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Al entrar en casa, Marta vio sobre una silla la chaqueta y el bolso de Elena. Se acercó a la puerta entornada de su habitación y la empujó. La vio tumbada en la cama, acurrucada como si estuviera dormida.

—Elena… —llamó susurrante por temor a sobresaltarla. Ella se volvió forzando una sonrisa—. ¿Cuándo has llegado? —preguntó intentando sonreír.

—Hace un rato.

—¿Y qué tal? Cuéntame. ¿Cómo ha ido el día con Mauricio?

—Bien.

—¿Seguro?

—Sí. Es que se me ha puesto dolor de cabeza. Creo que me va a venir la regla. Ya sabes cómo me pongo.

Marta acarició su pelo. No se extrañó de la mala cara que tenía. Elena no solía pasarlo bien cuando le bajaba la menstruación, y aquellas ojeras las atribuyó a esa circunstancia. Sonrió dispuesta a darle la noticia de Hanno.

—¿Sabes una cosa? He visto a ese chico violinista.

Elena abrió mucho los ojos y se sentó como si le hubieran pinchado en la cama, alerta a lo que acababa de oír.

—¿Dónde?

—Está bien. En casa de Roberta Moretti.

La voz grave de Antonio a su espalda la asustó.

—¿Has estado en casa de esa mujer?

Marta se giró sobresaltada.

—No sabía que estabas aquí.

—Cómo ibas a saberlo. Si, como siempre, he llegado y aquí no había nadie.

—He ido con Camilo al cementerio, a llevarle flores a doña Fermina. Ya te lo dije.

—Y luego a ver a esa mujer.

—Sí. Me ha devuelto el contrato. Ya no trabajaré más para ella.

Aquellas palabras apaciguaron a Antonio.

—Tengo hambre —dijo desapareciendo del umbral de la puerta.

Elena retuvo a su madre cuando iba a levantarse.

—¿Qué hace en casa de Roberta Moretti? —preguntó en voz muy baja.

—Me lo encontré en el portal. Ha estado en la cárcel y se ha escapado —le explicó a Elena lo que ya sabía—. Quiere salir del país y Roberta le va a ayudar.

—¿Vas a hacer la cena o me tengo que ir al bar a comer algo? —rugió Antonio desde la otra estancia.

—Ya voy —contestó Marta tranquila, sin dejar de mirar a su hija—. Se quedará en su casa hasta que pueda salir de España. Le ha fascinado su música. —Marta se levantó y salió con una amplia sonrisa, convencida de que le había dado una buena noticia a su hija—. ¿Quieres comer algo?

Ella negó con un gesto y volvió a tumbarse en la cama.

Había ido hasta Casa Rufino después de salir de casa de Mauricio. No sabía qué hacer ni a quién acudir. Se sentía perdida y desamparada. Era consciente de que no podía contar a nadie lo que le había pasado. Quién iba a creerla, pensaba. Se había metido en su casa, en su alcoba, como una estúpida había ido cayendo en su red hasta quedar atrapada, y ahora era imposible dar marcha atrás; permanecería atada a aquel hombre irremediablemente para toda su vida. Además, tenía el convencimiento de que Mauricio no haría nada por Hanno; debía avisarle de que no podía ayudarle como le había dicho, y por eso había ido hasta allí. La señora Paula se encontraba sola, detrás de la barra, colocando vasos y platos, y en cuanto la vio Elena supo que algo había sucedido. Le contó que Juanito se había marchado hacía dos horas: «Aquí no estaba seguro —decía la mujer compungida—, si le pillan se nos cae el pelo a nosotros, hija, no podíamos esconderlo por más tiempo, tenía que marcharse…». La mujer lloraba a ratos y se la veía muy disgustada. «Qué otra cosa podemos hacer nosotros…, tenéis que comprenderlo…, nos busca la ruina». No había sabido decirle hacia dónde había ido, ni dónde tenía pensado esconderse. Rumiando en su mente la noticia que le había dado su madre, se tumbó de nuevo en la cama y miró al techo. Estaba en casa de Roberta Moretti y ella le iba a sacar del país. Al menos él estaría bien. Los ojos se le nublaron y sintió una presión en el estómago; se encogió sobre sí misma y lloró en silencio para no llamar la atención de sus padres, enzarzados otra vez en una discusión absurda de por qué había llegado tarde, y de cuál era o no la razón de su salida de casa. Con los ojos cerrados intentó retraerse de las voces desabridas que parecían golpear su mente herida. Se sentía abandonada por el mundo, sola y desvalida, indefensa y deshonrada por una negligencia de la que se culpaba y por la que penaría toda su vida.