VEINTIOCHO
Aurelion estaba serenamente sentada, y su pálido semblante no revelaba ninguna de las emociones que se agitaban de manera violenta bajo la superficie de su gélida actitud. La guardia de su maestro de la espada estaba formada en torno a ella para protegerla, aunque en ese instante no había ningún peligro por los alrededores. No, todo estaba en calma en los bosques, por el momento; sabía que allí había miles de criaturas del Caos, tanto dentro como debajo del bosque, pero percibía que estaban quietas. Esperaban una señal.
Cerró los ojos y dejó que su espíritu saliera del cuerpo. Se elevó hacia el dosel del bosque, y se alejó hacia el este a toda velocidad.
Veía el latido del Caos en todo el territorio, que se extendía como una plaga por encima y por debajo del suelo. La contaminación en la libertad que experimentaba.
Después de que el capitán del Imperio von Kessel se hubiese negado a unirse a su primo Khalanos para derrotar al odiado enemigo, Aurelion se había dirigido al sur. Había viajado con rapidez, y había pasado de largo por las ciudades imperiales de Wolfenburgo y Hergig. No sentía ningún deseo de visitar esas atestadas y sucias ciudades, llenas de desesperados y lastimosos humanos que intentaban sobrevivir a duras penas en miserables condiciones. No, había pasado de largo en su rápido viaje hacia Altdorf, situada en el sur. Tenía la intención de embarcar en Talabheim y navegar por el río Talabec hasta su destino, donde se encontraría con el señor Teclis.
Cuando se acercaba ya a la ciudad de Talabheim, su mente había percibido un latido familiar. ¡Teclis! ¡Estaba allí! Había hablado con él al día siguiente, y sus palabras habían sido de enojo.
—¿Por qué entregas nuestras vidas por esos humanos, señor Teclis? Percibí la muerte de mi primo, como debiste de percibirla tú. Millares de elfos murieron en la playa por ayudar a los humanos, ¿y para qué? ¿Qué gratitud nos muestran?
Teclis la había mirado con los ojos antiguos cargados de tristeza y poder, y ella había apartado la vista.
—Si queremos sobrevivir nosotros, los asur, también el Imperio de los hombres debe sobrevivir.
En ese momento, Aurelion había sentido vergüenza, porque sabía que Teclis, en su sabiduría, decía la verdad.
A pesar de todo, la elfa no podía olvidar las palabras que le había dicho Khalanos antes de partir: «Con el tiempo, prima, te darás cuenta de que los humanos no son merecedores de nuestra lástima». En efecto, ya no los compadecía. Sin embargo, las palabras de Teclis eran irrefutables.
La había dejado en Talabheim. Se dirigía al norte con la intención de contener el avance de los ejércitos del Caos. Ella había expresado su preocupación y deseo de unirse a él, pero Teclis la había silenciado.
—Tu lugar en la batalla está aquí —había dicho, y ella se había visto incapaz de desobedecer sus órdenes—. La vida de ese hombre, von Kessel, es de vital importancia, Aurelion.
Recuerda que la supervivencia de los asur depende de la supervivencia del Imperio.
Viajó a toda velocidad por el cielo nocturno y, finalmente, se aproximó al dormido ejército de Ostermark.
Stefan von Kessel despertó con un sobresalto. Sabía que lo que acababa de ver y oír no era ningún sueño. Con horror, supo que la elfa había dicho la verdad, que las fuerzas del Caos estaban dentro percibía la acusación en los ojos de la maga, y comprendió que Ostland había sido invadida. La sensación de culpa lo inundó: había permitido Gruber. Ese acto había significado que las fuerzas del Caos encontraran lo que estaban buscando, y habían regresado más poderosas que nunca. La suerte del Imperio era precaria.
Las fuerzas del Caos marchaban sobre Talabheim. Esa gran ciudad era débil, pues habían diezmado a su ejército. Si el enemigo la ocupaba, ningún ejército del Imperio tendría la fuerza suficiente.