Aptitud para la oratoria

En junio se firmó el Tratado de Versalles, por el que se limitaba el ejército alemán a una fuerza de 100.000 hombres, el Reichswehr. Para mantenerlo a salvo de las influencias comunistas, se creó una oficina encargada de investigar a las propias tropas para detectar elementos subversivos, así como adoctrinarlas para que se mantuvieran alejadas de cualquier tentación revolucionaria. Esta unidad del ejército se denominaría pomposamente Comando de Inteligencia (Aufklärungskommando), aunque sus integrantes desempeñarían un papel asimilable al de un delator. Hitler fue uno de los seleccionados para formar parte de esta unidad, tras haber realizado labores de informador dos meses antes a las órdenes del capitán Ernst Röhm, quien tendría más tarde un papel destacado en el partido nazi.

Ese encargo tuvo que significar un alivio para Hitler, ya que en esos momentos debía sentirse muy desorientado; una vez acabada la guerra, había quedado repentinamente fuera de juego. Acostumbrado a la rígida vida castrense, nada le apetecía menos que enfrentarse de nuevo a los retos y vaivenes de la vida civil, de ahí que hubiera seguido en el ejército. El oficial al mando de esa unidad, el capitán Karl Mayr, afirmaría: «Cuando lo vi por primera vez, parecía un perro extraviado y cansado en busca de un amo».

Hitler asistió a un curso especial de adoctrinamiento, impartido por el profesor Karl Alexander von Müller. Sería este profesor el primero que repararía en las aptitudes de Hitler para la oratoria. Tras una de sus conferencias se abrió un turno de debate, en el que uno de los asistentes comenzó a defender a los judíos empleando una larga argumentación. Hitler pidió la palabra y arremetió contra él, de tal modo que los presentes, por abrumadora mayoría, se pusieron de su parte. La intervención de Hitler, cuya arenga exaltó a todo el auditorio, llamó poderosamente la atención del conferenciante. Von Müller habló con el capitán Mayr para señalarle el gran orador que tenía entre sus hombres. Así, Hitler fue enviado como conferenciante a un regimiento de Múnich, en donde todos, incluido Mayr, quedaron impresionados por su brillante desempeño.

El éxito de Hitler como aleccionador de las tropas le llevó a una misión especial fuera de Múnich, a un campo de tránsito en el que los prisioneros alemanes que regresaban presentaban sólidas tendencias comunistas que era necesario extirpar. Hitler captó la esencia del descontento de los soldados y logró redirigirlo hacia aquellos que habían dado la «puñalada por la espalda» a la nación, a los que él denominaba «criminales de noviembre». De regreso a Múnich, continuó con sus discursos en el cuartel.

Hitler, que hasta ese momento se había sentido amargamente infravalorado, vio cómo por fin podía desarrollar una tarea en la que destacaba especialmente y por la que obtenía el reconocimiento que hasta ese momento se le había negado.

Mientras, su amigo Schmidt había decidido desvincularse definitivamente del Ejército y buscar trabajo en Múnich. Aun así, Hitler y él seguirían viéndose a diario, comiendo juntos y pasando las tardes en mutua compañía. En alguna ocasión, acudían juntos a ver alguna ópera.