Dueño de su destino

Adolf se vio obligado a repetir curso, lo que tendría sobre él efectos positivos. El cambio brusco que había supuesto pasar de la escuela rural a la Realschule quedaba atrás y, al conocer ya el contenido de las asignaturas, el esfuerzo a realizar iba a ser menor. El tener un año más que sus compañeros le permitió volver a convertirse en cabecilla de juegos. Uno de sus condiscípulos afirmaría que «a todos nos caía bien, tanto en clase como en los ratos libres. Tenía agallas. No era un exaltado; de hecho, era más responsable que la mayoría. Su carácter presentaba dos extremos que no suelen darse simultáneamente: era un fanático tranquilo».

Según se desprende de las palabras de su compañero, Adolf hubiera sido entonces todavía recuperable. El hecho de que fuera «más responsable que la mayoría» permite pensar que aquel adolescente aún hubiera podido tener éxito en los estudios. Además, Hitler había debido recuperar su autoconfianza al volver a ser el centro de atención de sus compañeros durante la hora del recreo; les enseñaba a arrojar el lazo jugando a indios y vaqueros y a representar las escenas de batalla de la guerra de los bóers, tal como hacía en Leonding. Curiosamente, Hitler hablaba de alistarse en el ejército de los colonos holandeses, cuyos soldados gustaba de dibujar y mostrar a sus compañeros.

Fue ese año cuando se despertó en él la pasión por la ópera y especialmente por la de Richard Wagner. Asistió por primera vez a una obra wagneriana, Lohengrin, en el teatro de la ópera de Linz, quedando «inmediatamente cautivado». También fue ese año cuando su germanismo se hizo aún más patente, quizás como acto de rebeldía ante su padre, que era un acérrimo defensor del régimen de los Habsburgo. La música de Wagner contribuiría a su fervor germánico.

La buena evolución de Adolf se reflejaría en sus calificaciones al final del curso. Aprobó todas las asignaturas. Además, obtuvo un «bien» en conducta y un «excelente» en aplicación, lo cual no deja de sorprender teniendo en cuenta el desinterés mostrado el año anterior. Si tenemos en cuenta que esa mejora en los estudios se produjo mientras su padre seguía ejerciendo en él su presión para que se convirtiese en funcionario, podemos calificar esa enmienda de su comportamiento de meritoria.

Después de las vacaciones de verano llegó el nuevo curso, que comenzaba con un Adolf rehabilitado y listo para seguir obteniendo buenos resultados escolares. Sin embargo, nada más comenzar las clases se hizo evidente que su exitoso año de repetidor había sido un espejismo. La asignatura que requería más esfuerzo, las matemáticas, enseguida se le atragantó. Su nota de aplicación descendió a «variable». Hitler se estaba quedando nuevamente atrás.

Alois Hitler murió de repente la mañana del 3 de enero de 1903, mientras se tomaba un vaso de vino en la Gasthof Wiesinger[5], a causa de una hemorragia pleural. Es de suponer que Adolf no sintió mucho la desaparición de su padre, a pesar de que los testigos aseguran que lloró mucho durante el entierro, oficiado en el cementerio que estaba en frente de la casa de la familia. Pasado ese primer dolor, Adolf debió sentirse enormemente aliviado; con la desaparición de su padre se libraba de la presión familiar para escoger su futuro. Su madre lo iba a apoyar tomase la decisión que tomase, por lo que Hitler comenzaba a ser dueño de su propio destino.


La muerte de su padre, quien quería que su hijo fuera funcionario como él, supuso un alivio para Hitler, que deseaba ser artista.