Llegamos a la okiya Iwasaki a primera hora de la tarde. Mi padre se marchó poco después y yo me quedé sentada en silencio en el salón, observando cuanto allí había. Estaba fascinada por los detalles. Miré alrededor hasta que localicé el armario, para tener un sitio donde refugiarme en caso de necesidad. Por lo demás, me mantuve tranquila, repasando de arriba abajo la estancia. Respondía con cortesía a las preguntas que me formulaban, pero insistí en no moverme de donde estaba.
Al atardecer, la señora Oima me cogió de la mano y me llevó a otra casa. Tras abrir la puerta y entrar, ella saludó con una gran reverencia a una mujer a quien yo no conocía. Me la presentó como madame Sakaguchi y me rogó que la llamase madre. La anciana Oima rió y me explicó que madre Sakaguchi era su jefa.
Era una mujer afable y enseguida congeniamos.
Cuando regresamos de la okiya Sakaguchi, ya era la hora de cenar. La cena no se servía como en mí casa, pues en lugar de sentarse a la mesa, todos comían en bandejas individuales dispuestas en forma de "U" alrededor del brasero rectangular. Supuse que, como invitada, mi sitio estaría junto a madame Oima y hacia allí me dirigía justo cuando Vieja Arpía entró en la habitación e hizo ademán de ocupar el mismo lugar.
—Ése es mi sitio —la desafié.
Vieja Arpía iba a protestar, pero la señora Oima intervino, dibujando en su rostro una gran sonrisa:
—Sí, pequeña. Acomódate.
Me senté junto al brasero.
Enfurruñada, Vieja Arpía se situó a mi lado, cogió los palillos y empezó a comer sin decir el tradicional itadakimasu, que significa "recibo estos alimentos con humilde gratitud". Es una forma de reconocer los esfuerzos que han hecho los granjeros y otros proveedores para que la comida llegue a la mesa. Madame Oima era la jefa de la familia, de manera que nadie debía comer nada antes de que ella pronunciase esas palabras y levantara sus palillos. Regañé a Vieja Arpía por esa imperdonable trasgresión del protocolo.
—Es una grosería empezar a comer antes de que madame Oima haya dicho "itadakimasu" y tomado el primer bocado. Tus modales son pésimos.
—Atiende a sus palabras —aseveró la anciana—. Tiene mucho que enseñarte. —Luego se volvió hacia el resto de las mujeres sentadas alrededor del largo brasero y añadió-: Por favor, no os dirijáis a la señorita Masako a menos que ella os hable primero.
Yo no podía creer que me pusiera por encima de aquellas elegantes señoras.
Pero Vieja Arpía no estaba dispuesta a dejar las cosas como estaban y, sabiendo que la oiría, rezongó con tono efectista:
—Vaya, así que tenemos una princesita en casa, ¿no?
Aquello me disgustó y me apresuré a intervenir de nuevo:
—No puedo comer esto.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —inquirió madame Oima.
—No puedo comer sentada al lado de esta vieja arpía.
Me levanté con calma, busqué a Gran John y lo saqué a dar un paseo.
Cuando regresé, mi hermana Kuniko quiso saber si deseaba comer una apetitosa bola de arroz o quizá darme un baño.
—No comeré ninguna bola de arroz que no haya hecho mamá y no me bañaré con nadie, salvo con papá —le notifiqué. Luego, cerré la boca y no volví a abrirla durante el resto de la noche.
Kuniko me preparó para acostarme. Me arropó con mi manta favorita, que era de color turquesa con un estampado de tulipanes blancos, y luego se tendió a mi lado en el futón. Puesto que yo aún era incapaz de conciliar el sueño sin mamar antes, permitió que le chupase un pecho hasta que me quedé dormida.
Mi padre fue a recogerme a la mañana siguiente. En las okiyas rige una norma no escrita según la cual no se permiten visitantes antes de las diez de la mañana. Pero mi padre se presentó a las seis y media.
Me alegré mucho de verlo.
—Adiós, hasta pronto —me despedí y me dirigí a la puerta.
La anciana Oima me siguió.
—No tardes en volver, por favor.
—Regresaré —respondí mientras partíamos.
Después me enfadé conmigo misma por haber pronunciado aquella palabra, pues expresaba lo contrario de lo que en realidad pensaba, pero ya no podía retirarla.
Una vez en casa, mi madre se puso tan contenta que creí que iba a llorar. Pero no permanecí a su lado el tiempo suficiente para que me abrazara, ya que corrí al armario buscando protección.
Mi madre logró sacarme de la oscuridad al tentarme con mi comida favorita, un delicioso onigri de atún, una especie de bocadillo de arroz con algas por fuera y un sabroso relleno que, por lo general, suele ser de ciruelas o de salmón, aunque yo prefería aquél de migas de bonito seco. (El bonito seco es uno de los pilares de la cocina japonesa. Las migas también se usan para hacer caldo y dar sabor a otros platos.)
La noche que pasé en la okiya Iwasaki fue, en cierto modo, el comienzo de mi traslado. Un tiempo después, permanecí por espacio de dos noches seguidas. Luego, mis visitas se alargaron varios días. Al poco, los días se convirtieron en un mes. Y, al final, próxima a cumplir los cuatro años, me mudé allí de manera definitiva.