EPÍLOGO
Las fuerzas del Caos quedaron devastadas por la pérdida del príncipe demonio, Hroth el Ensangrentado, cuya muerte fue como una onda expansiva que prácticamente los incapacitó para la batalla. Muchas de las tribus independientes huyeron por donde habían llegado, el Paseo del Hechicero, para ocultarse en los bosques que rodeaban Talabheim, pero muchas otras fueron brutalmente aniquiladas y masacradas por las fuerzas del Imperio, al mando del capitán von Kessel.
La fuerza skaven, al quedar sin caudillo, se dispersó en todas direcciones. Muchos corrieron en estampida hacia las murallas de Talabheim, superaron las defensas y huyeron por encima de los muros. Otros corrieron de vuelta a la ciudad, donde mataron todo lo que se les ponía por delante en la precipitación y regresaron a los túneles que se abrían por debajo de la urbe.
El propio Emperador honró al ingeniero Markus, que permaneció en Talabheim durante muchos años, para supervisar el derrumbamiento de los túneles de los skavens.
El sacerdote guerrero, Gunthar, superó las heridas y dedicó muchos años a viajar por el Imperio para acabar con el mal dondequiera que lo encontraba. Encabezó el ataque que hizo salir de los alrededores de Talabheim a las hordas del Caos que habían sobrevivido, desenmascaró a miembros de los cultos del Caos que había en la propia corte del Emperador y pasó los últimos años de su larga vida en un templo de Sigmar que se encontraba aislado en las colinas de Ostermark.
El cuerpo de la maga elfa, Aurelion, fue transportado por Stefan von Kessel hasta la isla de Ulthuan, con grandes honores, manifestaciones de gratitud y gran congoja. Una estatua de ella, tallada en un perfecto bloque de mármol inmaculado, fue erigida en los recientemente fundados Colegios de Magia de Altdorf.
Una década más tarde, el explorador Wilhelm mató a sangre fría a un hombre inocente y huyó a los bosques, perseguido por las autoridades. Pasó los últimos días de su existencia como forajido sin corazón que hacía presa en todos los que se cruzaban en su camino.
La criatura que formaba parte de Sudobaal salió del destrozado cuerpo del huésped a cubierto de la noche y se metió en otro, un cuerpo más fuerte y poderoso. Recorrió sigilosamente el campo de batalla sembrado de cadáveres y recuperó la espada demonio, la Asesina de Reyes, aunque con cuidado de no tocar el arma con las manos desnudas. Se escabulló fuera de Talabheim, y comenzó el largo viaje hacia el remoto norte para buscar allí a Hroth el Ensangrentado, el señor eterno al que estaba unida para siempre.
Hallaron el cuerpo del mariscal del Reik rodeado de los cadáveres de veinte skavens. Había muerto luchando por el Imperio, dando el último aliento para garantizar su futuro, y su muerte fue honrada con conmemoraciones en todo el territorio.
Stefan von Kessel subió al trono de conde elector de Ostermark, y a lo largo de su vida se enfrentó muchas veces con los enemigos del Imperio. Se hizo famoso como gobernante justo y honorable, y siempre comandó a su ejército desde la primera línea. La noble casa de Ostermark.