VEINTISIETE
El brujo ataviado de negro se arrodilló en el suelo de la cueva.
La criatura que formaba parte de él se deslizaba torpemente en torno al círculo por el que había entrado el khazag, para sentir el poder del interior. «Debería haber sido mi día», pensó Sudobaal, el día de su ascenso, pero Hroth se lo había arrebatado.
Era mucho más poderoso de lo que él había previsto, y Sudobaal se maldijo por necio.
La criatura gruñó con su boca deforme y dejó a la vista los diminutos dientes. Se inclinó hacia adelante sobre la carnosa cola que parecía una serpiente, y extendió con cuidado uno de los tentáculos hacia el arremolinado vórtice de humo negro contenido dentro del círculo de poder. Al entrar el tentáculo, se produjo una repentina explosión de energía, y la electricidad recorrió a la criatura y la lanzó hacia atrás. Se estrelló contra la pared; del ennegrecido tentáculo se desprendía olor a carne quemada.
Con dificultad, la criatura se incorporó apoyándose en la cabeza y lanzó una mirada venenosa hacia el círculo, al mismo tiempo que rechinaba los dientes. Con el tentáculo herido enroscado, se arrastró por el suelo de la caverna. Rodeó al brujo vestido de negro y comenzó a acercarse al círculo una vez más.
Estaba sucediendo algo. Las sombras negras que serpenteaban dentro comenzaron a girar cada vez más de prisa, y la criatura se ocultó tras el cuerpo del brujo, siseando.
Las rocas que rodeaban el círculo estallaron de pronto en miles de pedazos, que se esparcieron por toda la cámara. Docenas de esquirlas rociaron al brujo, le laceraron la piel y le hicieron jirones el ropón. De las heridas no manó ni una sola gota de sangre. La criatura que estaba detrás de Sudobaal comenzó a arrastrarse frenéticamente hacia el otro lado de la cueva para intentar escapar. Las oscuras sombras salieron de los límites que las habían retenido, y volaron, aullando, a través de la cámara, para condensarse en demoníacas figuras antes de desaparecer en el aire.
Con otra explosión de roca y tierra, Hroth el Ensangrentado, príncipe demonio de Khorne, salió del reino del Caos y volvió a la realidad. Las alas rojo sangre se desplegaron sobre la espalda del demonio, que lanzó un potente bramido titánico que hizo temblar las rocas del techo de la cueva. En una mano llevaba la fiel hacha de doble filo, y en la otra tenía la espada, la Asesina de Reyes, el arma que contenía el poder del demonio U’Zhul. La hoja del artefacto inmensamente poderoso era recorrida por chispas.
Al volverse a mirar al brujo arrodillado, los llameantes ojos demoníacos de Hroth se entrecerraron. Recorrió la cámara con la mirada y la posó sobre la inmunda criatura con tentáculos que intentaba subir los escalones de piedra que salían de la caverna. Con la visión de demonio pudo ver los lazos que unían el cuerpo del brujo con esa criatura, y dio un tremendo salto hacia ella.
La criatura gritó en silencio e intentó escapar, pero cayó torpemente de cara a causa de la prisa. Hroth bajó una de sus enormes manos de piel roja y la cogió con fuerza.
—Regresa a tu carne, fámulo —gruñó, y la arrojó al otro lado de la cámara, donde se estrelló contra el inmóvil cuerpo del brujo y cayó pesadamente al suelo.
Tras levantarse con dificultad, lanzó una mirada de odio puro hacia el gigantesco príncipe demonio y comenzó a meterse dentro de la carne gris de Sudobaal.
El color volvió, poco a poco, a la piel del brujo, y empezó a manar sangre de las heridas de la cara y las manos. Sudobaal abrió los ojos con una exclamación ahogada cuando la sangre comenzó que entonces medía unos tres metros y medio de altura. Se lanzó al suelo de la caverna y se humilló ante el poder del demonio que