Capítulo 19

Mamá Masako demostró quién era en realidad cuando empezó a administrar la okiya. Encontraba una profunda satisfacción en las tareas cotidianas del negocio: llevar los libros de cuentas, organizar las citas, contar el dinero. Su capacidad organizativa resultaba sorprendente y conseguía que la okiya funcionara como una máquina infalible.

También era una banquera estricta, que estudiaba en qué emplear cada yen de nuestros ingresos. El único lujo que se permitía eran los electrodomésticos. Siempre teníamos la aspiradora más moderna, el frigorífico más amplio, el televisor en color más grande. Fuimos los primeros vecinos de Gion Kobu que instalamos un aparato de aire acondicionado.

Por desgracia, su sensatez se esfumaba cuando trataba con hombres. Además de elegir a los más feos, siempre se enamoraba de individuos poco recomendables que no le correspondían.

Mamá Masako era incapaz de ocultar sus sentimientos, pues cuando estaba enamorada, resplandecía, y si la relación iba mal, ni siquiera se molestaba en peinarse y lloraba mucho. Yo le daba palmaditas en la espalda:

—Estoy segura de que pronto encontrarás a don Perfecto.

Nunca perdió las esperanzas. Y nunca lo encontró.

Una de sus primeras responsabilidades como propietaria de la okiya fue preparar mi debut.

Misedashi, el término con que nos referimos al debut de una maiko, significa de hecho "abierto al público" e indica que la joven está preparada para empezar a trabajar como profesional. Mi misedashi tuvo lugar el 26 de marzo de 1965. A la sazón había sesenta y tres maiko en activo. De modo que yo pasé a ser la número sesenta y cuatro.

Me levanté a las seis de la mañana, me di un baño y fui a la peluquería para que me peinasen al estilo wareshinobu. Cuando regresé, tomamos un desayuno especial, compuesto por arroz con dorada y judías rojas. Bebí apenas unos sorbos de té y agua, porque resulta complicado ir al lavabo cuando una está vestida de maiko.

Madre Sakaguchi llegó a las nueve para maquillarme. Según la tradición, esta tarea es propia de la onesan, pero madre Sakaguchi no permitía que Yaeko se acercase a mí. Lo hizo ella. Primero me untó el cuello, el escote, la parte superior de la espalda y la cara con una pasta de aceite de binsuke, una especie de ungüento que hace las veces de base de maquillaje. A continuación, cubrió la misma zona con maquillaje blanco, dejando sin pintar tres franjas verticales en la parte posterior del cuello, para acentuar su longitud y su fragilidad. Las maiko y las geiko llevan dos líneas en el cuello cuando llevan ropa corriente, y tres cuando visten el quimono formal.

A continuación, madre Sakaguchi me maquilló la barbilla, el puente de la nariz y el escote. Tras aplicar un colorete rosa melocotón en las mejillas y alrededor de los ojos, volvió a cubrirlo todo con polvos blancos. Trazó el contorno de mis cejas con lápiz rojo y luego las repasó con negro. Por fin, me pintó un punto de carmín rosado en el labio inferior.

Después prosiguió con los adornos del cabello. Llevaría una cinta de seda roja en el moño, denominada arimachikanoko, y otra cinta, una kanokodome, en la coronilla, junto con alfileres de coral, jade y plata. En la parte delantera dispuso dos mariposas con el emblema de la familia grabado, y también los adornos de carey que denominamos chirikan, que tan especiales son para las maiko, pues sólo nos adornamos con ellos los tres días del debut.

Acto seguido me pusieron las características prendas interiores.

En primer lugar, dos rectángulos de algodón blanco que se ciñen al cuerpo, uno alrededor de las caderas y el otro alrededor del pecho. Este último sirve para aplanar el busto y evitar, así, que el quimono forme arrugas. A continuación, una especie de enagua de algodón y un par de calzones largos para mantener el decoro si la parte delantera del quimono se abriera de forma accidental.

Después se coloca encima el hadajuban, una blusa holgada que sigue la línea del quimono y que, en el caso de las maiko, tiene el cuello rojo. Sobre esta prenda va el nagajuban, una especie de combinación larga. La mía estaba hecha de seda teñida mediante la técnica de las ataduras, con un estampado de abanicos y flores bordadas.

El traje de maiko lleva un cuello característico, que se cose a mano al nagajuban cada vez que una se viste esta prenda. Estos cuellos rojos tienen su propia historia. Están hechos de seda bordada con exquisitez en hilo blanco, plateado y dorado, de modo que cuanto más joven sea la maiko, menos tupido es el bordado y más visible el rojo de la seda. Conforme una va creciendo, el aplique se vuelve más abigarrado, hasta que casi no se ve el color rojo, símbolo de la infancia. El proceso continúa hasta que un día una "cambia el cuello" de maiko por el de geiko y comienza a usar uno blanco en lugar del rojo.

Me confeccionaban cinco cuellos al año, dos de muselina de seda para el verano y tres de crespón para el invierno, cada uno de los cuales costaba más de dos mil dólares. Aún conservo la colección en mí casa. Mi primer cuello, el que llevé en mi misedashi, tenía bordada "La Carroza del Príncipe Genji" con hilo de oro y plata.

Encima del nagajuban, el encargado de vestuario me puso el hikizuri, el quimono formal con emblemas, que era de seda negra con un motivo floral estilo Palacio Imperial y estaba decorado con cinco emblemas: uno en la espalda, dos en las solapas y otros dos en las mangas. Cada familia japonesa tiene un mon o emblema, que luce en las ocasiones especiales. El emblema de los Iwasaki es una estilizada campanilla de cinco pétalos.

Mi obi era una obra de arte que habían tardado años en crear. Confeccionado en damasco tejido a mano, medía más de seis metros y estaba decorado con hojas de arce bordadas en hilo dorado de dos tonos, mate y brillante. Iba atado de tal manera que los cabos llegaban casi al suelo y se sujetaba con una obiage, una cinta de crespón de seda que se lleva por fuera, pues con el quimono formal no debe usarse broche para el obi. Siguiendo la tradición, esta cinta era de seda roja y tenía bordado el escudo de la familia.

Llevé un bolso parecido al que solía usar cuando era minarai, en el que había un abanico, una toallita de mano, carmín, un peine y un pequeño cojín. Cada objeto tenía su propia funda de seda roja, hecha por Eriman, con el monograma de "Mineko" en blanco.

Aquel día usé algunas prendas que habían pertenecido a la okiya Iwasaki durante generaciones, pero muchas otras, al menos veinte, se encargaron ex profeso para la ocasión. Aunque ignoro las cifras exactas, estoy segura de que con el dinero que había costado mi atuendo habría podido construirse una casa, pues calculo que la suma superaba los cien mil dólares.

Cuando estuve lista, una delegación de la okiya me acompañó a hacer la ronda de visitas protocolarias. Y la primera de ellas era para presentar mis respetos a la iemoto. El encargado de vestuario, como en tantas otras celebraciones rituales, se sumó al grupo e hizo las veces de maestro de ceremonias. De modo que, al llegar a la casa de Shinmonzen, éste anunció con voz grave:

—Tengo el honor de presentar a la señorita Mineko, hermana menor de la señorita Yaechiyo, en ocasión de su misedashi. Solicitamos su aprobación y sus buenos deseos.

—Le doy la más calurosa enhorabuena —respondió la gran maestra desde el vestíbulo.

Y el resto del personal se sumó a la felicitación.

—Deseamos que trabajes mucho y lo mejor que puedas —corearon.

—Si, lo haré. Gracias —aseguré, empleando el japonés de mi familia.

La gran maestra se percató de mi error en el acto.

—Ya estamos otra vez. Una geiko debe decir hei, "sí" y ookini, "gracias".

Tras la reprimenda, continué con mi ronda de visitas. Fuimos a presentar nuestros respetos a propietarios de ochaya, geiko mayores y clientes importantes. Llamamos a la puerta de treinta y siete casas en un solo día.

En cierto momento nos detuvimos en una sala para celebrar el ritual osakazuki, mediante el cual Yaeko y yo formalizaríamos nuestro vínculo, ceremonia que había organizado el Suehiroya. Ya en la estancia, el encargado de vestuario le pidió a madre Sakaguchi que ocupase el lugar de honor, delante de la tokonoma. Yo me senté junto a ella, mamá Masako a mi lado y, después, las jefas de las demás casas de la familia. A Yaeko, que en circunstancias normales habría tenido que sentarse junto a mí, se le asignó un lugar secundario.

Llevamos a cabo el intercambio de tazas. Estoy segura de que los demás asistentes se quedaron perplejos ante la ubicación de los invitados. No sabían que Yaeko debía sentirse agradecida por el simple hecho de estar allí.

Llevé el traje formal del misedashi durante tres días, pasados los cuales me lo cambiaron por otro que testimoniaba la segunda fase de mi debut. Este no era negro ni llevaba emblemas. Era de seda azul y tenía nombre: "Viento de los Pinos". El dobladillo de la cola era del color de una playa de arena, y estaba decorado con pinos teñidos y caracolas bordadas. El obi era de damasco anaranjado oscuro, con grullas doradas.

Aunque mi memoria suele ser muy buena, sólo conservo un vago recuerdo de los largos y vertiginosos seis días de mi misedashi, durante los cuales debí de hacer centenares de visitas y apariciones públicas. Además los Miyako Odori empezaron una semana después de mi debut y yo tenía que subir a un escenario para interpretar mi primer papel profesional de verdad. Me sentía abrumada y recuerdo que me quejé a Kuniko:

—¿En qué momento me darán un respiro, Ku-chan?

—No tengo la menor idea —contesto.

—Pero ¿cuándo aprenderé todo lo que me queda por aprender?

Aún no soy lo bastante buena. Ni siquiera sé bailar Gionkouta, "La balada de Gion". ¿Tendré que limitarme a seguir a las demás durante toda mi vida? ¿Nunca podré interpretar un solo? Las cosas van demasiado deprisa.

Lo cierto es que no había forma de detener la marea, que seguía empujándome hacia delante. Como ya era oficialmente una maiko, dejé de ir al Fusanoya para recibir los encargos. Las solicitudes llegaban ahora a la okiya, donde mamá Masako organizaba mis citas.

La primera petición para que asistiera a un ozashiki como maiko llegó del Ichirikitei, el ochaya más famoso de Gion Kobu, en cuyos salones privados habían tenido lugar importantes incidentes y reuniones históricas. El establecimiento había adquirido un carácter legendario e, incluso, muchas novelas y obras de teatro están ambientadas en él, algo que, por otra parte, no siempre ha beneficiado a Gion Kobu, pues algunas obras de ficción han propagado la falsa idea de que las cortesanas ejercen su oficio en el barrio y de que las geiko pasan la noche con sus clientes. Por desgracia, cuando una idea semejante arraiga en la cultura, adquiere vida propia, de modo que, según tengo entendido, esta creencia, aunque errónea, está muy extendida en el extranjero, incluso entre los estudiosos de la civilización japonesa.

Pero aquella noche, cuando entré en el salón del banquete, yo nada sabia de esas cosas. El anfitrión del ozashiki era el magnate Sazo Idemistsu. Sus invitados de honor eran el director de cine Zenzo Matsuyama y su esposa, la actriz Hideko Takamine. Yaeko ya estaba allí cuando llegué.

—¿Ésta es tu hermana menor? —preguntó la señora Takamine—. ¿No es adorable?

Yaeko esbozó la sonrisa tensa que la caracterizaba.

—¿De veras le parece adorable? ¿Qué parte de ella le gusta?

—¿Qué quieres decir? Toda ella es preciosa.

—Oh, no lo sé. Supongo que sólo lo parece porque es muy joven. Y si quiere que le sea franca, no es buena persona. No se deje embaucar por ella.

Yo no podía creer lo que oía. No sabía de ninguna hermana mayor que despreciase a su hermana menor delante de los clientes. Lamenté de verdad que Satoharu no fuese mi onesan, pues ella jamás se hubiera comportado conmigo de aquel modo.

El antiguo instinto que me impulsaba a huir se disparó y pedí permiso para ausentarme un momento. Era demasiado mayor para esconderme en un armario, así que me dirigí al tocador de señoras: no podía soportar semejante humillación ante unos desconocidos.

En cuanto cerré la puerta prorrumpí en sollozos, pero de inmediato me obligué a parar. Comprendí que llorar no me serviría de nada. Así pues, recuperé la compostura, regresé al comedor y actué con toda naturalidad.

Al cabo de unos minutos Yaeko volvió a la carga.

—Mineko está aquí sólo porque cuenta con el apoyo de personas muy poderosas —declaró—. No ha hecho nada para merecer su buena suerte, así que no creo que se mantenga mucho tiempo en la profesión. No me sorprendería que no pasara de maiko en ciernes.

—En tal caso, tendrás que ayudarla —repuso en tono amable la señora Takamine.

—Ni en sueños —aseveró Yaeko.

En ese instante apareció la jefa de naikai del ochaya, una afable mujer llamada Bu-chan.

—Disculpe, Mineko-san, es la hora de su siguiente compromiso.

En cuanto salí, me miró intrigada y preguntó:

—¿Qué diablos le pasa a Yaeko? Es tu onesan, ¿no? ¿Por qué es tan desagradable contigo?

—Ojalá lo supiera —respondí lacónica. No sabía cómo explicárselo.

—Bueno, tu siguiente cita es con un cliente habitual, así que podrás tomarte las cosas con más tranquilidad.

—Gracias. Quiero decir, ookini —rectifiqué.

Bu-chan me condujo a otra estancia.

—Tengo el honor de presentarles a Mineko-chan, que acaba de convertirse en maiko.

—Bueno, bienvenida, Mineko-chan. Deja que te veamos. Eres muy bonita, ¿no? ¿Te apetece tomar un poco de sake?

—No, gracias. Es ilegal beber alcohol antes de cumplir veinte años.

—¿Ni siquiera un sorbito?

—No, no puedo. Pero no tendré inconveniente en fingir que bebo. ¿Pueden darme una taza, por favor?

Me sentía como una niña en una fiesta.

—Aquí tienes.

—Gracias… Ay, ookini.

Empecé a relajarme. Y con la sensación de alivio llegó un nuevo acceso de llanto.

—Tranquila, tranquila, querida, ¿qué te pasa? ¿He hecho algo que te molestase?

—No, no, lo lamento muchísimo. No es nada, de veras.

No podía explicarle que lloraba por culpa de mi propia hermana.

Trató de animarme dando un giro a la conversación.

—¿Cuál es tu pasatiempo favorito, Mine-chan?

—Me encanta bailar.

—¡Qué bien! ¿Y de dónde has salido?

—De ahí.

—¿De dónde?

—De la habitación de al lado.

Mi respuesta dibujó una sonrisa en sus labios.

—No, te preguntaba dónde has nacido.

—En Kioto.

—Pero hablas un japonés estándar…

—Es que aún no he sido capaz de perder mi acento.

De nuevo sonrió ante mi torpe proceder.

—Lo sé, es difícil dominar el dialecto de Kioto. Puedes hablarme como quieras.

Me hice un lío y le respondí en una mezcla de las dos modalidades de la lengua. Él no perdía el buen humor.

—Creo que hoy has hecho una nueva conquista, Mine-chan. Espero que me consideres un amigo. ¡Y un admirador!

Qué hombre encantador. Más tarde descubrí que era Jiro Ushio, el director de la compañía Ushio Electric. Esa tarde Ushio-san me tranquilizó y me devolvió la confianza en mí misma, pero la actitud maliciosa de Yaeko se cernía sobre mí como una sombra de la que no podía escapar. Aunque nuestra relación de maiko y onesan era más débil que la mayoría, yo debía cumplir con las normas protocolarias.

Al caso, una de las obligaciones de una maiko es ordenar cada cierto tiempo el tocador de su onesan. Por lo tanto, poco después de mi misedashi, un día a la salida de la escuela pasé por su casa de la calle Nishihanamikohi. Nunca había estado allí.

Al entrar, vi a una criada inclinada que estaba limpiando algo.

Su aspecto me resultó vagamente familiar. ¡Era mi madre!

—¡Ma-chan! —exclamó.

Justo en ese momento apareció Yaeko y gritó:

—¡Ésta es la perra que nos vendió y que mató a Masayuki!

Sentí un dolor punzante en el pecho. Estaba a punto de contestarle "¡te mataré!", pero leí en la mirada de mi madre que debía contenerme y no empeorar las cosas. Me eché a llorar y salí corriendo de la casa.

Jamás regresé. No valía la pena cumplir ciertas normas.