Klara comentó años después que su hijo Adolf fue un bebé enfermizo. En cambio, la criada recordaba a Adolf como «un niño saludable, vigoroso, que crecía muy deprisa». Tal vez, la apreciación de la madre se veía condicionada por el miedo a perderlo, como había sucedido con sus tres hermanos anteriores. Se ha dicho que, en su empeño de sobreproteger al niño, lo seguiría amamantando durante más tiempo del habitual.
Aunque casi no hay documentos y los recuerdos de familiares y conocidos hay que contemplarlos con prevención, se puede hacer un bosquejo de lo que fue durante aquellos años la vida habitual en el hogar de los Hitler.
La casa debía estar siempre bastante animada; además de Adolf, el matrimonio tuvo en 1894 a Edmund (fallecido en 1900) y en 1896 a Paula. Como se ha indicado, los dos hijos que Alois tuvo con la difunta Fanni también vivían con ellos: Alois hijo, que abandonaría el hogar en 1896, y Angela, seis años mayor que Hitler. Además, una de las hermanas pequeñas de su madre, Johanna, compartía techo con la familia; aunque era de mal carácter, sentía una especial debilidad por Adolf. Por último, vivía con ellos una mujer que hacía de cocinera y doncella, Rosalia Schichtl.
La situación económica de los Hitler correspondía a la de una familia de clase media acomodada. El sueldo de Alois era decoroso, superior al un director de escuela. Además, en 1888 debió recibir de su tío Nepomuk una buena cantidad de dinero poco antes de que este muriese, que le permitió seis meses después de su defunción comprar una casa con un terreno adjunto en Spital; los presuntos herederos recibirían sorprendidos la noticia de que no había nada que heredar. Tres años después, Alois vendió esa casa para comprar otras dos parcelas.
A pesar de mantenerse a salvo de problemas económicos, la vida de familia no era apacible. A Alois no le gustaba hacer vida en casa; prefería mantenerse alejado de un hogar que por fuerza debía ser ruidoso por la presencia de niños pequeños. Después del trabajo acudía a la taberna o iba a la parcela en donde tenía sus abejas, pues era aficionado a la apicultura. Su familia prefería que fuese así, ya que Alois poseía un carácter irascible que podía estallar en cualquier momento. En su casa era un marido autoritario y dominante y se tomaba poco interés por la educación de sus hijos.
En Mein Kampf, Adolf describe al padre como un funcionario escrupuloso y un excelente cabeza de familia. Sin embargo, en sus conversaciones con personas de su círculo íntimo, lo señalaba como un borracho empedernido; en muchas ocasiones, él mismo era enviado por su madre a buscarlo por las tabernas para conseguir que regresase a casa. Aunque sus vecinos lo veían a menudo volver a su hogar con paso vacilante, lo tenían en gran estima. Por otro lado, sus aventuras amorosas, a las que había sido antes tan aficionado, parecían haber quedado definitivamente atrás.
Adolf sería el principal objeto de la cólera de su iracundo padre, sobre todo después de que su hermanastro Alois se marchase de casa. Según su hermana pequeña Paula, «era especialmente mi hermano Adolf quien empujaba con su obstinación a mi padre a la severidad extrema y recibía cada día una buena zurra». El propio Hitler explicaría años después que su padre tenía súbitos arrebatos de ira y que entonces le pegaba. Contaba también que su madre vivía constantemente preocupada por las palizas que él tenía que soportar. Años más tarde, explicó a su secretaria que un día, cuando vivían en Leonding, tomó la decisión de no llorar más cuando su padre lo azotaba: «Unos pocos días después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero». Según Hitler, después de ese día su padre no volvió a azotarlo nunca más.
No se sabe con certeza si Alois se mostraba también violento con Klara, pero un pasaje de Mein Kampf, en el que Hitler describe las condiciones de una familia de trabajadores donde los hijos tienen que presenciar cómo su padre borracho da palizas a su madre, apuntaría en este sentido. El testimonio de su medio hermano Alois parece confirmar ese extremo, un hecho que, de ser cierto, debió dejar una impresión indeleble en Adolf.
Sin duda, esa violencia en el ámbito familiar, ya fuera latente o explícita, tuvo que marcar la personalidad futura de Hitler y no para bien. Su posterior incapacidad para construir relaciones de afectividad, así como la sed de dominio y su insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, podría tener su origen en el modelo de conducta de su padre.