Falta de adaptación

Los intentos de Adolf de organizar juegos y diversiones debieron acabar en sendos fracasos. Hay que imaginar la frustración que eso tuvo que causarle; había pasado, sin solución de continuidad, de ser un respetado cabecilla popular a un cero a la izquierda. La fotografía de ese curso denota ese cambio. Aunque Hitler se halla también en la fila superior, ya no aparece con actitud rebelde y desafiante; situado en un extremo, ahora es un adolescente introvertido. Tal vez fue víctima de acoso escolar. Hitler no llegaría a hacer ninguna amistad allí. Sea por no haber sabido adaptarse a la dinámica de la nueva escuela o por su falta de dedicación, su rendimiento en matemáticas e historia natural fue calificado de «insuficiente», lo que le obligó a repetir curso.

Uno de sus maestros aseguraría en 1924: «Hitler era un alumno bien dotado, aunque en campos muy limitados, al que le resultaba difícil soportar las normas de la escuela». La descripción de su carácter no sería nada benévola; su maestro afirmaría que era «terco, malhumorado y respondón». Otro profesor recordaba a Adolf como un muchacho delgado y pálido que tenía que ir caminando desde Leonding a Linz para ir a la escuela y describía al joven estudiante como «obstinado, prepotente, dogmático y apasionado». También aseguraba que «no hacía pleno uso de su talento, carecía de aplicación y era incapaz de adaptarse a la disciplina escolar». De todos modos, esas descripciones surgieron en 1924, con ocasión del juicio a Hitler tras la tentativa golpista fallida de Múnich, por lo que podrían haber estado contaminadas por la influencia de la deriva posterior de la vida de Hitler. De hecho, otros profesores y alumnos aseguraban que Hitler no había destacado en la escuela por nada especial. Su supuesta crueldad manifestada en la mutilación de ranas e insectos pertenece al campo de la leyenda.

Como se ha apuntado, ese año 1900 podría considerarse el punto de inflexión en su evolución como estudiante y, por extensión, en su camino de crecimiento personal. Fue entonces cuando se reveló su tendencia a la holgazanería; en la Volksschule no le había hecho falta esforzarse para ir superando los cursos pero, en esa nueva etapa, en la que el nivel de exigencia era mayor, Hitler no aumentó su nivel de esfuerzo.

La explicación que da en Mein Kampf nos puede dar la clave de esa cuestión: «Creía que cuando mi padre viese lo poco que adelantaba en la Realschule me permitiría dedicarme a mi propio sueño, le gustara o no». Adolf, a la pregunta de qué quería ser de mayor, contestaba siempre que «artista», lo que enfurecía a su padre: «¡Artista, no, nunca mientras yo viva!». Hitler consideraba que sus avances en la Realschule equivaldrían a dar pasos firmes hacia el funcionariado, alejándole de su objetivo: convertirse en artista.

Es indudable que la presión de su padre para que se inclinase por la carrera de funcionario tuvo un efecto contraproducente. Hitler explicaría más tarde que, con trece años, su padre le llevó a la oficina del servicio de aduanas de Linz para despertar su interés por ese mundo, pero lo que vio lo llenó de «horror, aversión y una repugnancia perdurable hacia la vida de funcionario». Los intentos de Alois de despertar en su hijo la vocación de servidor público chocaron siempre con su firme oposición.

Así pues, por un lado, Alois, que se había abierto camino en la vida a base de esfuerzo y dedicación desde un origen humilde, contemplaba impotente cómo su hijo rechazaba alcanzar una posición similar de dignidad y respeto desde un punto de partida más favorable y contando con la ventaja de los contactos que poseía su padre en el funcionariado. Por el otro, Adolf no estaba dispuesto a aceptar ese destino bajo ninguna circunstancia. En Mein Kampf sería muy claro al respecto: «No quise ser funcionario. Ni las homilías ni la más persuasiva de las argumentaciones sirvieron para vencer mi repugnancia. No quise ser funcionario y me negué a ello. Todo intento de citar el ejemplo de mi padre para despertar mi vocación hacia aquel oficio producía en mí efectos diametralmente opuestos».

A Hitler, «tener que permanecer sentado en una oficina, privado de mi libertad, de no poder ser el dueño de mi propio tiempo y de consumir mi existencia llenando formularios se me antojaba una idea odiosa e inconcebible». El hecho de que estas palabras figuren en los primeros párrafos de su libro ya da idea de cómo le marcó la disputa que mantuvo con su padre acerca de su futuro.

El joven Hitler quería ser artista y estaba decidido a hacerlo y a pasar por encima de la voluntad de su padre si era necesario. Sus excelentes calificaciones en la asignatura de dibujo demuestran que tenía talento para ello, pero es muy probable que su inclinación hacia la carrera artística tuviera más que ver con la atracción que despertaba en él la vida libre e independiente que se atribuye a los artistas. Hitler quería huir del trabajo sistemático, el esfuerzo y la regularidad, y pensó que la vida de artista se adaptaba plenamente a su carácter.

El pulso mantenido en torno a esas dos posiciones irreconciliables no ayudaría a mejorar su rendimiento escolar. Es imposible saber cómo hubiera evolucionado Hitler si su padre hubiera aceptado que su hijo no deseaba seguir sus pasos y lo hubiera apoyado en su deseo de seguir una carrera artística. Así, el niño feliz de los tiempos de la escuela primaria comenzaba a convertirse en un adolescente vago, rebelde y obstinado.