Los tres chicos también estaban en la calle en mitad de la noche, Tiberio acostado con las manos cruzadas bajo la nuca, Claudio sentado a su lado, Nerón de pie.
—¿Quieres que te abanique? —propuso Nerón con voz suave.
—Nerón —dijo Tiberio—, ¿por qué siempre tienes que ser así de molesto?
—No me gusta verte acostado sobre la acera, en mitad de la noche, con una mirada de imbécil clavada en las estrellas. Hay gente que pasa y que te mira, figúrate. Y no te pareces en nada a una hermosa estatua antigua, créeme. Pareces un trastornado.
—Ya te he dicho que soy un hombre muerto —dijo Tiberio.
—Nerón, ¿no oyes lo que te ha dicho? —dijo Claudio—. Se hace el muerto, se hace el muerto, eso es todo. No tienes necesidad de abanicarlo, déjalo en paz, Dios santo.
—¿Cómo iba a adivinar que se estaba haciendo el muerto? —protestó Nerón.
—Pues se ve —dijo Claudio—. No es tan difícil.
—Bueno, entonces, si está muerto, eso lo cambia todo. ¿Cuánto tiempo dura el velatorio? —preguntó sentándose enfrente de Claudio, al otro lado del cuerpo tendido de Tiberio.
—Depende de él —dijo Claudio—. Necesita reflexionar.
Nerón encendió una cerilla y examinó a Tiberio muy de cerca.
—Parece que va a durar un buen rato —concluyó.
—A la fuerza —dijo Claudio—. Laura va a irse. Va a ser condenada y encarcelada.
—¿El enviado especial?
Claudio asintió con la cabeza.
—Esta noche hay algo que se acerca —continuó Claudio—. Rezuma, se te sube hasta la garganta y te corta las piernas. Es el final de Laura que se acerca y todo el mundo tiene miedo y se retrae. Cuando hayamos terminado de velar a Tiberio, yo también me haré el muerto y tendrás que velarme tú a mí, será tu turno, Nerón.
—¿Y a mí quién va a velarme? ¿Acaso me vais a dejar solo como a un idiota, con los brazos en cruz sobre la acera?, ¿y por qué no sobre un montón de estiércol?
—Callaos la boca —dijo Tiberio.