La segunda Cruz de Hierro

La capitulación de los rusos en marzo de 1918 y el consiguiente traslado de las fuerzas destinadas en el frente oriental al occidental abrieron la puerta de la esperanza a una victoria para Alemania. El general Erich Ludendorff, que formaba un temible tándem con el mariscal Paul von Hindenburg, vio llegado el momento de lanzar por fin la ofensiva en el oeste capaz de romper una línea del frente que apenas se había movido en más de tres años. El regimiento de Hitler participó en la nueva ofensiva, que conseguiría llegar a ciento treinta kilómetros de París.

En junio, durante una incursión en territorio enemigo, Hitler logró supuestamente capturar un grupo soldados franceses, apuntándoles con su pistola y ordenándoles que se rindieran, en una acción cuya verosimilitud se pone en duda. El número de soldados capturados en ese episodio, entre cuatro y doce, varía según la fuente. Otra versión asegura que se trataba de soldados británicos. El que en los anales oficiales del regimiento de List no se mencione ningún incidente de esta naturaleza arroja más dudas sobre el episodio. En todo caso, parece ser que la acción en la que participó Hitler le valió la felicitación del mayor Von Tubeuf.

El 4 de agosto de 1918 a Hitler se le otorgó la Cruz de Hierro de primera clase, aunque no fue por ese acto heroico concreto, si es que tuvo lugar. El motivo de la concesión sería: «Por su valentía personal y sus méritos generales». Curiosamente, quien lo había propuesto para la distinción había sido el teniente Hugo Guttmann, un judío. Tal vez por este motivo, todo lo referente a la que sería la condecoración más relevante de las conseguidas por Hitler durante la guerra quedó envuelto en una neblina que, tras su ascenso al poder, se haría aún más densa. La historiografía oficial del Tercer Reich hablaba de que ese día le fue concedida la medalla, pero en realidad, de ese episodio no se sabe prácticamente nada; no se ha hallado ningún comprobante, aparte de una anotación garabateada en su cartilla militar, ni la propuesta de concesión, ni el certificado ni la anotación. Se cree que la medalla le fue prometida por Guttmann si cumplía una arriesgada misión de correo pero que, después de ejecutarla con éxito, surgieron dificultades para cumplir la promesa. Al parecer, los superiores de Guttmann debieron considerar impensable que una condecoración tan elevada no llevase aparejado un ascenso; así, el referido rechazo de Hitler a ser ascendido hizo seguramente que se aplazase la concesión definitiva hasta después de la guerra.

El reconocimiento de su valor tendría para Hitler un sabor agridulce, ya que para entonces el último esfuerzo germano por alcanzar París había fracasado definitivamente. La perspectiva de la derrota llevó a la rebelión y al desorden en las filas alemanas. Ante el riesgo de un desmoronamiento del frente, Berlín inició los primeros contactos para alcanzar un armisticio. Mientras, Hitler se enfrentaba, a puñetazos si era necesario, a todo aquel que reclamase poner fin a la guerra. Ese odio por los que él consideraba traidores sentaría las bases de su política futura.