el presidente Harrer, este procedió a leer el acta de la reunión anterior, así como varias cartas, lo que llevó mucho tiempo, ya que se tuvo que leer y aprobar la contestación a cada una de ellas. El tesorero tomó la palabra para decir que en la caja sólo había siete marcos. Hitler se quedó perplejo al comprobar cómo el partido no disponía de un programa, ni folletos, ni tan siquiera de un sello de goma.
Anton Drexler, un trabajador ferroviario, fundó el Partido Obrero Alemán en enero de 1919, al que se uniría posteriormente Hitler.
La impresión que Hitler sacó de todo aquello no podía ser peor: «¡Terrible, terrible! Era como un club de la peor clase y del peor estilo. ¿Y yo iba a afiliarme a esa organización?». Todo lo empujaba a olvidarse de ese deprimente grupúsculo, pero ese sexto sentido que acompañaría a Hitler a lo largo de toda su vida le empujaba a seguir colaborando con él. Durante dos días se mantuvo indeciso sobre aceptar o no: «Fue la disyuntiva más difícil de mi vida».
Al final decidió seguir adelante, al advertir las ventajas que ofrecía ese grupo: «No se había fosilizado convirtiéndose en una organización, sino que ofrecía al individuo la posibilidad de desarrollar actividades de carácter más personal». Con ese eufemismo, Hitler apuntaba a que, al tratarse de un grupo reducido, formado por personas de escaso empuje, iba a ser más fácil moldearlo para poderlo utilizar en provecho propio.
Hitler informó de todo al capitán Mayr, quien vio con buenos ojos que se afiliase, aunque existía un obstáculo: la ley no permitía a los miembros del nuevo ejército afiliarse a un partido político. Pero el ejército, aunque debía mantenerse alejado de la política, había llegado a la conclusión de que para reconstruir Alemania era necesario contar con el apoyo de los obreros. Por tanto, el que Hitler se uniera al Partido Obrero Alemán para influir en su deriva iba en esta línea. Así, con el beneplácito del capitán Mayr e ignorando la prohibición para los militares de entrar en política, Hitler se afilió al Partido Obrero Alemán, obteniendo una tarjeta provisional de adherente que llevaba el número siete.