Abandono de los estudios

En el caso de que el único responsable de la evolución negativa de Hitler hubiera sido su padre, está claro que su desaparición habría llevado aparejada una mejora en los estudios de Adolf. Sin embargo, sus calificaciones continuaron siendo bajas, lo que demuestra que su rechazo al trabajo sistemático y a la disciplina eran en gran parte los causantes de su bajo desempeño académico.

En primavera, a Adolf se le permitió irse a vivir a Linz, para de este modo ahorrarse la caminata diaria desde Leonding. Se instaló en una casa compartida junto a otros cinco estudiantes. Su rendimiento escolar no mejoró, pero pudo tener más tiempo para dibujar y leer. Al final de curso, Adolf acabó suspendiendo otra vez las matemáticas. Si no las aprobaba en septiembre, debería volver a repetir curso.

Ese verano, la familia Hitler fue invitada a Spital, a donde se dirigieron en tren, cargados con dos baúles enormes. Allí, Adolf pasaría también la mayor parte del tiempo leyendo y dibujando, evitando el contacto con otros niños. Al regresar a Leonding se produjo una noticia en la familia; la boda de su hermana Angela con Leo Raubal, un inspector de Hacienda de Linz[6].

En septiembre de 1903, Adolf aprobó el examen de recuperación de matemáticas. Aunque fuera a trancas y barrancas, había logrado llegar al tercer curso. Inesperadamente, la asignatura que ahora se le iba a atragantar sería el francés. Su profesor de francés, el señor Hümer, observó que Hitler «tenía talento, pero en un campo limitado. Carecía de disciplina, tenía fama de cascarrabias, testarudo, arrogante e irascible. Además, era holgazán; de otra manera, con sus dotes, le habría ido mucho mejor. En dibujo a mano alzada su estilo era fluido y se le daban bien las asignaturas de ciencias. Pero su entusiasmo por el trabajo duro se evaporaba demasiado rápidamente».

Según su profesor de francés, Hitler «reaccionaba con hostilidad mal disimulada a los consejos y a las críticas y exigía a sus condiscípulos una sumisión incondicional. Se imaginaba a sí mismo en el papel de líder». El señor Hümer aseguró más tarde que hizo lo posible para reconducir a aquel «joven flaco de rostro pálido», pero que sus esfuerzos fueron inútiles. Adolf ya se había vuelto terco e inflexible. Si damos crédito a las palabras de su profesor de francés, en ese momento el adolescente Hitler era ya irrecuperable. Su mente había dado el paso de no retorno, saliendo para siempre de la normalidad y entrando en un mundo que entonces no podía vislumbrar, cargado de odio, fanatismo e intolerancia.

De ese curso, Hitler sólo guardaría un recuerdo especial para su profesor de historia, Leopold Pötsch, quien, sorprendentemente, consiguió romper el duro caparazón del que Adolf se había revestido. En Mein Kampf, Hitler recordaba «con afecto y emoción a ese hombre de barba gris que con el fuego de sus relatos a veces nos hacía olvidar el presente y nos transportaba como por ensalmo a los tiempos pasados, donde los recuerdos históricos se convertían en viva realidad. En esas ocasiones nos quedábamos sentados, inflamados de entusiasmo, y a menudo nos conmovíamos hasta las lágrimas».

Las notas de fin de curso llegaron con ese suspenso en francés, que requirió de un examen de recuperación en septiembre. Adolf no pasó satisfactoriamente la prueba, lo que le condenaba a repetir curso, pero la dirección de la escuela propuso a su madre dárselo como aprobado con la condición de que no regresase a la Realschule de Linz para el último curso y buscase otro centro.

La Realschule más cercana se hallaba en Steyr, a unos cincuenta kilómetros de Linz, por lo que Adolf se iba a ver obligado a residir allí. Hasta Steyr fueron Hitler y su madre para buscar alojamiento, que encontraron en el hogar de una familia local. Hitler, que había mostrado desgana y aburrimiento en el último curso, se mostraría todavía más pasivo en Steyr. En vez de estudiar, se dedicaba a leer y pintar y, cuando se cansaba de eso, solía practicar tiro contra las ratas desde la ventana de su habitación. Su desinterés era tal, que intentaba poner excusas para no tener que acudir a clase, como en una ocasión en la que llegó con una gran bufanda al cuello fingiendo que se había quedado afónico. Así, los resultados del primer semestre de ese curso 1904-05 estuvieron acordes con esa actitud apática, suspendiendo en alemán y en matemáticas.

Aunque en Mein Kampf aseguraría que sólo «saboteaba» las asignaturas que le parecían estériles, la realidad es que en dos asignaturas que eran de su interés, como la geografía y la historia, obtuvo también resultados mediocres, apenas un «suficiente». Tan sólo se salvó la asignatura de dibujo, en la que obtuvo un «bien» y la de gimnasia, en la que logró un «excelente».

No obstante, a mitad del curso Adolf reaccionó, mostrando más interés. Gracias a su cambio de actitud, al final del curso había aprobado todas las asignaturas, excepto la de geometría. Al final, podría graduarse si en septiembre aprobaba el examen de recuperación de esta materia. Mientras, su madre había vendido la casa de Leonding y se había trasladado a un piso alquilado en la Humboldtstrasse, en el centro de Linz. El apartamento era agradable, pese a ser de dimensiones más bien reducidas. Ese verano, Klara, Adolf y Paula fueron otra vez a veranear a Spital, en donde Adolf contrajo, al parecer, una leve infección pulmonar.

De nuevo en Steyr, Hitler se presentó al examen de geometría y aprobó. Esa noche, él y varios compañeros lo celebraron con vino en una fiesta, de la que Adolf salió bastante perjudicado; era la primera vez que bebía. La experiencia fue traumática, ya que, caminando por el campo, tuvo una necesidad fisiológica imperiosa y se limpió con el papel que tenía más a mano, el certificado de la nota del examen. Por la mañana, una lechera lo despertó al amanecer, tumbado al lado del camino. Para desgracia suya, alguien encontró el papel manchado y lo llevó a la escuela. Hitler pasó una vergüenza horrorosa cuando se lo devolvieron.

Tras aprobar el examen de recuperación de geometría, Hitler podía presentarse al denominado Abitur, el examen final para obtener el título que le permitiría proseguir sus estudios en una Oberrealschule o en una escuela técnica. Pero a Hitler se le debía hacer muy cuesta arriba la idea de tener que seguir acudiendo a clase, por lo que ideó una estratagema para abandonar sus estudios.

Adolf exageró la ligera afección pulmonar que había contraído durante las vacaciones en Spital, que no le había impedido presentarse al examen ni participar en la celebración, para convencer a su madre de que ya no estaba en condiciones de seguir asistiendo a clase. La «grave enfermedad pulmonar» a la que alude en Mein Kampf para justificar su abandono de la escuela era una más de sus patrañas. No obstante, su hermana Paula aseguraría más tarde que, en efecto, su hermano padeció por entonces una afección de ese tipo. Un vecino afirmó también que «no estaba bien de salud» y confirmó que «tuvo que dejar los estudios debido a un problema pulmonar, de resultas del cual escupía sangre».

En todo caso, ese problema de salud, fuera grave o no, resultaría muy oportuno para sus intereses, en una constante que se repetiría a lo largo de su vida. Cuando Hitler se veía apurado ante una situación, siempre confiaba en que la Providencia acudiría indefectiblemente en su ayuda, lo que le proporcionaba una autoconfianza inquebrantable.

La madre de Hitler, angustiada por los síntomas de su enfermedad, accedió a la dramática petición de su hijo de dejar de acudir a clase. Después de la pérdida de cuatro vástagos, la sola idea de perder también a Adolf debía aterrorizarle. Así, en ese otoño de 1905, Hitler, que contaba con dieciséis años, forzó esa interrupción de su escolaridad, un paréntesis que acabaría por ser definitivo.