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El Putsch de la cervecería,
marzo 1920-noviembre 1923

Unas semanas después del mitin de la Höfbräuhaus en el que se aprobaron los veinticinco puntos del programa del NSDAP, se produjo un golpe de estado en Berlín. El 13 de marzo de 1920, un grupo de soldados de los Freikorps avanzaron sobre la capital, se apoderaron de ella, derrocaron al gobierno socialista y colocaron en el poder a su propio canciller, un funcionario subalterno de sesenta y un años llamado Wolfgang Kapp.

Berlín se había rendido sin disparar un solo tiro, pero el sentimiento antimilitarista de los berlineses hurtó al nuevo canciller de los apoyos necesarios para hacerse con las riendas de la situación. El gobierno depuesto llamó a la huelga general, obteniendo una respuesta masiva; la ciudad se quedó sin electricidad, agua ni transporte.

La noticia del llamado Putsch de Kapp fue bien recibida en el Partido Obrero Alemán; Hitler y Dietrich Eckart decidieron acudir a Berlín para tomar buena nota de lo que estaba ocurriendo y, llegado el caso, aplicarlo también en Múnich. Así, ambos se desplazaron a la capital germana en una avioneta deportiva, en lo que sería el primer viaje aéreo de Hitler, que se pasó el trayecto indispuesto.


Los Freikorps tomaron las calles de Berlín durante el fracasado golpe de Kapp, en marzo de 1920.

Tras su llegada a la convulsa Berlín, Hitler y Eckart advirtieron que la ciudad estaba lejos de aparentar normalidad. Se dirigieron a la cancillería del Reich para entrevistarse con Kapp, pero se llevaron una sorpresa cuando se les dijo que el flamante canciller había huido. En efecto, el Putsch había fracasado y el poder volvía a estar en manos del gobierno depuesto pero, en un giro surrealista de los acontecimientos, el gobierno socialista iba a recurrir a los Freikorps para apagar la nueva oleada de revueltas comunistas.

Hitler debió darse cuenta entonces de que, para hacerse con el poder mediante un golpe de mano, era necesario no dejarse llevar por la improvisación y asegurarse todos los apoyos posibles. Sin embargo, cuando él protagonizase su propia intentona golpista, no tendría en cuenta esas conclusiones a las que debió llegar tras asistir como testigo a los aleccionadores acontecimientos que se habían producido en Berlín.