Los primeros acordes de un piano se elevaban gráciles como pavesas por el oscuro patio. Marta Ribas se apercibió de la melodía y abrió la ventana de par en par estremecida por el viento gélido que aterió su cara. Las notas se afianzaban en el tosco espacio de aquel hueco que parecía penetrar hasta las entrañas de la tierra y ascender hasta la altura del cielo. La Variación 18 de la Rapsodia de Paganini se escapaba por la ventana entornada de la sala de doña Fermina, abierta probablemente por Juana para airear la estancia.
Marta cerró los ojos y dejó que la música colmase su alma, trasladada en el recuerdo a aquel último concierto al que asistió en compañía de su marido, un 7 de noviembre de hacía ya doce años, en la Lyric Opera House de Baltimore, con motivo del estreno de esa variación interpretada al piano por Rajmáninov durante un viaje preparado con meses de antelación para celebrar su aniversario de boda. Por unos segundos permitió que penas y desdichas quedasen difuminadas, calmado su espíritu con el melancólico lirismo y la fuerza de esa composición, meciendo un bienestar solo comparable con la idea de interpretar ella misma la música. Intuitivamente, manteniendo la magia de los ojos cerrados, colocó con suavidad las yemas de sus dedos sobre el frío alféizar y siguió el ritmo melódico de aquel sosiego sonoro que la arrebataba del mundo; y por un instante se sintió libre, inmensa, serena, y tras la oleada ascendente de toda la orquesta, de nuevo se dio paso a la suave caricia del piano, liberando tensiones, desatando un éxtasis imposible de explicar si no es sentido, terminando con un perdendosi, dejando que el sonido se evaporara en el aire. Un escalofrío la arrancó del arrobamiento, todo su cuerpo tembló de frío. Miró hacia el vacío oscuro y sucio del patio. El sonido estridente y vulgar de la radio de Venancia había podido con la frágil potencia de la armonía creada por Serguéi Rajmáninov. Cerró la ventana y volvió a sentarse en la silla de anea, aferradas sus manos a la taza todavía caliente de café aguado, sumida en su propio silencio, reconfortada en el presente inmediato que le acababa de regalar aquella tregua, mecida en la nostalgia de un pasado mejor y removida ante un futuro sin esperanza.