Pasó un buen día y durmió bien, pero la noche siguiente las cosas se pusieron peor cuando subió el administrador porque llevábamos varios meses sin pagar el alquiler. Nos dijo que era una vergüenza tener en casa a una anciana enferma sin nadie que la cuidara y que había que llevarla a un asilo por razones humanitarias. Era un tío gordo y calvo, con unos ojos como dos cucarachas y se fue diciendo que iba a telefonear al hospital de la Piedad para la señora Rosa y a la Asistencia Pública para mí. También tenía unos grandes bigotes que se le movían. Bajé a saltos la escalera y lo alcancé cuando ya había entrado en el café del señor Driss para llamar por teléfono. Le dije que la familia de la señora Rosa llegaba al día siguiente para llevársela a Israel y que yo me iría con ella. Él podría recuperar el piso. Tuve una idea genial y le dije que la familia le pagaría los tres meses que le debíamos mientras que el hospital no le pagaría absolutamente nada. Les juro que aquellos cuatro años que había recuperado de golpe se notaban y me había acostumbrado muy pronto a pensar como es debido. Hasta le dije que si metía a la señora Rosa en el hospital y a mí en la Asistencia, todos los judíos y todos los árabes de Belleville se le echarían encima por habernos impedido regresar a la tierra de nuestros mayores. Le solté todo el lote y le prometí que se encontraría con los jlaui en la boca, que es lo que hacen siempre los terroristas judíos y que no hay nada peor que ellos, a no ser mis hermanos árabes que luchan para poder disponer de sí mismos y volver a su tierra y que si se metía con la señora Rosa y conmigo tendría que vérselas a la vez con los terroristas judíos y los terroristas árabes y que ya podía empezar a cortarse los cojones. Todo el mundo nos miraba y yo me sentía muy contento de mí. Estaba realmente en plena forma olímpica. De buena gana hubiera matado a aquel tipo de lo desesperado que estaba, y en el café nunca me habían visto así. El señor Driss nos escuchaba y aconsejó al administrador que no se metiera en las cuestiones entre judíos y árabes porque podía costarle caro. El señor Driss es de Túnez, pero allí también hay árabes. El administrador se había puesto muy pálido y nos dijo que no sabía que fuéramos a volver a nuestra tierra y que él era el primero en alegrarse. Hasta me preguntó si quería beber algo. Era la primera vez que alguien me invitaba a beber como si fuera un hombre. Yo pedí una Coca, les dije salud y volví a subir al sexto piso. No había tiempo que perder.