Capítulo 28

Su nombre artístico era Shintaro Katsu. Lo conocí a los quince años, en uno de los primeros ozashiki al que asistí después de convertirme en maiko. Él le había pedido a otra maiko que me comunicase que pasase por allí porque quería conocerme.

La maiko me lo presentó con su nombre familiar: Toshio. Era el mejor actor de cine de Japón. Yo lo conocía de oídas, pero como rara vez iba al cine, no reconocí su cara. La cuestión es que no me impresionó. Iba muy desaliñado: vestía un yukata, un quimono de algodón, una prenda demasiado informal para asistir a un ozashiki, que encima estaba arrugado, y aún tenía restos de maquillaje en el cuello.

No permanecí más de cinco minutos en el ozashiki y en ningún momento me dirigí a Toshio de forma directa. Recuerdo que pensé: "¡Qué hombre tan desagradable!". Deseé que no volviese a interesarse por mí.

Al cabo de unos días, a la salida de la escuela, pasé por el ochaya. Toshio estaba allí con su esposa y me la presentó. Era una actriz famosa y me alegré de conocerla.

Toshio tenía la costumbre de ir a Gion Kobu casi todas las noches, y a menudo preguntaba por mí. Yo me negaba a verlo siempre que podía, pero el protocolo del karyukai exigía que me presentase de vez en cuando. Le pedí a la okasan del ochaya que lo mantuviese alejado de mí, pero ella tampoco podía hacer gran cosa. Al fin y al cabo regentaba un negocio, y tenía que acceder a las peticiones razonables de sus clientes.

Cierta vez Toshio le rogó al músico que le dejase el shamisen durante unos minutos. Cuando se lo dio, empezó a tocar una balada llamada Nagare, "Fluir". ¡Yo no podía creerlo! Toshio tenía un talento increíble. Se me erizó el vello.

—¿Dónde aprendió a tocar así? —le pregunté. Era la primera vez que le dirigía la palabra.

—De hecho, mi padre es el iemoto de la escuela Kineya de baladas para shamisen y toco desde que era muy pequeño.

—Me ha dejado atónita. ¿Qué otros secretos oculta?

La venda cayó de mis ojos y de repente lo vi bajo una luz nueva por completo: aquel hombre no era lo que aparentaba ser.

Sólo por divertirme, le aseguré que asistiría a sus ozashiki con la condición de que él tocase el shamisen para mí. Era una petición impertinente, pero a partir de ese momento empezó a llevar un shamisen a todos los ozashiki que ofrecía. Las cosas continuaron así durante tres años. Él pedía por mí a todas horas, yo iba sólo de vez en cuando y, sobre todo, para oírlo tocar.

Una noche, cuando tenía dieciocho años, fui a la cocina de un ochaya a buscar el sake para un ozashiki. Estaba a punto de subir al segundo piso y vi que Toshio bajaba la escalera. Me sentí incómoda, pues ese mismo día me había negado a asistir a su banquete. Bajó la escalera corriendo y me quitó la bandeja de las manos.

—Ven un momento, Mineko —me indicó, y acto seguido me condujo a la habitación de las criadas.

Antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, me rodeó con sus brazos y me besó en la boca.

—Eh, basta. —Forcejeé para soltarme—. Sólo Gran John, mi perro, tiene permiso para hacer eso.

Fue mi primer beso. Y no me gustó nada. Pensé que estaba sufriendo un ataque de alergia. Se me pusieron la carne de gallina y los pelos de punta, y un sudor frío cubrió mi cuerpo. Tras pasar por la sorpresa y el miedo, llegué al instante a un estado de incontenible furia.

—¡Cómo se atreve! —exclamé—. ¡No vuelva a tocarme nunca! ¡Jamás!

—Vamos, Mine-chan, ¿no te gustó ni siquiera un poquito?

—¿Gustarme? ¿Qué quiere decir? Esto no tiene nada que ver con que me guste o no me guste.

Me avergüenza confesarlo, pero a los dieciocho años todavía creía que los besos en la boca podían dejar embarazada a una mujer. Estaba aterrorizada. Corrí al despacho de la okasan y le conté lo que había pasado.

—No quiero volver a verlo nunca. Me da igual cuántas veces pida verme. Es un hombre repugnante y tiene pésimos modales.

Aseguró que exageraba.

—Tienes que madurar un poco, Mine-chan. Sólo ha sido un beso inocente. No hay razón para que te pongas de esa manera. Es un buen cliente y quiero que seas más tolerante con él.

Me explicó que mis temores eran infundados y durante las semanas siguientes me convenció para que aceptase una de las continuas invitaciones de Toshio.

Entré en el ozashiki con recelo, pero enseguida me di cuenta de que Toshio estaba arrepentido y, además prometió que no volvería a ponerme las manos encima. Yo volví a mi rutina de aparecer más o menos una de cada cinco veces que él requería mi presencia.

Una noche me rogó con picardía:

—Ya sé que no se me permite tocarte, pero ¿no podrías poner un dedo, sólo uno, en mi rodilla? Sería una forma de recompensar mis esfuerzos con el shamisen.

Como si tocase algo contaminado, apoyé cuidadosamente la yema del dedo índice en su rodilla. Me pareció un juego.

Después de tres meses de rozarlo con el índice, preguntó:

—¿Qué tal tres dedos?

Y más adelante:

—¿Por qué no cinco dedos?

Y luego:

—¿Y la palma entera?

Por fin, una noche se puso serio.

—Creo que me estoy enamorando de ti, Mineko.

Yo era demasiado inexperta para conocer la diferencia entre el coqueteo y el verdadero amor. Pensé que estaba bromeando.

—Oh, vamos, Toshio-san, ¿cómo es posible? ¿No estás casado? No me interesan los hombres casados. Además, si tienes esposa quiere decir que ya estás enamorado de otra.

—No siempre es así, Mineko. El amor y el matrimonio no siempre van unidos.

—Bueno, no lo sé. Pero no deberías bromear con estas cosas. Tu esposa se sentiría muy mal si te oyera, y estoy segura de que no deseas hacerle daño. Ni tampoco a tus hijos, pues tu principal responsabilidad es hacerlos felices.

Mi padre era el único hombre adulto a quien había conocido de verdad, y todas mis ideas sobre el amor y la responsabilidad procedían de él.

—Yo no quería que esto sucediera, Mineko. Simplemente ocurrió.

—Pues, ya que nada podemos hacer al respecto, será mejor que me olvides de inmediato.

—¿Y qué sugieres que debo hacer para conseguirlo?

—No tengo la menor idea. Y no es asunto mío. Pero estoy segura de que lo lograrás. Además, tú no eres lo que busco. Busco una gran pasión, alguien que haga que me sienta en las nubes y que me enseñe a amar. Por otra parte, quiero convertirme en una magnífica bailarina.

—¿Y cómo es él? Me refiero a tu gran pasión.

—No estoy segura, puesto que aún no lo he encontrado. Pero sé algunas cosas sobre él. No está casado. Es un entendido en arte; así podré contarle las cosas que hago. Nunca me pedirá que deje de bailar. Y es muy listo, porque necesito hacerle muchas preguntas. Creo que es especialista en algo.

Le solté la lista completa de mis pretensiones. Por lo visto, el hombre que tenía en mente era tan completo como mi padre o el doctor Tanigawa.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Toshio, que parecía desolado.

—¿A qué te refieres?

—¿Tengo alguna posibilidad?

—Parece que no, ¿verdad?

—¿Quieres decir que no te gusto nada?

—Claro que me gustas. Pero estoy hablando de otra cosa. Del amor de mi vida.

—¿Y si me divorciase?

—Esa no es solución. Yo no quiero hacer daño a nadie.

—Pero mi esposa y yo no estamos enamorados.

—Entonces, ¿por qué te casaste?

—Ella estaba enamorada de otro y yo decidí separarla de él. Me lo tomé como un desafío.

—Es la estupidez más grande que he oído en mi vida —espeté, indignada.

—Lo sé. Por eso quiero pedir el divorcio.

—¿Y qué pasará con tus hijos? Yo no podría amar a alguien que trata mal a sus hijos.

Toshio me doblaba en edad, pero cuanto más hablábamos, más me convencía de que la adulta era yo.

—Creo que deberíamos dejar este tema. No dejamos de darle vueltas a lo mismo. La discusión ha terminado.

—Lo siento, Mineko, pero no estoy dispuesto a rendirme. Seguiré intentándolo.

Decidí desafiarlo. Supuse que si le demostraba que era muy difícil de conquistar, él se cansaría del juego y me olvidaría.

—Si de verdad me quieres, demuéstramelo ¿Recuerdas que la poetisa Onono Komachi obligó al oficial Fukakusa a visitarla cien noches antes de acceder a casarse con él? Bueno, quiero que vengas a Gion Kobu todas las noches durante tres años. Todas, sin excepción. La mayoría de las veces no asistiré a tus ozashiki, pero comprobaré si has venido. Y volveremos a hablar cuando hayas cumplido tu misión.

Jamás pensé que me haría caso. Pero lo hizo: fue a Gion Kobu todas las noches durante los tres años siguientes, incluso en fiestas importantes como Año Nuevo. Y, en cada ocasión, requirió mi presencia en su ozashiki, pero yo me limitaba a acudir una o dos veces por semana. En el transcurso de esos años entablamos una cordial amistad. Yo bailaba, él tocaba el shamisen y hablábamos sobre todo de arte.

Estábamos en ese punto cuando Toshio le pidió a mi amiga que me llevase un ramo de asteres. Era una dulce forma de cumplir su promesa de visitarme a diario. Al descubrir que las flores eran un regalo de Toshio, me embargó la emoción. No sabía si aquello era amor, pero estaba claro que algo sí sentía: una opresión en el pecho cada vez que pensaba en él. Y pensaba en él a todas horas. No me encontraba cómoda y hacia que aflorase mi timidez. Quería hablar con él de lo que me pasaba, pero no sabía qué decir. Creo que la pequeña puerta de mi corazón empezaba a abrirse. Aunque yo no dejaba de luchar.

Al cabo de diez días me sentí en condiciones de volver a bailar.

Aunque aún no podía hablar, mamá Masako anunció que estaba disponible para trabajar y mandó llamar al encargado de vestuario.

Escribí una pila de tarjetas con frases cortas como: "Cuánto me alegro de verlo", "Ha pasado mucho tiempo", "Gracias, me encuentro bien", "Me encantaría bailar", "Mi único problema es la voz". Durante diez días, usé las tarjetas para comunicarme en los ozashiki. De hecho, fue divertido. Las tarjetas y mis pantomimas pusieron una nota graciosa en los banquetes, y los invitados parecían disfrutar de ella.

Mi garganta necesitó para mejorar esos diez días, al cabo de los cuales por fin empecé a tragar sin dolor, y mi riñón regresó de sus vacaciones y comenzó a funcionar con normalidad. Estaba mejor.

La secuela más inquietante de aquel suplicio fue lo mucho que adelgacé. Pesaba cuarenta kilos. Como ya he dicho, el traje de una maiko pesa entre quince y veinte, así que pueden imaginar lo difícil que me resultaba moverme y bailar cuando lo llevaba puesto.

Pero Toshio era un hombre muy brillante. Gracias a su formación, tenía una sólida base en las disciplinas estéticas que yo intentaba dominar. Demostró ser un maestro amable y ameno y, una vez que empezó a tomarme en serio, también un perfecto caballero. No volvió a rebasar los limites del decoro y yo dejé de sentirme sexualmente amenazada en su presencia. De hecho, se convirtió en uno de mis clientes favoritos.

Entretanto, yo empezaba a rendirme a sus encantos. Con el tiempo me di cuenta de que sentía por él algo que nunca había sentido por nadie. Aunque no habría podido definir ese sentimiento, tenía la vaga sospecha de que era atracción sexual. Sí lo era; sin lugar a dudas. Me sentía atraída por él. ¡Conque ésa era la emoción de la que tanto hablaba la gente!

Estaba tan contenta de volver a mis ocupaciones que perseveré y me obligué a comer cuanto fui capaz. Si no lograba soportar el peso del quimono, no podría trabajar.

Aunque todavía me sentía débil, me las apañé para hacer muchas cosas durante ese período, pues era una época de gran actividad. Hice varias apariciones en el escenario de la plaza de Exposiciones y también trabajé en una película dirigida por Kon Ichikawa (con guión de Zenzo Matsuyama, uno de mis primeros clientes, que se exhibió en el cine estatal Monopoly). Aunque yo estaba tan ocupada que no pude ir a verla.