La guerra había concluido con la derrota de Alemania. La noticia del armisticio del 11 de noviembre de 1918 había supuesto una auténtica conmoción, tanto para Hitler como para muchos otros alemanes. Ningún ejército enemigo había penetrado en territorio germano y tan sólo cinco meses antes las fuerzas alemanas habían conseguido llegar a las puertas de París. De todos modos, para la mayoría de alemanes, el armisticio fue interpretado como el primer paso hacia una paz de compromiso, como lo demuestra el que las columnas germanas fueran recibidas con grandes honores a su regreso a la patria. Cuando al poco tiempo quedó claro que esa paz honorable era en realidad una rendición en toda regla, al tener que aceptar las duras condiciones impuestas por los Aliados, un hondo sentimiento de frustración se instalaría en el ánimo del pueblo alemán, convencido de que estaba siendo objeto de una grave injusticia.
Mapa que muestra las pérdidas de territorio germanas tras la Primera Guerra Mundial. Su recuperación sería unos de los grandes objetivos políticos de Hitler.
En el caso de Hitler, en ese momento hospitalizado a causa de sus heridas en la vista, a esa frustración se añadiría un odio exacerbado contra aquellos a los que él culpaba de la derrota: los comunistas y los judíos. Hitler consideraba que, con su labor disolvente en la retaguardia, habían apuñalado por la espalda el esfuerzo de guerra alemán. A finales de ese mes de noviembre, Hitler fue dado de alta, a pesar de que todavía no había recuperado por completo la visión, y abandonó el hospital de Pasewalk. Considerado «apto para el servicio en el frente» aunque la guerra había terminado, Hitler fue enviado a Múnich para que se incorporase al batallón de reserva de su regimiento, en donde se reencontraría con su buen amigo Ernst Schmidt.
El clima que encontró en la capital bávara era de abierta rebelión. El cuartel estaba bajo el control de un Consejo de Soldados; no había disciplina y el respeto por los veteranos de guerra era nulo. Incluso tres jóvenes soldados intentaron arrestar a Hitler, que se había significado contra el Consejo de Soldados, pero su reacción, apuntándoles con el fusil, hizo que se marcharan. Hitler, consternado ante tamaño desorden, resolvió marcharse lo antes posible. Cuando pidieron centinelas para un campo de prisioneros cercano a Traunstein, a unos noventa kilómetros al noroeste de Salzburgo, Hitler se ofreció voluntario junto a su amigo Schmidt y ambos fueron enviados a ese nuevo destino.
Mientras tanto, la estructura militar y policial de Alemania se estaba derrumbando por momentos. En Berlín reinaba la anarquía. Ante esta situación surgió una nueva fuerza, los Freikorps (Cuerpos Libres), integrados por miembros de las fuerzas armadas dispuestos a defender Alemania de los revolucionarios. Eran casi todos camaradas del frente que sentían vergüenza por la rendición y consideraban que el bolchevismo no era el camino que debía tomar Alemania.
El 4 de enero de 1919, los comunistas lograrían prácticamente apoderarse de Berlín. Miles de trabajadores, enarbolando banderas rojas, desfilaban por las calles mientras el gobierno se veía impotente para hacerse con el control de la situación. Finalmente, serían los Freikorps los que se impondrían a los comunistas, aplastando en una semana los focos de resistencia.
Los Freikorps eran unidades paramilitares utilizadas para frenar a los comunistas. En la imagen, Freikorps berlineses presentan armas al ministro de Defensa, Gustav Noske, en enero de 1919.
Ese mismo mes se celebraron las primeras elecciones de la nueva República de Weimar, llamada así porque fue esa ciudad la elegida como sede de la Asamblea Nacional. Los resultados supusieron un revés para los partidos de izquierda. Los Freikorps, pese a ser ilegales, actuarían en consonancia con el nuevo gobierno, pero la situación en Berlín empeoraría aún más, con una huelga general que acabaría en enconadas batallas en las calles de la capital.
Al pisar de nuevo Múnich en marzo de 1919, tras la clausura del campo de Traunstein, Hitler se encontró con una ciudad al borde de la revolución. Esta se produciría en abril; los comunistas se apoderaron de Múnich, constituyendo la República Soviética de Baviera. Tras una lucha de varios días, los Freikorps ahogaron la rebelión. Aunque en un primer momento la ciudadanía respiró aliviada, pronto quedó horrorizada ante los excesos cometidos por ese ejército ilegal.