Justicia brutal
Se produjo un momento de silencio en la oficina, durante el cual Bond reflexionó sobre lo extraño que resultaba que las sospechas hubieran recaído tan repentina y unánimemente sobre un solo hombre. ¿Y exculpaba aquello a los demás de modo automático? ¿Acaso Krebs no podía ser el integrante de toda una banda, destinado a la casa? ¿O trabajaba por su cuenta? Y, de ser así, ¿con qué propósito? ¿Y qué tenía que ver su fisgoneo con las muertes de Tallon y Bartsch?
Drax rompió el silencio.
—Bueno, eso parece aclarar las cosas —declaró al tiempo que miraba a Bond en busca de confirmación. Este le respondió con un asentimiento de cabeza ambiguo—. Tendré que dejárselo a usted. En cualquier caso, debemos encargarnos de que no se acerque al cohete. De hecho, mañana voy a llevar a Krebs a Londres. Hay detalles de última hora que acordar con el ministerio, y aquí no pueden prescindir de Walter. De los hombres de que dispongo, Krebs es el único que puede hacer el trabajo de un ayudante de campo. Eso evitará que se meta en problemas. Hasta entonces, todos tendremos que vigilarlo. A menos, por supuesto, que usted quiera ponerlo de inmediato entre rejas. Yo preferiría que no lo hiciera —añadió con franqueza—. No quiero trastornar más al equipo.
—Eso no será necesario —le aseguró Bond—. ¿Tiene algún amigo en particular entre los demás hombres?
—Nunca lo he visto hablar con ninguno de ellos, excepto con Walter y con el personal de la casa —respondió Drax—. Yo diría que se considera superior a los demás. Personalmente, no creo que el tipo pueda causar mucho daño, o no lo habría conservado. Está a solas todo el día en esa casa, y supongo que es de esos tipos a los que les gusta jugar a detectives y meter las narices en los asuntos de los demás. ¿Usted qué cree? ¿Tal vez podríamos dejarlo así?
Bond asintió, guardando para sí lo que pensaba.
—Bien, pues —concluyó Drax, obviamente contento de abandonar aquel desagradable tema y volver al trabajo—, tenemos otras cosas de las que hablar. Faltan sólo dos días y será mejor que le ponga al corriente del programa. —Se levantó de la silla y comenzó a pasearse pesadamente de un lado a otro por detrás del escritorio.
Hoy es miércoles —prosiguió—, y a la una en punto se cerrarán las instalaciones para cargar combustible. Esta operación será supervisada por el doctor Walter, otros dos hombres del ministerio y yo mismo. Por si algo saliera mal, una cámara de televisión grabará todo lo que hagamos. Entonces, si se produce una explosión, nuestros sucesores sabrán a qué atenerse la próxima vez. —Profirió una corta carcajada—. Si el tiempo atmosférico lo permite, esta noche se abrirá la cúpula para que se disipen los vapores. Mis hombres harán guardia en turnos constantes, a intervalos de diez metros unos de otros y a cien metros del pozo. Habrá tres hombres armados en la playa que hay al pie del acantilado, frente a la salida del túnel de exhaustación.
Mañana por la mañana, el pozo volverá a abrirse hasta mediodía para realizar una última inspección, y a partir de ese momento, salvo la calibración de los giróscopos, el Moonraker estará listo para el lanzamiento. Los guardias estarán de servicio permanente en torno al pozo.
El viernes por la mañana supervisaré personalmente el calibrado de los giróscopos. Los hombres del ministerio ocuparán el puesto de lanzamiento y la RAF se encargará del radar. La BBC aparcará sus furgonetas detrás del puesto de lanzamiento, y los comentaristas comenzarán a transmitir a las once cuarenta y cinco. A las doce en punto, yo mismo bajaré el contacto de presión, un enlace de radio abrirá un circuito eléctrico y —en su rostro apareció una ancha sonrisa— veremos lo que tengamos que ver. —Guardó un momentáneo silencio mientras se pasaba los dedos por el mentón—. Veamos, ¿qué más?
Ah, sí. El área del objetivo será despejada de barcos a partir del mediodía del jueves. La Armada mantendrá una patrulla en torno al límite del área durante toda la mañana. En uno de los barcos habrá un comentarista de la BBC. Los especialistas del Ministerio de Suministros estarán en el barco de salvamento con cámaras de televisión submarinas de profundidad, y cuando el cohete haya caído intentarán recuperar los restos. Puede que le interese saber —continuó Drax, frotándose las manos con un placer casi infantil— que un mensajero del primer ministro ha traído la muy grata noticia de que no sólo habrá una reunión especial del gabinete para escuchar la transmisión de radio, sino que también en palacio estarán atentos al lanzamiento.
—Espléndido —respondió Bond, contento por Drax.
—Gracias —dijo Drax—. Ahora quiero asegurarme de que está satisfecho con mis disposiciones de seguridad en el emplazamiento del cohete. No creo que debamos preocuparnos por lo que suceda en el exterior. Todo indica que la RAF y la policía están haciendo un trabajo muy cuidadoso.
—Parece que se ha atendido a todos los detalles —respondió Bond—. No da la impresión de que me quede mucho por hacer en el tiempo que resta.
—Nada que se me ocurra ahora mismo —asintió Drax—, excepto lo relativo a nuestro amigo Krebs. Esta tarde estará en la furgoneta de televisión tomando notas, así que no se meterá en líos. ¿Por qué no echa una mirada por la playa y la parte inferior del acantilado mientras él está fuera de juego? Es el único punto débil que puede existir. A menudo he pensado que si alguien quisiera entrar en el pozo del cohete, lo intentaría a través del túnel de exhaustación. Llévese a la señorita Brand con usted. Cuatro ojos… ya sabe, y de todas formas ella no podrá usar su oficina hasta mañana por la mañana.
—Muy bien —respondió Bond—. Desde luego que me gustaría echar una mirada por el lado del mar después del almuerzo, y si la señorita Brand no tiene nada mejor que hacer…
Se volvió hacia ella con las cejas alzadas. Gala Brand lo miró con aire de superioridad.
—Por supuesto, si lo desea sir Hugo —respondió sin entusiasmo.
Drax se frotó las manos.
—Entonces, arreglado —dijo—. Y ahora tengo que volver al trabajo. Señorita Brand, ¿querría pedirle al doctor Walter que venga, si está libre? Lo veré a la hora de almorzar —le dijo a Bond, con tono de despedida.
Bond asintió con la cabeza.
—Creo que iré a echarle una mirada al puesto de lanzamiento.
Lo había dicho sin saber muy bien por qué mentía. Dio media vuelta y siguió a Gala a través de las puertas dobles hasta la base del pozo.
Una gran serpiente negra de tubo de goma describía meandros sobre el brillante piso de acero, y Bond observó cómo la muchacha caminaba con cuidado entre los bucles del mismo hasta donde Walter se encontraba de pie, a solas. Tenía la mirada fija en la boca del tubo de combustible, que era alzado hasta donde una grúa de brazo, estirada hasta el umbral de una puerta de acceso que estaba a media altura del cohete, indicaba la posición de los tanques de combustible principales.
Le dijo algo a Walter y luego se quedó junto a él, mirando a lo alto mientras el tubo era introducido delicadamente a mano en el interior del cohete.
Bond pensó que Gala tenía un aspecto muy inocente en ese momento, con el cabello castaño que le caía hacia atrás y la curva de su cuello de marfil que se curvaba hasta la sencilla camisa blanca. Con las manos cruzadas a la espalda, mientras contemplaba con expresión de arrobo los brillantes quince metros del Moonraker, podría haber sido una colegiala que miraba un árbol de navidad… si se exceptuaba el insolente orgullo de sus pechos prominentes, que se alzaban a causa de la inclinación hacia atrás de la cabeza y los hombros.
Bond sonrió para sí, avanzó hasta el pie de la escalera de hierro y comenzó a subir. «Esa inocente muchacha deseable es una policía extremadamente eficiente. Sabe cómo dar patadas y dónde darlas; es probable que pueda partirme un brazo con más facilidad y rapidez que yo a ella, y al menos la mitad de ella le pertenece a la brigada especial de Scotland Yard. Por supuesto —reflexionó mientras miraba hacia abajo justo a tiempo para verla seguir al doctor Walter al interior de la oficina de Drax—, siempre queda la otra mitad».
En el exterior, el brillante sol de mayo parecía particularmente dorado después del blanco azulado de las luces de arco, y podía sentir cómo le calentaba la espalda mientras caminaba con decisión por la pista de cemento hacia la casa. La sirena de niebla de la barca-faro no sonaba, y en el aire de la mañana reinaba tal calma que pudo oír el rítmico golpeteo del motor de un barco costero que salvaba los Inner Leads, entre la barca-faro y la orilla, camino del norte.
Se aproximó a la casa a cubierto del muro blindado y luego cubrió rápidamente los pocos metros que lo separaban de la puerta principal, sin hacer el más mínimo ruido gracias a los zapatos de suela de crepé. Abrió con cuidado la puerta y la dejó entornada, entró en el vestíbulo y se detuvo a escuchar. Percibió el sonido de principios de verano de un abejorro que zumbaba contra los cristales de una de las ventanas y un repiqueteo distante procedente de los barracones que había detrás de la casa. Por lo demás, el silencio era profundo, cordial y tranquilizador.
Atravesó con pasos cuidadosos el vestíbulo y subió la escalera apoyando los pies bien planos sobre el suelo y en los bordes externos de los peldaños, donde sería menos probable que las maderas crujiesen. En el corredor no percibió ruido ninguno, pero vio que su puerta, al otro extremo del corredor, estaba abierta. Desenfundó la pistola de la sobaquera y avanzó con rapidez por el pasillo enmoquetado.
Krebs se encontraba de espaldas a él, arrodillado en medio de la habitación e inclinado hacia delante, con los codos apoyados en el piso. Sus manos descansaban sobre las ruedas de combinación del maletín de cuero de Bond. Toda su atención estaba concentrada en los chasquidos de los pasadores de la cerradura.
El blanco era tentador y Bond no vaciló. Sus dientes quedaron a la vista en una sonrisa dura, dio dos largos pasos en el interior de la habitación y su pie salió disparado.
Descargó toda su fuerza en la punta del zapato, y su equilibrio y oportunidad fueron perfectos.
El golpe arrancó un grito de arrendajo de la boca de Krebs mientras, como la caricatura de un sapo al saltar, salía disparado por encima del maletín y se estrellaba contra el frente de la cómoda de caoba. La cabeza la golpeó con tal fuerza que el mueble se balanceó sobre las patas. El grito se apagó abruptamente cuando se desplomó en el suelo con los miembros extendidos y quedó inmóvil.
Bond permaneció de pie con los ojos fijos sobre él, escuchando en espera del sonido de pasos apresurados, pero en la casa continuaba reinando el silencio. Avanzó hacia la figura caída, se inclinó y la volvió bruscamente. El rostro en torno al ralo bigote amarillo estaba pálido, y un poco de sangre le había corrido por la frente desde un corte que se veía en lo alto de la cabeza. Tenía los ojos cerrados y la respiración agitada.
Bond se arrodilló y registró con gran cuidado todos los bolsillos del impecable traje gris a rayas finas de Krebs, colocando su decepcionantemente escaso contenido sobre la alfombra, junto al cuerpo. No había billetera ni documentos. Los únicos objetos de interés eran un manojo de llaves maestras, una navaja con una hoja de estilete bien afilada y una significativa cachiporra pequeña de cuero en forma de mazorca. Bond se metió estas cosas en el bolsillo, luego fue hasta la mesilla de noche y cogió la botella de agua de Vichy que aún no había abierto.
Tardó cinco minutos en reanimar a Krebs y conseguir que se sentara con la espalda contra la cómoda, y otros cinco minutos de espera hasta que fuese capaz de hablar. Poco a poco, el color volvió a su rostro y la astucia a sus ojos.
—No respondo a ninguna pregunta a menos que me la formule sir Hugo —respondió en cuanto Bond comenzó el interrogatorio—. Usted no tiene ningún derecho a interrogarme. Yo estaba cumpliendo con mi deber —precisó con voz hosca y firme.
Bond cogió la botella vacía por el cuello.
—Piénselo otra vez —le aconsejó—, o le atizaré con esto hasta que se rompa y luego usaré el cuello para hacerle la cirugía plástica. ¿Quién le dijo que registrara mi habitación?
—Leck mich am Arsch[37].
Krebs le escupió, más que pronunció, aquel insulto obsceno.
Bond se inclinó y le dio un golpe en la espinilla.
El cuerpo de Krebs se encogió, pero, cuando Bond levantaba otra vez el brazo, se puso repentinamente de pie y se lanzó por debajo de la botella que descendía. El botellazo le dio con fuerza en un hombro, pero no aminoró su impulso, y el hombre ya había salido por la puerta y se encontraba a medio camino del corredor antes de que Bond comenzara a perseguirlo.
Bond se detuvo en la puerta y observó cómo la figura que huía giraba bruscamente al llegar a la escalera y desaparecía de la vista. A continuación, al oír el precipitado chirrido de los zapatos de suela de goma que bajaban a toda velocidad la escalera y atravesaban el vestíbulo, profirió una seca carcajada para sí, regresó al interior de su dormitorio y cerró la puerta con llave. Aparte de triturarlo a golpes, daba la impresión de que no iba a sacarle mucho más a Krebs. Le había dado algo en lo que pensar. Astuta bestezuela… A fin de cuentas, sus heridas no podían ser demasiado graves. Bueno, su castigo dependería de Drax. A menos, claro está, que Krebs hubiera estado cumpliendo órdenes del propio Drax.
Limpió el desorden de la habitación, se sentó en la cama y contempló la pared opuesta sin verla. No había sido sólo el instinto lo que lo había impulsado a decirle a Drax que iba a dar una vuelta por el puesto de lanzamiento, en lugar de por la casa. Le había asaltado seriamente la idea de que Krebs fisgaba por orden de Drax, y que este dirigía su propio sistema de seguridad. Y persistía la pregunta de cómo encajaba eso con las muertes de Tallon y Bartsch. ¿O acaso la doble muerte había sido una coincidencia que no guardaba relación ninguna con las marcas que había en la carta y las huellas dactilares de Krebs?
Como invocado por sus pensamientos, se oyó un golpe de llamada en la puerta, y entró el criado, seguido por un sargento de policía ataviado con el uniforme de la patrulla de carretera, que lo saludó llevándose la mano derecha a la sien y le entregó un telegrama. Bond se acercó a la ventana. Estaba firmado por Baxter, que significaba Vallance, y decía:
«PRIMERO llamada fue desde casa SEGUNDO niebla requirió operación de sirena de niebla y barco no oyó —coma— observó nada TERCERO su marcación demasiado cerca costa así que fuera vista límites de guardacosta de Saint Margaret’s y Deal».
—Gracias —dijo Bond—. No hay respuesta.
Cuando la puerta se hubo cerrado, acercó la llama de su encendedor al telegrama, lo arrojó dentro de la chimenea y aplastó los restos quemados hasta convertirlos en polvo con la suela de un zapato.
No podía concluirse mucho, excepto que la llamada que Tallon hizo al ministerio podría haber sido oída por alguien de la casa, de lo cual tal vez derivase el registro de su habitación, cosa que podría haber desembocado en su muerte. Pero ¿y Bartsch? Si todo aquello formaba parte de algo más grande, ¿cómo podía relacionársele con un intento de sabotaje del cohete?
¿No era más sencillo concluir que Krebs era un fisgón nato, o más probablemente que trabajaba para Drax, quien parecía ser meticulosamente consciente de los asuntos relacionados con la seguridad y podría querer asegurarse de la lealtad de su secretaria, de Tallon y, después del encuentro en el Blades, por supuesto del propio Bond? ¿No era aquella simplemente la línea de actuación del jefe de algún gran proyecto que se desarrolló durante la guerra (y Bond había conocido a muchos de ellos que encajarían en el cuadro), que había reforzado el sistema de seguridad oficial con su propio sistema de espías?
Si esa teoría era correcta, sólo quedaba la doble muerte. Ahora que había captado la magia y la tensión del Moonraker, aquellos disparos histéricos le parecían más razonables. En cuanto a la marca en la carta náutica, podría haber sido trazada en cualquier momento del último año; los binoculares de visión nocturna no eran más que binoculares, y los bigotes de los hombres no pasaban de ser eso, un montón de bigotes.
Permaneció sentado en la silenciosa habitación, cambiando de sitio las piezas del rompecabezas, de modo que dos imágenes por completo diferentes se alternaban en su cabeza. En una el sol brillaba y todo era transparente e inocente como la luz del día. La otra era una oscura confusión de móviles turbios, oscuras sospechas y dudas de pesadilla.
Cuando sonó el gong que convocaba al almuerzo, aún no sabía con qué cuadro quedarse. Para aplazar la decisión, despejó su mente de todo excepto de la perspectiva de pasar la tarde a solas con Gala Brand.