DOCE
La gran luna verde flotaba en el cielo, hinchada, emanando poder oscuro, tal y como había predicho Sudobaal. Los preparativos ya duraban casi dos horas, y Hroth se estaba impacientando.
El brujo había pasado la mayor parte del tiempo salmodiando incoherencias, aunque el sonido de las palabras erizaba la piel de Hroth. Sudobaal había cabriolado en torno al árbol y había danzado sobre un pie y luego sobre el otro mientras exprimía la sangre de un corazón fresco encima de las retorcidas raíces del enorme árbol que se encumbraba sobre ellos. El corazón había pertenecido, hasta poco antes, a un ungor raquítico, un hombre bestia menor.
La criatura había chillado como un cerdo cuando Anax Hroth la había aferrado por el flaco cuello. Los chillidos se habían cortado en seco al retorcerle el pescuezo bruscamente; de hecho, se había oído el chasquido de los huesos al partirse.
Había sido un ser débil, ya que había estado a punto de arrancarle la cabeza con aquel único gesto salvaje. Los otros hombres bestia más grandes habían aullado y habían bufado al morir la criatura, cosa que reemplazaba la lisa entre aquellos toscos seres.
El brujo le había sacado diestramente el corazón, y Hroth había echado de una patada el cadáver dentro de una depresión que había bajo la retorcida forma del árbol horca. En ese hueco yacían los huesos y los cuerpos de centenares de muertos, todos a manos de los hombres bestia como toscos sacrificios a los Dioses del Caos. Decenas de otros cadáveres pendían de las ramas desnudas del árbol, atados por el cuello o clavados brutalmente a ellas. Otros cadáveres consumidos yacían dentro de jaulas colgadas que se mecían lentamente en lo alto y crujían de modo ominoso. El tronco del árbol horca tenía talladas toscas runas del Caos, runas que tenían un gran poder a pesar de lo primitivo de la obra. Estas tallas lloraban una savia roja como la sangre que goteaba dentro de la depresión, sobre los cadáveres apilados. En torno a la base del enorme árbol había una serie de piedras erectas de talla rudimentaria, cada una rodeada por pilas de armas y escudos. Había cabezas ensartadas en estacas clavadas en el suelo. Arbustos de crueles espinas se enroscaban en las piedras y sobre las retorcidas raíces del árbol horca.
Centenares de negras aves carroñeras se posaban sobre las ramas. Un rato antes habían estado aleteando de una rama a otra y peleándose para coger los mejores bocados de los cadáveres que colgaban de ellas. El ruido de los roncos graznidos había colmado el anochecer, pero al ponerse el sol se habían quedado quietas y habían guardado silencio, y entonces permanecían inmóviles al aproximarse la hora bruja.
Cuando Hroth y Sudobaal llegaron, ya había un gran número de hombres bestia reunidos en torno al árbol. Los había recibido el jefe de los hombres bestia, el wargor Gharlanoth, con el chamán de la manada. Las dos poderosas criaturas le habían presentado el cuello al brujo, en señal de sumisión.
Los hombres bestia eran auténticas criaturas del Caos y reconocieron instintivamente el poder del brujo, ante el que reaccionaron con deferencia y respeto. Doscientos de los wargors de la manada formaban en torno al árbol, donde aguardaban el ritual con emoción apenas contenida, mientras pateaban el suelo con los cascos. Estallaron varias peleas, y varios gors alzaron las armas unos contra otros entre bufidos y gruñidos para luchar por los mejores sitios desde los que contemplar la ceremonia inminente. Estos estallidos de violencia eran reprimidos de inmediato por el wargor Gharlanoth, que les rugía con disgusto.
El rostro de Hroth mostraba claramente la impaciencia que sentía. El brujo se había marchado del claro hacía casi una hora y aún no había regresado. Gruñó de irritación.
Sudobaal estaba hambriento. El hambre torturaba su cuerpo nervudo y el estómago le gruñía ruidosamente.
—Sí, sí —susurró—. Ahora comeremos.
Ante el brujo ataviado de negro yacía un guerrero postrado, uno de los miembros de la tribu de Hroth. Estaba rígido, no podía moverse y contemplaba con ojos asustados al brujo, que lo miraba desde lo alto.
—Deberías estar orgulloso —siseó Sudobaal—. Tu sacrificio es necesario. Nos alimentará.
El guerrero se esforzó por levantarse, pero el cuerpo no respondía a las órdenes que le daba.
—Es el veneno. No luches contra él. Abraza tus últimos momentos —dijo el brujo.
Para alejar al guerrero de la reunión, le había dicho que los dioses lo habían escogido para una tarea especial. Le había puesto en las manos un cráneo invertido, dentro de cuya cavidad se veía un líquido.
—Bebe —lo había instado.
El hombre había parecido inquieto, pero se había llevado el cráneo a los labios y había bebido hasta la última gota.
Tras arrodillarse, Sudobaal se abrió el ropón y dejó a la vista el torso cubierto de cicatrices y tatuajes. Justo por debajo del esternón, la piel se hinchó hacia fuera, y el guerrero se quedó mirándola con ojos desorbitados. La criatura del interior de Sudobaal, la criatura que formaba parte de él, se abrió paso hasta la superficie del cuerpo del brujo. La deforme cara aniñada sonrió al emerger y dejó a la vista docenas de dientecillos afilados. Pálidos tentáculos salieron del torso de Sudobaal, y uno avanzó ansiosamente hacia el guerrero. Otro ascendió por el pecho del brujo y lo cogió por un hombro para sacar el resto del cuerpo de la criatura del interior del huésped.
Sudobaal se estremeció y cerró los ojos mientras el ser salía de su cuerpo y caía torpemente al suelo. El color comenzó a abandonar al brujo, y la piel se le puso gris en pocos segundos.
La criatura parpadeó con oblicuos ojos amarillos y se irguió.
Extendió los tentáculos hacia el guerrero paralizado y, con cierta dificultad, se le subió sobre el pecho y contempló con voracidad el estómago del hombre. De la boca le salió una fina lengua púrpura, y el ser bajó la cabeza para morder la carne del guerrero.
Con la piel aferrada entre los dientes, la criatura tiró hacia arriba al mismo tiempo que sacudía la cabeza de un lado a otro para desgarrar. Luego, metió los tentáculos en la herida y abrió la carne para dejar a la vista las entrañas. Esa noche comería bien.
Cuando el brujo regresó a la reunión y fue recibido por los aullidos y balidos de los hombres bestia, Hroth lo miró con ferocidad. Sudobaal tenía las mejillas enrojecidas y apenas si se apoyaba en el báculo al pasar a grandes zancadas junto al enorme campeón de Khorne. Con un polvo negro que llevaba en una de sus bolsas, se puso a trazar un amplio círculo por el interior del anillo de piedras erectas, hasta completar una línea ininterrumpida. En el centro del círculo de polvo negro se alzaba una losa de piedra, cuya superficie era de color rojo apagado. Sobre esa losa se habían hecho miles de sacrificios a los Dioses Oscuros, ya que para los hombres bestia era un lugar sagrado desde hacía siglos.
En el punto más septentrional del círculo, Sudobaal formó un círculo más pequeño con polvo rojo. Luego, se desplazó al punto más meridional e hizo otro círculo con polvo púrpura.
En el punto más oriental, el más cercano a Hroth, formó uno con polvo verde. El señor de la guerra de Khorne percibió el hedor pútrido de este polvo. Al otro lado del árbol, el lado oeste, Sudobaal hizo un círculo azul.
Mientras Sudobaal se ocupaba de todo eso, el chamán de la manada de hombres bestia encendía los braseros negros que rodeaban el árbol horca. Cada brasero estaba hecho con un cráneo humano. Cuando los encendía, el chamán de la manada echaba un puñado de hierbas y hojas sobre el fuego. Las llamas rojo anaranjado se alzaban muy arriba y, por un instante, se volvían púrpura. Después descendían, y el color volvía a cambiar, esa vez a un rojo oscuro saturado. El aire comenzó a cargarse de un humo acre que hizo que Hroth se mareara. Se le contrajo el estómago al inspirar profundamente y al entrarle en los pulmones el denso humo.
La salmodia del brujo se hizo más sonora, y Sudobaal recorrió tres veces el círculo de piedra en sentido contrario a las agujas del reloj, con cuidado de no estropear ninguno de los círculos de polvo que había trazado. Con el extremo del retorcido báculo que tenía fundido con el antebrazo, trazó en la tierra una estrella de ocho puntas en los espacios que quedaban entre los círculos de color.
Sin dejar de salmodiar, hizo avanzar al chamán de la manada de hombres bestia. La enorme criatura musculosa acudió con las ofrendas, que debían situarse dentro de los círculos y estrellas del Caos trazadas en la tierra. El hueso tallado, el pesado icono de latón, la pequeña pila de huesos y la venosa piedra rojo sangre fueron colocados en el centro de las estrellas del Caos.
Cada uno de estos objetos había sido recuperado por Hroth.
Muchos cráneos habían sido ofrecidos a Khorne para recobrarlos todos. De los objetos comenzó a elevarse un negro humo aceitoso, y la salmodia de Sudobaal se intensificó una vez más.
Colores y formas se arremolinaban ante el campeón de Khorne, que creyó distinguir vagos rostros demoníacos que gruñían y siseaban.
A continuación, el chamán de la manada llevó la rielante piedra blanca y la situó dentro del círculo púrpura. Al colocarla, rozó con una mano el polvo, y Hroth oyó el sonido de la carne al chamuscarse. El hombre bestia retiró con rapidez la mano quemada, pero no gritó por temor a interrumpir el ritual del brujo. Con presteza, el chamán cogió el cráneo astado y lo puso dentro del círculo rojo. El campeón de Khorne se quedó fascinado por el cráneo; pensó que oía una voz procedente del interior del artefacto que lo llamaba. El cráneo no se movía, pero el campeón de Khorne percibía la llamada. Supo que el humo que ascendía de los braseros que rodeaban el árbol estaba afectándole de verdad, y le daba vueltas la cabeza. Formas oscuras giraban en la periferia de su campo visual, y sentía su gélido toque en el cuello. Las oía susurrar en el idioma oscuro, el idioma de los demonios, y las voces minaban su cordura.
El chamán colocó dentro del círculo verde el plato sobre el que descansaba el corazón, que aún latía, y al instante, el órgano comenzó a hincharse y en la superficie aparecieron ampollas pútridas. A continuación, el hombre bestia regresó para reunirse con sus hermanos. Sudobaal, que entonces salmodiaba con voz potente y resonante, fue a situarse justo fuera del círculo azul. Mientras gritaba palabras arcanas hacia el cielo, clavó el báculo en la tierra, y en torno al círculo azul estallaron llamas. El fuego azul lamió la base del báculo, onduló por él hacia arriba y cubrió el brazo de Sudobaal. Los zarcillos que unían el báculo al brazo se retrajeron, y él abrió la mano para soltarlo. El báculo permaneció vertical, como si lo sujetara un brazo invisible. Sudobaal dejó de salmodiar y contempló su obra sin hacer el más mínimo caso del humo que ascendía de su brazo.
El corazón del círculo verde latía sonoramente. Las pústulas de la superficie habían reventado y habían vertido el pútrido contenido sobre el plato. En torno a la piedra pálida, el aire rielaba y ondulaba como el horizonte en un día caluroso. De la piedra ascendía un humo púrpura de nauseabundo olor dulzón. El báculo, situado dentro del círculo azul, continuaba encendido con llamas azules. Dentro del círculo rojo, goteaba sangre de las cuencas oculares del cráneo astado y formaba un charco en el suelo.
Sudobaal le hizo un gesto a Borkhil para que se le acercara.
El enorme campeón de negra armadura avanzó a grandes zancadas. No llevaba el casco sobre la pálida cabeza calva. A Hroth se le nublaba la vista e intentó enfocar la cara de Sudobaal.
Una miríada de otras caras parecían estar debajo de la piel del brujo intentando abrirse paso hacia fuera. Oyó risas y sintió que el estómago volvía a contraérsele. Se juró que no permitiría que aquella brujería pudiera con él, y tensó los músculos de hierro al sentir que la cólera aumentaba en su interior.
—Tengo necesidad de sacrificar a una víctima poderosa, un sacrificio del que los dioses mismos tomen nota.
La voz del brujo parecía proceder de una gran distancia.
Hroth no estaba seguro de si Sudobaal había hablado realmente, o de si él lo había imaginado. Las palabras tenían poco sentido para Hroth, pero sus manos se cerraron en involuntarios puños y sintió que se le contraían los músculos de brazos y pecho.
—El moribundo pueblo elfo ha utilizado su comprensión de los vientos de la magia para ocultar a mi vista el lugar de descanso de Asavar Kul. Mi visión sólo puede aclararse con un sacrificio poderoso.
La figura de negra armadura de Borkhil inclinó la cabeza ante el brujo y se volvió a mirar a Hroth con rostro inexpresivo.
Cogió el enorme mazo de púas a dos manos que llevaba a la espalda y avanzó un amenazante paso hacia el campeón de Khorne.
Con los ojos entrecerrados para intentar enfocarlo, Hroth le dirigió un gruñido profundo. Quiso mover las manos hacia el hacha, pero se encontró con que no podía. Se le hincharon las venas del cuello, y Sudobaal sonrió con malevolencia.
—Eres un campeón poderoso, pero tu utilidad ha acabado.
Hroth luchaba contra las ataduras invisibles que lo inmovilizaban. Forcejeaba con ellas, se ordenaba avanzar, apartar a Borkhil a un lado y matar al traicionero brujo. Borkhil, con la enorme arma alzada ante sí, avanzaba hacia el inmóvil campeón de Khorne.
—Lamento que tenga que ser de este modo. Parece que nunca llegaremos a enfrentarnos en el círculo de combate para descubrir quién es el más fuerte —dijo el hombretón como si hablara del tiempo—, pero así son las cosas.
Una daga, retorcida y dentada, se clavó en el cuello del campeón de negra armadura. La sangre oscura manó de la fatal herida. El enorme guerrero dejó caer el arma y se llevó una mano al cuello en un fútil intento de detener la hemorragia.
Le manó sangre por la boca, y cayó de rodillas ante Hroth.
Detrás de él se encontraba Sudobaal con la daga ensangrentada.
El chamán de los hombres bestia avanzó al trote, aferró el cuello de Borkhil con una mano enorme y acercó un cuenco toscamente tallado para recoger la sangre que humeaba y siseaba al llenarlo.
—Una víctima poderosa… —repitió Sudobaal, y Hroth sintió que las ligaduras invisibles desaparecían. Todos los instintos le gritaban que avanzara y matara al brujo, pero se contuvo.
No, antes averiguaría cuál era el lugar de descanso de Asavar Kul; así pues, con dificultad, reprimió la cólera.
—Veo el odio en tus ardientes ojos, campeón. Te encantaría descuartizarme miembro a miembro, ¿verdad? —preguntó el brujo—. No tiene importancia. Esa cólera que sientes es lo que te impulsa. Eres más fuerte de lo que era él. Por eso aún estás vivo y Borkhil está agonizando en el suelo. Por eso será su sangre y no la tuya la que complete esta ceremonia. Todo lo que pertenecía a Borkhil es tuyo: su tribu y su cráneo. Sírveme bien.
Sudobaal cogió el cráneo que le ofrecía el chamán de los hombres bestia y avanzó con la siseante sangre burbujeante hacia los círculos. Mientras salmodiaba una vez más, caminó en torno a los círculos y salpicó sangre dentro de cada uno.
Un humo negro comenzó a ascender de la tierra en el centro del círculo más grande, mientras continuaba la salmodia de Sudobaal. Aceitoso y oscuro, ascendía en espiral en forma de largos zarcillos y se enroscaba sobre sí mismo. Las llamas de braseros y antorchas dispuestos alrededor del claro chisporrotearon y disminuyeron, y algunas se apagaron del todo. Un viento gélido entró en el claro cada vez más oscuro y llevó hasta ellos susurros y amenazas. El humo aceitoso comenzó a tomar forma y a crear vagamente la silueta de una figura musculosa, con enormes alas y tres pares de cuernos humosos.
Ascuas de luz que ardían de cólera aparecieron en la cara de la figura de humo. La salmodia de Sudobaal alcanzó un crescendo, y el brujo lanzó los brazos al aire. La criatura de humo se solidificó ligeramente; la cara adquirió facciones y miró a su alrededor. Hroth sintió el poder del demonio cuando la mirada pasó sobre él, y estuvo a punto de retroceder. Abrió la boca, que dejó a la vista colmillos como dagas, y comenzó a hablar. Uno o dos segundos más tarde, se oyó la voz, que no sincronizaba con el movimiento de los labios. El sonido era como el de un millar de voces que gritaran en medio de una aullante tormenta, y las palabras carecían de sentido para Hroth, aunque sentía que erosionaban su cordura. El ser extendió hacia Sudobaal largos brazos de humo, pero retiró bruscamente las manos cuando tocó la barrera formada por los cuidadosos preparativos del brujo, y chisporroteó electricidad.
El demonio rugió con repentina ira; tenía las fauces abiertas de manera imposible y los ojos intensamente brillantes. Se hizo más grande, aumentó hasta cuatro metros y medio de alto, y habló rápidamente con una voz que evidenciaba la cólera que sentía. Sudobaal le gritó una respuesta. Había comenzado caerle sangre de los oídos y la nariz, y el brujo volvió a gritarle y pronunció el verdadero nombre de la criatura.
—¡Yyfol’gzuz’cogar! —le gritó Sudobaal al gigantesco demonio—. ¡Yyfol’gzuz’cogar!
El demonio luchaba contra las ataduras, rugía y se debatía como loco. El arremolinado viento que azotaba el claro se hizo más intenso y comenzaron a volar palitos y ramas finas. Uno de los braseros, lanzado por el aire, golpeó de soslayo la cabeza de Sudobaal y lo hizo caer más cerca del círculo y del demonio.
Tras ponerse de pie, el brujo volvió a gritar. El demonio comenzó a hablar, obligado por el insensato mortal que había aprendido su verdadero nombre, y cada una de sus palabras destiló malevolencia y astucia.
El arremolinado viento se intensificó cuando el demonio volvió a guardar silencio, y una ráfaga repentina pasó más allá de las defensas de Sudobaal y dispersó el polvo que marcaba los círculos que rodeaban al demonio.
El alarido de triunfo del demonio se transformó en uno de furia cuando Sudobaal lanzó el último resto del contenido del cuenco sobre la criatura. La sangre hirviente dispersó a la figura de humo, y con una palabra de destierro, el brujo devolvió el enfurecido demonio a los desplomó en el suelo; le goteaba sangre de los oídos, la nariz y los rabillos de los ojos. Se hizo un profundo silencio.
Hroth avanzó hasta la caída figura de Sudobaal.
—¿Sabes dónde está?
Pasó un largo rato antes de que el brujo respondiera.
—Sé donde tenemos que ir —jadeó por fin—. Reúne a las hordas. Esta noche nos marchamos a la costa —logró añadir antes de perder el conocimiento.