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Flavio Tassoni contemplaba absorto la figura de Marta mientras interpretaba al piano el Minute Waltz. Era un ser tan delicado, tan frágil y a la vez tan enérgico y vigoroso… Se movía como un junco mecido por la brisa fresca y de sus manos fluía la fuerza suficiente para hacer perfecta la melodía. La composición de Chopin otorgaba toques nuevos y festivos al aire que respiraba.

Aquella mujer, pensaba cautivado por la esbeltez de su cuello, había conseguido devolverle a la vida; gracias a ella su sangre volvía a correr por sus venas, sus pulmones no solo recibían el aire, sino que respiraban, sus ojos volvían a ver, sus oídos escuchaban y no solo oían, y de nuevo se estremecía, erizados cada uno de sus poros al acariciar su piel. Nunca pensó que pudiera volver a sentir lo que creyó enterrado bajo aquel cúmulo de escombros, sepultada su alma en lo más hondo de la tumba en la que quedó inhumado su amor para siempre, bajo una lápida blanca, su nombre y su corazón con ella. Allí mismo, a los pies de aquella sepultura, había renunciado a vivir un amor tan puro como el que había conocido. Pero la renuncia se tornó en aceptación, en permanencia en este mundo, en la oportunidad de conmoverse de nuevo ante aquella mujer, de escuchar su voz y embebecerse en sus ojos, unos ojos grabados en su corazón con tanta fuerza que le había vuelto a renacer la lozana punzada del amor.

La música terminó y Marta se giró sonriente.

—¿No dices nada? —preguntó.

—¿Qué puedo decir?

Ella sonrió.

—Sigues siendo mi profesor de piano, no lo olvides.

Él la miraba como si temiera su desaparición al quitarle los ojos de encima.

—¿Por qué no tocas tú algo? —le preguntó ella—. Algo especial para mí.

—Todo se convierte en especial a tu lado, Marta.

—Pero nunca te he oído interpretar una composición a ti, siempre has sido profesor, quiero ver al músico.

—Espera —le dijo al cabo de un silencio fijo en ella—, enseguida vuelvo.

Desapareció de la estancia para entrar al cabo de un rato con el estuche de un violín. Lo traía igual que si transportase en sus manos un delicado tesoro. La piel negra estaba bastante deteriorada, pero la forma se mantenía perfecta. Lo depositó sobre la mesa y, en silencio, lo observaron los dos con solemnidad.

—¿Era su violín? —preguntó Marta con voz queda.

Flavio acarició el cuero tazado, asintió y sus labios esbozaron una lacónica sonrisa de recuerdo. Con la lentitud medida en los dedos, soltó los cierres y abrió la tapa, quedando a la vista aquel pequeño instrumento que mostraba toda su belleza. Se trataba de un Guarnerius, y a pesar del deterioro del estuche, el violín aparecía en un estado impecable.

—Es la primera vez que he sido capaz de verlo desde… —La voz de Flavio quedó trabada en la garganta.

Marta acarició su espalda tiernamente, consciente de su emoción.

—Es muy hermoso —dijo ella.

—Sí lo es… —murmuró ensimismado en sus recuerdos, soportables ahora—. ¿Sabes?, estuve a punto de venderlo…, después de aquello…, me dolía tenerlo, su presencia me quemaba las entrañas y quise deshacerme de él. Recibí varias ofertas, a cual más desproporcionada, cifras escandalosas que me podrían haber permitido vivir el resto de mi vida sin otra preocupación que respirar. Pero yo no quería respirar, Marta, yo me quería morir. —Hubo un silencio respetado por ella, que se mantenía pegada a él, concentrados ambos en aquel instrumento aún anclado a su estuche—. No pude desprenderme de él, era como si pretendiera arrancarme una parte del alma. Esto y mis partituras es lo único que conservo de mi pasado. —La miró y le dedicó una sonrisa franca y abierta.

—¿Lo tocarías para mí? —susurró ella.

Flavio no dijo nada. Desató las presillas que sujetaban el violín al terciopelo del estuche. Lo sacó y lo mantuvo en sus manos. Marta se dio cuenta de que le temblaban. Despacio, se alejó de él para sentarse en la banqueta del piano, venerando aquel conmovedor reencuentro.

Tassoni se colocó el violín sobre el hombro y, cerrando los ojos, empezó a rasgar las cuerdas con el arco y la Vocalise de Rajmáninov inundó aquella pequeña estancia y desbordó el corazón de Marta.

Cuando terminó, los ojos de Flavio estaban inundados en lágrimas; sus piernas, firmes y sólidas durante la interpretación, parecieron quebrarse y quedó en cuclillas. Marta se precipitó hacia él y se abrazó a su cuerpo estremecido por el llanto y la emoción. Se amaron con tanta ternura que parecía no existir el tiempo, ni la realidad más allá de la piel del otro, de su tacto, de sus besos. Cuando quedaron rendidos, tendidos el uno junto al otro, Marta vio el violín en el lado de Flavio.

—¿Tanto la amabas? —le preguntó acariciando su pecho desnudo.

—Con toda el alma —él calló un instante y la atrajo hacia sí, como si quisiera meterla en su cuerpo pasando a formar parte de su ser—. Marta, quiero pasar el resto de mi vida a tu lado, cada minuto, cada segundo, dormirme mirando tus ojos y despertarme besando tus labios. Cuando te vas, me queda tanto vacío que me ahogo, y solo vivo para que pase el tiempo y volver a sentir tus pasos ascender por la escalera, y abrazarte de nuevo y hacerte mía, quererte, mimarte… —calló y tragó saliva, y su voz salió suplicante y temblorosa—. Marta, cuando te vas te llevas mi vida contigo.

Ella le miró unos segundos antes de hablar con voz queda.

—No puedo quedarme… y tú lo sabes. Estamos cometiendo un delito, Flavio.

—No puede ser delito amar como yo te amo.

—En este país sí. Nos podrían llevar a la cárcel a los dos; a mí por ser casada y a ti por saberlo.

—Nos iremos juntos fuera de España. En Italia podremos vivir nuestro amor sin trabas —calló un momento y buscó sus ojos—. Marta, me han hecho una oferta para dirigir la orquesta de La Scala de Milán la temporada que viene. El teatro quedó muy dañado después de la guerra, pero lo han reconstruido y está funcionando desde mayo. Si lo vieras, es un marco tan extraordinario, la música allí se vuelve sublime y la orquesta se convierte en un ejército de ángeles celestiales; cuando entro al escenario y me vuelvo hacia aquel proscenio…, es como contemplar el mismísimo cénit del universo.

—Lo conocí de niña —le susurró ella.

—Volverás conmigo, y se oirá nuestra Sonata del silencio, y todo el mundo sabrá que te amo.

Ella se acurrucó en su regazo y le abrazó temblando.

—La música te trajo a mí y sé que la música te arrancará de mi lado.

—Nunca… —dijo él—, jamás te dejaré.

—Lo harás, porque tu vida es la música.

—Tú eres mi vida. Sin ti no existe la música, ni La Scala, sin ti me ahogo, Marta. No podría dejarte. Sería como dejarme morir otra vez, y ya no podría resistir otra pérdida así.

—¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? —añadió ella con voz angustiada.

—Deja a tu marido.

La voz de Flavio quedó flotando en el silencio espeso y caliente de la habitación.

—¿Y qué sería de él…? Le destrozaría la vida.

—Se recuperará. Con el dinero que vas a recibir del gobierno francés podrá dedicarse a lo que quiera sin depender de nadie.

Marta sonrió irónica.

—La vida resuelta… —repitió ensimismada—, dejar yo la vida resuelta a mi marido. Definitivamente, estás loco.

Flavio Tassoni se sentó y la miró fijamente, mientras ella permanecía tendida.

—Dime que vendrás conmigo cuando regrese a Milán, de lo contrario, no aceptaré esa oferta.

Ella le mantuvo la mirada un instante y se lanzó a su cuerpo, abrazándole con una fuerza intensa.

—Claro que me iré contigo, no te das cuenta de que ya no soy capaz de vivir sin ti, no puedo dormir si no es pensando en ti, no puedo tragar ni un solo bocado si no recuerdo tus ojos, me cuesta respirar si no estás conmigo. Me iré, me iré contigo al fin del mundo si es preciso… —Alzó su rostro y le miró con ojos suplicantes—. Pero… dime cómo…, si me marcho, mi marido me buscará y me detendrán…, y no me importa la cárcel, pero la idea de no volver a verte, la sola idea de perderte…

—Encontraremos una manera, Marta, la encontraremos. Estaremos juntos para siempre.

Se quedaron callados, en un silencio pesado, calmando sus sueños, sus ansias y anhelos, acariciándose el uno al otro, cincelando cada rincón de la piel para evitar olvidarlo. Y el tiempo pasó lento, cálido, en una serenidad compartida de besos y abrazos.