Sus mejores recuerdos

En noviembre de 1898, la familia emprendió una nueva mudanza, en este caso a Leonding, un pueblo de los alrededores de Linz que contaba entonces con unos tres mil habitantes. Allí, Alois había comprado una casa acogedora, a pesar de estar frente al muro del cementerio, con una pequeña parcela de tierra. Aunque la casa no era muy grande, tenía el aliciente de estar cerca de Linz, con sus teatros, la ópera y sus imponentes edificios.

A partir de entonces, la familia se asentó en esta zona. Hitler consideraría siempre a Linz como su auténtica ciudad natal. En ella tendría sus primeras experiencias vitales y allí transcurrirían los años más decisivos para la formación de su carácter, guardando los mejores recuerdos. Tras la anexión de Austria, volvería a menudo a Linz, al contrario de Braunau que, pese a convertirse en la «villa natal del führer,» tan sólo sería visitada por Hitler en una ocasión. Linz fue siempre el lugar favorito de Hitler y en sus delirios de grandeza concibió gigantescos planes de reconstrucción para después de que hubiese concluido la guerra. Con el fin de alimentar el enorme museo proyectado en la ciudad, reunió un gran número de cuadros, producto de sus saqueos por la Europa ocupada. Incluso a la hora de redactar su testamento se acordó de Linz.

Sus recuerdos de Leonding serían muy agradables, asegurando que era «una época feliz en que el trabajo escolar era ridículamente fácil y dejaba tanto tiempo libre que me veía más el sol que mi habitación». En esa época, Adolf comenzó a leer los libros de aventuras del escritor alemán Karl May; sus relatos ambientados en el Oeste norteamericano cautivarían la imaginación de muchos jóvenes[4].

Gracias a su interés por la lectura y sus experiencias por haber vivido en tantos sitios diferentes, Adolf sería visto por sus compañeros de la Volksschule de Leonding como un hombre de mundo. Hitler se convirtió en el cabecilla de su grupo de amigos, jugando a policías y ladrones o a indios y vaqueros por los bosques y campos que rodeaban Leonding. Organizaba recreaciones de batallas entre bóers e ingleses y, cuando el entusiasmo de sus compañeros decaía, reclutaba muchachos más pequeños o incluso a niñas.

Así, desde entonces Hitler comenzaba a destacar como líder. Sólo hace falta observar la célebre fotografía de su clase de la escuela de Leonding, en la que un Hitler de once años aparece en la fila superior, con los brazos cruzados, mostrándose altivo y desafiante. En esa época, además del carisma del que gozaba entre sus compañeros, que le aceptaban como líder natural, sus calificaciones eran excelentes, por lo que todo apuntaba a que le esperaba un futuro prometedor.


Imagen actual de la casa de Hitler en Leonding. Hoy acoge las oficinas del cementerio próximo.

Pero con su último año escolar en Leonding acabaría la infancia feliz de Adolf. Hasta ese momento, a pesar de la violencia que ejercía su padre sobre él y de los continuos cambios de residencia que le privaban de estabilidad, podemos decir que su infancia había transcurrido por las vías normales de cualquier niño de su edad. Aunque los rasgos anormales que denotaría en su vida adulta parecían estar latentes y asomar de vez en cuando, es probable que nunca se hubieran manifestado. En ese caso, Hitler tal vez se habría convertido en funcionario, se hubiera casado con alguna joven de Linz y su tiempo libre lo hubiera dedicado a pintar.


Hitler, en el centro de la fila superior, presenta una imagen altiva y desafiante que parece presagiar su posterior dominio de las masas.

Sin embargo, su paso de la Volksschule de Leonding a la Realschule de Linz supondría una ruptura total con esa infancia feliz que apuntaba a un futuro estable y tranquilo. En el Hitler adolescente, rebelde y atormentado que estaba a punto de eclosionar, sí que podremos encontrar la semilla de ese dictador despiadado; los felices días de Leonding habían tocado a su fin.