Tía Oima no esperaba volver a ver a Yaeko, de manera que se llevó una enorme sorpresa cuando ésta apareció sin anunciarse en la okiya Iwasaki, poco después de que Tomiko se mudase allí.
Mi hermana mayor deseaba reincorporarse al trabajo, pues su matrimonio había sido un auténtico desastre y acababa de solicitar el divorcio. Su esposo, Seizo, había resultado ser un mujeriego incorregible, y además, se había metido en negocios poco transparentes que los habían llevado a la ruina. Al final, la abandonó con dos niños pequeños y una montaña de deudas de las que ella era la responsable legal. En tales circunstancias, Yaeko había llegado a la conclusión de que reclamar su puesto en la okiya Iwasaki sería la solución a sus problemas: pretendía que tía Oima pagase sus deudas, y devolverle luego ella el dinero trabajando como geiko.
Tía Oima pensó que se había vuelto loca. Por razones demasiado numerosas para detallar ahora, lo que mi hermana le proponía resultaba inaceptable. En primer lugar, su apellido ya no era Iwasaki, sino Uehara. Y, dado que ya no era miembro de la familia, no podía ser la atotori. Aunque obtuviera el divorcio, tía Oima no estaba dispuesta a restituirle su puesto, pues había demostrado con sus actos que no lo merecía, que era demasiado egoísta e irresponsable.
En segundo lugar, cuando una geiko se retira, su carrera queda truncada. Por tanto, hubieran tenido que relanzar a Yaeko y, dado que ya no tenía trajes, invertir una pequeña fortuna en su vestuario.
Pero era ella quien debía dinero a la okiya y no a la inversa. Además, tía Oima, que había destinado todo el efectivo que le quedaba en la preparación de Tomiko, no disponía de capital para saldar las deudas de Yaeko. Por último, mi hermana mayor había dado la espalda a la okiya cuando más la necesitaban y tía Oima no la había perdonado.
La lista de recriminaciones continuó. Yaeko no había sido una buena geiko y nada indicaba que fuese a mejorar. Hacía siete años que no asistía a clases de baile. La gente no la apreciaba. ¿Y qué haría con sus hijos? Era evidente que no podrían vivir con ella en la okiya Iwasaki.
La sola idea repugnaba a tía Oima, ya que constituía una flagrante trasgresión del protocolo, y para ella esa era la razón más preocupante de todas.
Le contestó a Yaeko que no, enumerando el sinfín de cuestiones con rigor y minuciosidad, y a continuación le sugirió que o bien pidiese ayuda a su familia política, que ahora estaba obligada a responsabilizarse de ella y de los niños, o bien buscase un empleo en un ochaya o en un restaurante, puesto que su formación la cualificaba para esa clase de trabajo.
Durante aquel acalorado intercambio de palabras tía Oima dejó caer que estaba preparando el debut de Tomiko y que deseaba que yo fuese a vivir con ella para convertirme en su sucesora. A Yaeko, quien hacía años que no mantenía contacto con mis padres y ni siquiera sabía de mi existencia, aquellas palabras la llenaron de indignación dado que no sólo había perdido su opción al trono, sino que, además, la usurpadora era otro retoño de sus odiosos progenitores. Salió de la okiya Iwasaki hecha una furia y cogió el siguiente tranvía.
Pero, como era una mujer muy astuta, durante el corto trayecto hasta Yamashina estudió sus posibilidades. Ahora sabía que le resultaría imposible heredar la okiya Iwasaki. Aunque también sabía que sólo por medio de sus ingresos podría saldar las deudas y que trabajar como geiko era la forma más rápida de ganar dinero. Sin lugar a dudas, tenía que conseguir que tía Oima le devolviera su empleo.
"¿Qué había dicho la vieja? Que estaba deseando que Masako ingresara en la okiya Iwasaki". Yaeko, capaz de leer los pensamientos de tía Oima y conocedora del funcionamiento del sistema, era consciente de cuánto me necesitaba la anciana. Tal vez pueda usar a esa mocosa como moneda de cambio para negociar mi reincorporación —debió de pensar—. ¿Y qué más? Ah, sí, los niños. No hay problema: mis padres se harán cargo de ellos. Me lo deben".
La vehemencia de Yaeko y sus propios remordimientos desarmaron a mis padres. Ella los acusó de tener hijos sólo para venderlos y ellos se sintieron obligados a quedarse con los niños.
Yaeko regresó a casa de tía Oima y le indicó que estaba libre para volver y ponerse a trabajar. Además, le prometió que me entregaría en bandeja de plata.
Tía Oima no sabía qué hacer. Estaba dispuesta a aceptar a Yaeko si ésta era capaz de ayudarla a ganarme para la okiya. Por otra parte, y aunque mi hermana mayor era holgazana, había sido una estrella, y quizás una estrella sin brillo fuese mejor que nada. Decidió consultar a madre Sakaguchi.
—Me gustaría conocer a la niña de la que te has enamorado —afirmo ésta—. Confío en tu intuición y creo que debemos hacer cuanto esté en nuestras manos para que ingrese en la okiya Iwasaki. Cedamos, por el momento, y tratemos de volver las tornas para que Yaeko nos resulte útil. Además, teniendo en cuenta que en sus tiempos fue muy popular, generará ingresos y dará prestigio a la casa.
—¿Y qué hay de sus deudas? Ahora mismo no tengo dinero para liquidarlas.
—Yo las pagaré. Pero que quede entre nosotras, pues no quiero que Yaeko se entere. Nos conviene que se sienta sometida y no me gustaría darle alas. Me resarcirás del dinero cuando ella te lo haya devuelto, ¿de acuerdo?
—Acepto con humildad su generosa oferta. —Tía Oima hizo una reverencia hasta tocar el tatami—. Haré todo lo posible para presentarle a Masako cuanto antes.
Yaeko se puso muy contenta al ver que su plan había funcionado. Se trasladó a la okiya Iwasaki y se preparó para volver al trabajo. Pero, como no tenía qué ponerse y los quimonos de la casa estaban reservados para Tomiko, tuvo la osadía de forzar la puerta del armario donde los guardaban y, después de sacar algunos de los mejores, anunció:
—Estos servirán. Los usaré.
Tía Oima me contó que se había quedado petrificada. Resulta difícil explicar la importancia de los quimonos en la vida de una geiko y la magnitud de la trasgresión de Yaeko. Los quimonos, las vestiduras de nuestra profesión, son sagrados para nosotras y constituyen un símbolo de nuestra vocación. Confeccionados con las telas más refinadas y caras del mundo, encarnan nuestro concepto de la belleza. Cada quimono es una obra de arte exclusiva, en la creación de la cual ha participado su propietaria.
Por lo general, son muchas las cosas que podemos deducir de un hombre o una mujer basándonos en la calidad del quimono que viste: su posición social, su sentido del estilo, sus orígenes familiares y su personalidad. Aunque haya pocas variaciones en el corte de un quimono, la diversidad de colores, dibujos y telas es infinita.
La capacidad para escoger un quimono apropiado a cada situación es un arte y la correspondencia entre esta prenda y la época del año es fundamental. Los cánones del gusto tradicional japonés dividen el año en veintiocho estaciones, cada una de las cuales tiene sus propios símbolos. De este modo, en circunstancias ideales, los colores y dibujos del quimono y del obi, el fajín, reflejan la estación: por ejemplo, los ruiseñores en mayo, o los crisantemos a principios de noviembre.
Al apoderarse con absoluta ligereza de los quimonos de Tomiko, Yaeko había cometido una flagrante violación de las normas, tan grave como si hubiese atacado a Tomiko o como si hubiera vulnerado su intimidad. Pero tía Oima no pudo detenerla: yo todavía no había llegado.
Yaeko fue a ver a mis padres y les anunció que había prometido llevarme a la okiya Iwasaki. Le repitieron una y otra vez que no tenía ningún derecho a tomar esa decisión. Pero ella se negó a escucharlos. Parecía tonta. O retrasada.
En medio de este drama, yo decidí ir a vivir a la okiya Iwasaki con tía Oima. Y lo hice por propia voluntad. Lo cierto es que, al mirar atrás, me sorprenden tanto mi determinación como mi firmeza a una edad tan temprana.