El año 2302, más de doscientos años antes del reinado del emperador Karl-Franz, fue un tiempo de horror. Tuvo lugar la Gran Guerra contra el Caos, y en el norte, el ataque más grandioso de las fuerzas del Caos que el mundo hubiese visto hasta entonces.

El Imperio estaba fracturado y dividido, y los diferentes estados batallaban entre sí en amargas guerras civiles. Pero gracias a los esfuerzos del grandioso caudillo Magnus el Piadoso, el Imperio no fue invadido. Magnus unió a los estados y encabezó una gran coalición que se encaminó al norte para enfrentarse con el enemigo en Kislev. La batalla se prolongó durante varios años, pero al fin los ejércitos del Imperio salieron victoriosos. Las fuerzas del Caos, comandadas por el señor de la guerra Asavar Kul, quedaron deshechas.

Con la muerte del caudillo del Caos, las tribus se dispersaron y comenzaron a luchar entre sí unas aniquiladas en las grandes batallas, pero otras huyeron. Muchas se retiraron a sus tradicionales tierras de origen, situadas en el norte, para retomar las luchas constantes contra los suyos, pero otras se adentraron en los bosques y montañas de los alrededores del propio Imperio.

El Imperio había vencido, pero también era un territorio quebrantado.

Las décadas de guerra civil habían sedimentado una profunda enemistad entre los estados, y muchos nobles recayeron en las antiguas rivalidades intolerantes. Abundaba la plaga, y la población se hallaba al borde de la inanición. La Gran Guerra contra el Caos había agotado los cofres, y muchos de los ejércitos regulares de los condes electores habían sido diezmados. La amenaza del Caos había sido repelida, pero las tribus dispersas continuaban haciendo incursiones en las ciudades y los poblados septentrionales, y no había soldados suficientes para defenderlos de los ataques. Fue una época funesta para los habitantes del Imperio.