Dios le bendiga, Mr. Rosewater es una hagiografía —o anti-hagiografía, si se prefiere— de la era tecnológica. Ello significa que a nuestro santo el poder de hacer milagros no le procede de las alturas, sino del único dios verdadero de esa religión obscura y terrible que es el capitalismo: el dinero. Y que los ángeles y diablos serán, en este caso, psiquiatras, abogados, financieros, políticos y —cómo no— escritores de ciencia ficción. Al contrario que en la mayoría de vidas de santos, la carne no tiene en ésta ninguna importancia, y sólo el mundo sigue jugando su papel de mundo.
Pero así como en una hagiografía convencional el mundo pone a prueba al santo, en la novela de Vonnegut sucede exactamente a la inversa: es el santo quien, como un extraño reactivo químico, pone a prueba, sin saberlo, al mundo que le rodea. Y el mundo no supera la prueba, en absoluto.
No se piense, sin embargo, que Dios le bendiga… es un canto aerífico a la filantropía, como podría deducirse erróneamente de algunos párrafos sueltos aislados de su contexto irónico. Tampoco el santo supera la prueba. Su amor al prójimo resulta conmovedor, pero patéticamente ineficaz. Si se tuviera que resumir el «mensaje» de la novela en una frase, podría ser ésta: la amabilidad es necesaria, pero no suficiente.
Pero, afortunadamente, éste no es un libro con mensaje. O, si se prefiere, lleva un mensaje en cada página. Y en esto también se revela el carácter anti-hagiográfico de la novela: si en las vidas de santos las constantes anécdotas sirven de pretexto para exhibir la resplandeciente virtud del protagonista, aquí es la inoperante bondad del protagonista la que sirve de pretexto para una continua floración de jugosas anécdotas y brillantes consideraciones laterales, que, en realidad, constituyen el principal elemento «significativo» de la obra.
La referencia a Huxley parece, pues, casi obligada. Pero, en todo caso, a un Huxley desmedido, risueño y atormentado a la vez, capaz de oscilar entre la entrañable ironía de un Woodehouse y las honduras de extrañamiento y desolación de un Kafka. Aunque en realidad sobran las referencias, como sobra el símil hagiográfico; y sobran, más que nada, por insuficientes, por equívocamente insuficientes. Dios le bendiga…, como otras obras de Vonnegut, es ante todo un rico conglomerado de imágenes y sugerencias, integradas en un relato que, respetando la unidad de cada elemento, establece una unidad nueva, que a su vez se añade al conjunto sin pretensiones de jerarquía, como un elemento más; casi casi una utopía de estado regionalista.
Por eso, Dios le bendiga… es un libro que se presta a ser hojeado, a una lectura fragmentaria y desordenada; pero que acaba leyéndose de cabo a rabo, de un tirón, con una tensa sonrisa en el estómago y, eventualmente, un tic en el ojo izquierdo.
Carlo Frabetti